Cómo los países en vías de desarrollo pueden superar a los desarrollados gracias a la economía colaborativa
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Cómo los países en vías de desarrollo pueden superar a los desarrollados gracias a la economía colaborativa

Casi de la noche a la mañana, millones de hogares de la África rural han conseguido acceso a los teléfonos móviles, que utilizan tanto para actividades comerciales como para la comunicación personal. Lo que está sucediendo en África anuncia una transformación histórica: el salto directo de la era 'preelectricidad' a la era de la Tercera Revolución Industrial.

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Las características distribuidas del nuevo paradigma económico que está surgiendo durante la Tercera Revolución Industrial permitirá que las regiones menos desarrolladas -a las que se excluyó de la Primera y la Segunda Revolución Industrial- alcancen a los países desarrollados. Actualmente, más de mil millones de personas viven sin electricidad, y muchas más tienen un acceso marginal y poco fiable a ella. En estos países precisamente es donde la población crece más rápido.

La falta de infraestructuras es un lastre y una ventaja potencial al mismo tiempo. A veces es más barato y más rápido construir una infraestructura desde cero que reconstruir una ya existente. Ya estamos presenciando el aumento repentino de la actividad en algunas de las regiones más pobres del mundo con la introducción de tecnologías de recolección de energía solar, eólica, geotérmica, hidráulica y de biomasa y con la instalación de microrredes distribuidas de energía renovable.

Ahora la electricidad llega a zonas remotas de África que nunca habían tenido acceso a una red eléctrica centralizada. Como era de esperar, la introducción de los teléfonos móviles ha ayudado a acelerar el desarrollo de las infraestructuras emergentes de la Tercera Revolución Industrial. Prácticamente de la noche a la mañana, millones de hogares de la África rural habían reunido el dinero suficiente -con la venta de animales o del excedente de la cosecha- para comprar un teléfono móvil. Estos teléfonos se utilizan tanto para las actividades comerciales como para la comunicación personal. En las áreas rurales, alejadas de las sucursales bancarias, la gente está empezando a utilizar cada vez más el teléfono móvil para realizar transferencias de pequeñas cantidades de dinero. El problema es que, sin tener acceso a la electricidad, los usuarios de teléfonos móviles tienen que recorrer grandes distancias a pie hasta llegar a una región con electricidad en la que poder cargar el teléfono. Un solo panel solar en cada vivienda no solo proporcionaría la energía suficiente para cargar el teléfono, sino también la energía necesaria para iluminar la casa.

Aunque las estadísticas no son regulares aún, parece que las familias de África están instalando paneles solares, y los analistas prevén su rápido crecimiento si más hogares siguen este ejemplo para adaptarse a la Tercera Revolución Industrial. Lo que está sucediendo en África anuncia una transformación histórica a medida que los hogares saltan de la era preelectricidad directamente a la era de la Tercera Revolución Industrial.

Además de la solar, están apareciendo más microgeneradores de energía ecológica, como las cámaras de biogás -que obtienen energía y combustible de las heces del ganado-, las pequeñas centrales eléctricas que obtienen energía a partir de las cáscaras de los granos de arroz y las pequeñas presas hidroeléctricas que aprovechan la energía de los riachuelos locales.

El poder lateral está empezando a transformar el mundo desarrollado. Este proceso representa la democratización de la energía en las comunidades más pobres del mundo. Es probable que en el futuro se acelere el proceso de electrificación, dando lugar al aumento de las curvas exponenciales y a un salto cualitativo a la era de la Tercera Revolución Industrial en las que antes eran regiones subdesarrolladas.

Por ejemplo, la electrificación del mundo desarrollado hace posible que funcionen las impresoras 3D y que prolifere la manufacturación distribuida. En las zonas pobres de la periferia urbana, en las ciudades más aisladas o en las regiones rurales -en las que las infraestructuras son escasas, el acceso al capital es irregular y los expertos, las herramientas y la maquinaria técnicos son prácticamente inexistentes- la impresión 3D proporciona una oportunidad de construir una infraestructura de la Tercera Revolución Industrial. Hoy en día, el auge de la infraestructura del Internet de las Cosas proporciona los medios necesarios para sacar a cientos de millones de seres humanos de la miserable pobreza en la que están sumidos y proporcionarles una calidad de vida sostenible.

