El Franco que no habíamos visto
Allí estaban, en El Pardo, condenados a ser quemados, unos 60 carretes. Franco quería documentar cada actividad que hacía y se hacía acompañar por uno o dos fotógrafos. Hubo que domar película que llevaba sesenta años enrollada y escrutar con mucha atención, porque lo que veíamos era difícil de creer.
Hay veces que las cosas se quedan en el desván de la historia, pero otras las historias regresan del desván. Eso es lo que ha sucedido con las fotos que publica esta semana la revista interviú, más de 100 imágenes inéditas de Francisco Franco tomadas para su álbum personal en los años 40 y principios de los 50. Una fotos que muestran a un Franco muy diferente de lo que dibujaba su aparato de propaganda. El hombre austero que cenaba una tortilla a la francesa y pasaba frío entre los solemnes muros del Palacio de El Pardo en realidad vivía buena parte de su tiempo cazando y pescando, rodeado de una comitiva propia de un rey decimonónico.
El desván de la historia es en este caso real. Allí estaban, en El Pardo, condenados a ser quemados o triturados, unos 60 carretes que pasaban inadvertidos. Metidos en cajas metálicas de película Agfa fabricada en Berlín con caducidad en 1941, se trataba de unos negativos que nunca habían visto la luz pública, parte del álbum privado que el dictador ordenó que le hicieran nada más acabar la Guerra Civil. Franco quería documentar cada actividad que hacía y se hacía acompañar por uno o dos fotógrafos hasta cada día que salía de caza por el monte de El Pardo.
Pero interviú no se encontró solo con eso. Hubo que domar película que llevaba sesenta años enrollada y escrutar con mucha atención, porque lo que veíamos era difícil de creer.
Vimos a Franco, con una tripa más que respetable, jugando al tenis en El Pardo. Escenas familiares de los Franco, o a Carmen Polo haciendo labores de punto -con su correspondiente collar de perlas- mientras el dictador pescaba salmones en un río gallego. El Caudillo pasando jornadas de caza con amigos en Gredos, o posando con una fastuosa y tétrica colección de patos cazados y atados a unas cuerdas. A un asistente de la Casa de Franco sujetando circunspecto una bici de estreno mientras el nieto, Francis Franco, inflaba las ruedas. Incluso un beso entre el dictador y su mujer; eso sí, casto y mejillero.
La mayor dificultad, además de trabajar un material muy frágil con más de 70 años de antigüedad en algunos casos, es descubrir quién formaba la corte de Franco entonces. El boato que el dictador puso a su disposición era enorme. En todas las fotos se ven numerosos ayudantes vestidos con botas de caballería, guardias fuertemente armados, solícitos secretarios. Incluso un banal día de pesca Franco se hacía instalar en una campa una gran tienda de campaña donde podía descansar, atendido por servicio con librea.
Mientras, el país pasaba hambre y vivía enganchado a una cartilla de racionamiento. Una de las series más interesantes es la que se tomó en una visita de Franco a la aldea coruñesa de Caión, en junio de 1939. Era difícil descubrir en los negativos que quien estaba sentado a la mesa sonriente y con su familia, era Franco. Después supimos hasta el menú que le habían preparado los vecinos de este pueblecito de la Costa da Morte, que entonces solo se comunicaba con el exterior por mar o por un camino de herradura. El Generalísimo y su comitiva merendaron centollas gallegas, xoubas con cachelos y de postre tomaron filloas. Mientras, los vecinos de Caión miraban de pie el banquete; los marineros con sus mejores galas y los remos en alto, las mujeres con trajes regionales y los niños vestidos de primera comunión.
Franco bebió ribeiro y rechazó una copa de rioja, lo que provocó un aplauso general. Tras merendar se dio un paseo por el pueblo y salió al balcón del Ayuntamiento para ser aclamado. Dijo que había hablado con el presidente del pósito y que había atendido a sus "ansias": concedía al pueblo un camión y una grúa. El pueblo lo ovacionó.
El camión y la grúa llegaron pasados unos meses.
El desván tenía escondido el retrato de una época.