Me llamaron poliflauta y me sentí orgulloso
En una asamblea tomé la palabra. Quise mostrar mi apoyo, mi agradecimiento y mi compromiso. Pero sobre todo me dirigí a mis compañeros, a los policías que estaban trabajando en la plaza, y a los que, fuera de su servicio, compartían este momento.
Hace algo más de un año, jóvenes y "menos jóvenes", hombres y mujeres tomaron las calles en una protesta permanente.
Decoraron las plazas con propuestas, con preguntas, con soluciones y verdades como templos. Nunca había visto tanta gente, tan diferente y tan parecida, tan cercana y tan unida, gritando a una sola voz.
Estaba naciendo una revolución que empezaba a mover conciencias.
A mí me despertaron de golpe, y fui consciente de que esta crisis no es financiera, que nuestro mundo está enfermo, lo que padecemos es una crisis de valores, una crisis de conciencia.
Quise unirme a ellos. Estaban provocando un cambio. YA INEVITABLE.
Mi indignación llegó a tocar la impotencia.
En algunas plazas y calles pudimos "sentir" la extrema dureza con la que trataron a los indignados en Madrid, Valencia y sobre todo en Barcelona, donde apalearon a gente pacífica. Aquella violencia fue brutal y gratuita. No era necesaria.
Pero sobre todo me indignó la tiranía de quien los manda. No consiguieron nada.
No consiguieron echarlos de la calle porque volvieron a ocuparla.
No consiguieron asustarles, porque no tenían miedo.
No pudieron con "la palabra".
A los indignados les pudo el corazón, la razón... y fueron sumando hasta hacerse más fuertes.
A finales de junio del año pasado, desde todos los puntos de España, cientos de personas salieron hacia Madrid. Eran las marchas indignadas.
Caminaron durante semanas por carreteras y pueblos. Transmitían su sueño, se despertaban conciencias. Fueron dejando huellas.
Lo que nació el 15 de mayo se estaba extendiendo.
Cuando llegaron a la Puerta del Sol de Madrid ya sumaban miles.
Llegaron el 23 de julio, llenaron la plaza, aquella noche quise unirme a ellos y en la asamblea tomé la palabra.
Quise mostrar mi apoyo, mi agradecimiento y mi compromiso. Pero sobre todo me dirigí a mis compañeros, a los policías que estaban trabajando en la plaza, y a los que, fuera de su servicio, compartían este momento.
Quise decirles que nuestra sociedad está enferma, les quise decir que estamos viviendo una estafa, que nos manejan y manipulan a su antojo, que hay personas y pueblos enteros que necesitan que estemos "despiertos". El futuro se presenta duro y deberíamos sumar al del resto nuestro esfuerzo por intentar cambiar este mundo. Deberíamos pensar con el corazón, ponernos en la piel del otro.
Me sancionaron con cinco días de empleo y sueldo. Dijeron que abusé de mis atribuciones como policía pero no fue así. Hablé desde el corazón y sin miedo.
Solo querían callarme, pero no han conseguido nada.
A primeros de este año el Juzgado de lo Contencioso-Administrativo me daba la razón y anulaba la sanción.
Al igual que el resto de los indignados sólo han conseguido hacerme más fuerte y creer más profundamente en lo que estamos haciendo.
Volví a tomar la palabra, volví a manifestaciones y asambleas, y lo seguiré haciendo para aportar siempre que pueda y mostrar mi apoyo. Y transformar mi compromiso en hechos; hasta que seamos escuchados... hasta que nos tengan en cuenta.
Deberíamos ser conscientes de que todos somos iguales, que todos tenemos los mismos derechos.
Nosotros, los policías, no deberíamos ser un yugo para los ciudadanos, deberíamos ser quien les liberara de él. Tendríamos que buscar los resquicios más pequeños para apoyar al pueblo. Somos "la llave".
Deberíamos ser conscientes de lo que está ocurriendo. Todos necesitamos un cambio. Todos pedimos un cambio. Y es necesario.
Empecemos siendo el cambio que queremos ver en los demás.
Me llamaron poliflauta y me siento muy orgulloso.
No volveré a callarme.