Llevar una electricidad universal a los países desarrollados también fomenta una mejor comunicación y conectividad entre las comunidades rurales y urbanas. Esa conectividad está generando la proliferación de un "bien común" entre agricultores y consumidores. Una generación más joven de agricultores está empezando a compartir cosechas con los consumidores urbanos. La agricultura sostenida por la comunidad surgió de manera desfavorable en Europa y Japón en la década de los sesenta y surgió rápidamente en Estados Unidos y en otros países en la década de los noventa, con el auge de Internet. Y ahora, a medida que la electricidad universal e Internet se extienden por los países desarrollados, la agricultura financiada por la comunidad está empezando a transformar la relación entre los agricultores y los habitantes en las regiones desarrolladas también. Los consumidores urbanos prometen una cantidad fija de dinero a los agricultores locales por adelantado, antes de sembrar, para pagar el coste de cultivar las cosechas. Los consumidores se convierten en accionistas. A cambio, se les proporciona la cosecha resultante; se les entrega en casa o se les manda a centros de distribución cercanos durante la temporada de cultivo. Si la cosecha es abundante, los accionistas se llevan las ganancias adicionales. Igualmente, si las ganancias son bajas debido a, por ejemplo, condiciones meteorológicas adversas, los accionistas comparten las pérdidas.

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A la izquierda, el estudiante Erasmus Wambua posa para una fotografía sujetando una linterna de LED que funciona gracias a la tecnología solar de M-Kopa, en su casa en el pueblo de Ndela, en el condado de Machakos (Kenia). (Waldo Swiegers/Bloomberg via Getty Images)

El hecho de que consumidores y agricultores compartan los riesgos crea un lazo de confianza mutua y fomenta el capital social. Además, eliminar a todos los intermediarios de las operaciones de la agroindustria convencional, integrada verticalmente, reduce notablemente el coste del producto para el consumidor final.

Muchos procesos de agricultura sostenida por la comunidad utilizan prácticas agrícolas ecológicas y técnicas de cultivo orgánicas, eliminando los altos costes y el impacto ambiental causados por el uso de fertilizantes y pesticidas petroquímicos. Los costes ambientales y energéticos se ven reducidos al eliminar el plástico del envase y el transporte de largo recorrido del producto.

Internet ha facilitado enormemente la agricultura sostenida por la comunidad al hacer más fácil que los agricultores y los consumidores estuvieran conectados en redes de igual a igual. Los sitios web sobre agricultura sostenida por la comunidad también permiten a los agricultores y a los consumidores estar constantemente en contacto, compartir información actualizada sobre las cosechas y los plazos de entrega. La agricultura sostenida por la comunidad reemplaza a los vendedores y compradores del mercado convencional por proveedores y usuarios que intercambian productos en una economía social del bien común. De algún modo, los consumidores se convierten en prosumers al financiar los medios de producción de los productos que acabarán consumiendo. Hay miles de empresas de agricultura sostenida por la comunidad en todo el mundo, y cada vez son más a medida que las generaciones jóvenes van estando más cómodas con la idea de ejercer más opciones comerciales en una economía social del bien común. Se prevé un crecimiento aún más rápido de la agricultura sostenida por la comunidad en las regiones en vías de desarrollo de todo el mundo en las que los agricultores suelen carecer del capital suficiente para financiar adecuadamente la cosecha del año siguiente. La electrificación y la convergencia de la Comunicación vía Internet con la Energía renovable vía Internet y el Transporte y logística vía Internet acelerará el desarrollo de la agricultura sostenida por la comunidad en las regiones más pobres del mundo.

La Organización de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI) se ha comprometido a ayudar a los pueblos locales a establecer infraestructuras de la Tercera Revolución Industrial que puedan proporcionar electricidad de manera ecológica a los que menos recursos tienen. En 2011, me reuní con el doctor Kandeh Yumkella, el entonces director de la ONUDI, en la conferencia mundial de la organización para apoyar a los países en vías de desarrollo. Yumkella declaró: "Creemos que este es el comienzo de una tercera revolución industrial y querría que todos los países miembros de la ONUDI me escucharan y se hicieran una pregunta clave: ¿Cómo afecta esto a nuestras economías? ¿Cómo podemos participar en esta revolución? Y, por supuesto, ¿Cómo compartimos conocimiento, capital e inversiones para hacer que tenga lugar esta revolución?".

El objetivo es hacer que para el año 2030 se tenga acceso universal a la electricidad. La electrificación de todas las comunidades del planeta proporcionará la fuerza para sacar de la pobreza a los que tienen menos recursos para ponerlos en la zona de confort en la que se pueda proporcionar una calidad de vida decente a todos los seres humanos.

El cambio hacia una infraestructura del Internet de las Cosas y hacia un paradigma de una Tercera Revolución Industrial está obligando a reconsiderar por completo la teoría y la práctica económica. La productividad extrema provocada por la digitalización de la comunicación, de la energía y del transporte lleva al replanteamiento de la propia naturaleza de la productividad y a una nueva concepción de la sostenibilidad ecológica. Los economistas convencionales fracasaron a la hora de reconocer que las leyes de la termodinámica gobiernan toda la actividad económica. La primera y la segunda ley de la termodinámica establecen que la energía total del universo es constante y que la entropía total aumenta constantemente. La primera ley, el principio de conservación, afirma que la energía ni se crea ni se destruye y que la cantidad de energía del universo lleva siendo la misma desde el principio de los tiempos y seguirá siendo la misma hasta el final. Aunque la energía siempre sea la misma, está cambiando de forma continuamente, pero unidireccionalmente: de disponible a no disponible. Aquí es donde entra en juego la segunda ley de la termodinámica. Según la segunda ley, la energía siempre fluye de caliente a frío, de concentrado a disperso y de ordenado a desordenado. Por ejemplo, si se quema un trozo de carbón, la suma total de las energías se mantiene, pero se dispersa a la atmósfera en forma de dióxido de carbono, dióxido de azufre y otros gases. Aunque no se ha perdido energía, la energía que se ha dispersado ya no puede utilizarse. Los físicos se refieren a esta energía perdida como "entropía".

Toda la actividad económica proviene del empleo de la energía disponible de la naturaleza -en estado sólido, líquido o gaseoso- y de la transformación de esta en bienes y servicios. En cada fase de la producción, del almacenamiento y del proceso de distribución, se utiliza la energía para transformar los recursos de la naturaleza en bienes y servicios. Sea cual sea la energía integrada en un producto o servicio es, a costa de la energía, utilizada y perdida -la factura entrópica- para hacer funcionar la actividad económica a lo largo de la cadena de valor. Al final, los bienes que producimos se consumen, se desechan y se reciclan; aumentando, una vez más, la entropía. Los ingenieros y los químicos señalan que en relación con la actividad económica nunca hay una ganancia neta de energía, pero siempre hay una pérdida de energía disponible en el proceso de convertir los recursos naturales en valor económico. La única pregunta es la siguiente: ¿cuándo vence la factura?

La factura entrópica de la Primera y la Segunda Revolución Industrial ya ha llegado. La acumulación de emisiones de dióxido de carbono en la atmósfera, producto de la combustión masiva del carbono, ha dado lugar al cambio climático y a la destrucción a gran escala de la biosfera del planeta, cuestionando el modelo económico existente. El ámbito de la economía tiene que enfrentarse al hecho de que la actividad económica está condicionada por las leyes de la termodinámica.

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En esta fotografía tomada cerca de FortMcMurray, en Alberta (Canadá) se aprecian las minas de Syncrude Canada Ltd. situadas en las arenas de alquitrán de Athabasca. (Ben Nelms/Bloomberg via Getty Images)

Hasta hace poco, los economistas se contentaban con medir la productividad según dos factores: el capital de maquinaria y el rendimiento laboral. Pero cuando Robert Solow -que ganó el Premio Nobel de economía en 1987 con su teoría del crecimiento económico- hizo un seguimiento de la Era Industrial, descubrió que el capital de maquinaria y el rendimiento laboral solo representaban aproximadamente un 12,5% del crecimiento económico, lo que le llevó a preguntarse qué era responsable del 87,5% restante. Este misterio llevó al economista Moses Abramovitz, antiguo presidente de la Asociación Estadounidense de Economía, a admitir lo que otros economistas tenían miedo de reconocer: que el 86% era una "medición de nuestra ignorancia".

En los últimos 25 años, muchos analistas, incluido el físico Reiner Kümmel, de la Universidad de Wurzburgo (Alemania), y el economista Robert Ayres, de la escuela de negocios y centro de investigación INSEAD de Fontainebleu (Francia), echaron la vista atrás y volvieron a trazar el crecimiento económico del periodo industrial siguiendo un análisis de tres factores: el capital de maquinaria, el rendimiento laboral y la eficiencia termodinámica del uso energético. Descubrieron que lo que más cuenta en los beneficios, la productividad y el crecimiento de las economías industriales es "el aumento de la eficiencia termodinámica con la que se transforma la energía y las materias primas en en productos útiles". En otras palabras: la energía era el factor que faltaba.

Un análisis más profundo de la Primera y la Segunda Revolución Industrial revela que los avances en cuanto a productividad y crecimiento fueron posibles debido a la base de comunicación, energía y transporte y a la infraestructura que acompañaba a la plataforma de objetivos generales a la que estaban conectadas las empresas. Por ejemplo, Henry Ford no podría haber disfrutado de los grandes avances en cuanto a eficiencia y a productividad que trajeron consigo las herramientas eléctricas a su fábrica sin la red eléctrica. Ni las empresas podrían haber recogido los frutos de la eficiencia y la productividad de las operaciones integradas verticalmente sin el telégrafo y, más tarde, el teléfono. Esta tecnología les proporcionó comunicación inmediata, tanto con los proveedores como con los distribuidores, y acceso inmediato a las cadenas de mando de sus operaciones internas y externas. Ni las empresas podrían haber reducido sus costes de logística sin una red de carreteras completamente desarrollada. De igual manera, la red eléctrica, las redes de telecomunicaciones y los vehículos que conducen por las redes de carreteras funcionaban gracias a los combustibles fósiles, que requerían una infraestructura de energía integrada verticalmente para que los recursos llegaran de la fuente primaria a los consumidores.

La infraestructura de la tecnología de objetivos generales de la Segunda Revolución Industrial proporcionó el potencial productivo para que se diera un gran aumento del crecimiento en el siglo XX. Entre 1900 y 1929, Estados Unidos desarrolló una incipiente infraestructura de la Segunda Revolución Industrial: la red eléctrica, las redes de telecomunicaciones, el sistema de carreteras, oleoductos y gasoductos, la red hidráulica, el sistema de alcantarillado y el sistema de educación pública. La Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial ralentizaron estos avances, pero, después de la guerra, el establecimiento de una red de carreteras interestatales y la compleción de la red eléctrica a nivel nacional proporcionó una infraestructura madura y completamente integrada. Las infraestructuras de la Segunda Revolución Industrial supuso un avance en la productividad en todos los sectores, desde la producción de automóviles a la construcción de viviendas y comercios a lo largo de las carreteras interestatales.

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Tráfico en la carretera 101 al amanecer en Los Ángeles, en California (Estados Unidos). (Al Seib /LA Times via Getty Images)

En Estados Unidos, del año 1900 al 1980, la eficiencia energética global -la relación entre el trabajo físico utilizable y el trabajo físico potencial que puede extraerse de los materiales- aumentó de manera constante con el desarrollo de las infraestructuras del país del 2,48% al 12,3%. La eficiencia energética global se estabilizó en la década de los noventa alrededor del 13% con la compleción de las infraestructuras de la Segunda Revolución Industrial. A pesar del aumento de la eficiencia, que hizo que Estados Unidos ganara productividad y creciera, casi el 87% de la energía que se utilizaba durante la Segunda Revolución Industrial estaba siendo desperdiciada en la transmisión.

Incluso aunque mejorásemos las infraestructuras de la Segunda Revolución Industrial, sería improbable encontrar una manera eficaz de medir la eficiencia, la productividad o el crecimiento. Los combustibles fósiles han madurado y es cada vez más caro comercializarlos. Y las tecnologías diseñadas para funcionar con este tipo de combustibles, como el motor de combustión interna y la red de electricidad centralizada, han agotado su productividad y les queda poco que podamos explotar.

Está de más decir que es imposible tener una eficiencia energética del 100%. Sin embargo, hay nuevos estudios -incluido uno realizado por mi grupo de consultoría global- que demuestran que, con el cambio a las infraestructuras de la Tercera Revolución Industrial, se puede concebir aumentar la eficiencia energética global hasta el 40% en los próximos 40 años, sumado a un aumento significativo de la productividad que la economía experimentó en el siglo XX.

La empresa californiana de telecomunicaciones Cisco prevé que para el año 2022 el Internet de las Cosas generará un ahorro en costes y unos ingresos de 13 billones de euros. Un estudio de General Electric publicado en noviembre de 2012 concluye que el aumento de la eficiencia y los avances en productividad inducidos por un Internet industrial inteligente podrían repercutir en prácticamente todos los sectores económicos para el año 2025, afectando a "aproximadamente, la mitad de la economía mundial".

Aunque las infraestructuras digitales en constante desarrollo están haciendo del mercado capitalista tradicional un mercado más productivo y competitivo, también está incitando al crecimiento meteórico de la economía colaborativa. En una economía colaborativa, el capital social es tan importante como el capital financiero, el acceso es tan importante como la propiedad, la sostenibilidad sustituye al consumismo, la cooperación es igual de crucial que la competición y el "valor de cambio" se está complementando cada vez más con el "valor compartible" en la economía colaborativa del bien común. Ya hay millones de personas que están transfiriendo aspectos de su vida económica a la economía colaborativa. Los prosumers no solo producen y comparten su propia información, conocimiento, entretenimiento, energía ecológica, transporte y productos de impresión 3D en la economía colaborativa con un coste marginal prácticamente nulo. Muchos estadounidenses comparten casa, juguetes, herramientas y un sinfín de objetos. Por ejemplo, millones de residentes en un apartamente y de propietarios de casas comparten vivienda con millones de viajeros, con un coste marginal prácticamente nulo, utilizando servicios online como Airbnb o CouchSurfing. Solo en la ciudad de Nueva York, las 416.000 personas que se hospedaron en estas casas y apartamentos entre 2012 y 2013 le costaron a la industria hotelera de Nueva York 1 millón de pérdidas en noches de hotel.

Las empresas que se han mencionado anteriormente son colaborativas por naturaleza, de diseño compartible y se benefician de la arquitectura distribuida lateral de escala de la plataforma del Internet de las Cosas. Algunos de estos negocios tienen el valor compartible por la gratuidad, como CouchSurfing. Otros son mixtos y combinan la gratuidad con compensaciones de otro tipo. Todavía hay otras empresas que buscan meramente obtener beneficios, como eBay. Si pensamos en la economía colaborativa como una economía en la que se dan regalos, se redistribuye y se recicla con compensación o sin ella, todo el mundo está cubierto.

Las encuestas recientes subrayan el gran potencial económico de la economía colaborativa. Según un estudio reciente realizado por Zogby Analytics, al 54% de los millennials -los nacidos entre 1980 y 1990- les atrae la idea de compartir bienes, servicios y experiencias en una economía colaborativa del bien común. Estos difieren significativamente de los baby boomers -nacidos entre 1941 y 1955- y la generación de la Segunda Guerra Mundial a la hora de favorecer el acceso sobre la propiedad. Cuando se pidió a los encuestados que citaran las ventajas de una economía colaborativa, el ahorro de dinero encabezaba las listas de los encuestados, seguido del impacto sobre el medioambiente, la flexibilidad en el estilo de vida y la practicidad de compartir y tener fácil acceso a bienes y servicios. En cuanto a los beneficios emocionales, los encuestados le otorgaron el primer puesto a la generosidad, seguida de sentirse un miembro valorado de la comunidad, ser inteligente, ser más responsable y formar parte de un cambio.

¿Cuán probable es que la economía colaborativa interprete un papel aún más importante en la vida económica de la sociedad de las próximas décadas? Según una encuesta de opinión que llevó a cabo Latitude Research, "el 75% de los encuestados predecían que en los próximos 5 años se daría un aumento en la compartición de objetos físicos y de espacios". Muchos analistas de la industria están de acuerdo con estos pronósticos tan optimistas. En el año 2011, la revista estadounidense Timedeclaró que el consumo colaborativo era una de sus "Diez ideas que cambiarán el mundo".

Jeremy Rifkin es autor de 'La sociedad de coste marginal cero (Estado y Sociedad)'. Es asesor de la Unión Europea y de los jefes de estado de todo el mundo, además, es el presidente de la Fundación de Tendencias Económicas en Washington D.C. (Estados Unidos). Para más información, visita la web The Zero Marginal Cost Society.

Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero

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