Si pudiera ser tu héroe
Europa necesita europeos y cada vez quedan menos. Alguien tendrá que dar el paso y proclamarse europeo por encima de cualquier otra consideración. Tendrá que hacer algo especialmente bello y tendrá que identificarse con todos y cada uno de los 500 millones de ciudadanos que ganaron el Premio Nobel de la Paz en 2012.
Foto: GTRESONLINE.
Y no, no me refiero a Enrique Iglesias. Me refiero a alguna de las personalidades destacadas que pueblan nuestro continente. Hubo un tiempo en el que se forjaban leyendas, mitos y cemento identitario. Se nos ha ido olvidando y nuestra sociedad europea, si es que existiera tal cosa, últimamente prefiere volver a los referentes del pasado en lugar de crear otros nuevos. La nostalgia invade la política occidental, cerrada sobre sí misma y su Estado-nación, con menos fe en el futuro que en el pasado. A lo que me refiero, en realidad, es a si podríamos encontrar figuras que nos unieran como europeos.
Nuestro continente ha sido una fábrica exportadora de héroes. Dedicando solo diez segundos se podrían enumerar 20, 30, 40 personalidades de origen europeo que el imaginario colectivo ha elevado a la categoría de héroe. De Aristóteles a Julio César, de El Cid a Rousseau, de Víctor Hugo a Cervantes, de Shakespeare a Mozart, de Beethoven a Rubens, de John Lennon a Velázquez, del Quijote a Tintín. De tantos a tantos otros y, lamentablemente muchas menos, tantas otras. Tienen calles, plazas, camisetas, exposiciones. Son susceptibles de inspirar tatuajes. Son parte de nuestro legado, de las preguntas del Trivial Pursuit y, al fin y al cabo, de cada uno de los Estados europeos. Ninguno de ellos es europeo como tal, y si lo es, es solo por extensión, porque en realidad son del Estado en el que nacieron. Es lógico y tampoco vamos a poner el grito en el cielo, entonces no existía eso que hoy llamamos Unión Europea.
América Latina nunca ha tenido el mismo grado de integración que nuestro continente y, sin embargo, forjó algunos héroes. Discutidos o no, el Che, Bolívar o Fidel se identifican por ciertos sectores ideológicos como referentes de la dignidad latinoamericana. Nótese que cuando se piensa en esas figuras no se piensa solo en Cuba, en Argentina o en Venezuela. Se piensa en un continente entero. Quizá Mandela sea el mejor equivalente en África, y quizá en Asia cueste encontrarlos todavía más. Pero es que resulta que ninguno de esos sitios ha llegado, ni por asomo, al nivel de integración supranacional que tenemos en Europa.
Europa, con todo, ha sido protagonista del más bello experimento internacional de la historia: esta es la primera vez que una serie de países históricamente enfrentados deciden libremente ceder soberanía y compartir hasta lo más profundo del Estado. Somos una nota a pie de página de la historia amenazada con ser suprimida. Ya se nos ha ido el Reino Unido y Marine Le Pen amenaza en una Francia enrarecida. También Wilders en Holanda y también tantos otros. Sin Reino Unido podremos salir adelante, quizá sin demasiados problemas, pero sin Francia no; y eso es lo peor de las elecciones que vienen. En todo caso, y hoy por hoy, la Europa que emergió tras la Segunda Guerra Mundial sigue viva. Y por eso, y a pesar de todo, aún podemos luchar por ella.
Se suele debatir mucho sobre la identidad europea, configurada ya como una mezcla de entelequia y animal mitológico que todo el mundo cree haber conocido pero que nadie encuentra. Como Eva Nasarre, vamos. He escuchado muchas ideas sobre cómo crear esa identidad y muchas de ellas son muy buenas: convertir la educación en una competencia comunitaria, crear un servicio público de televisión europea tipo BBC, favorecer la movilidad y el intercambio como vía para conocer a los vecinos o formar una selección de fútbol europea que juegue en el mundial. Yo las firmaría todas una por una. Estas y muchas otras. Pero lo que siempre echo en falta es la parte emocional de la vinculación identitaria. Lo más parecido a un héroe que tenemos en la Unión Europea, y digo la UE y no digo Europa, es Jean Monnet. Pero resulta que a Jean Monnet no lo conoce nadie. Y los que lo conocemos pues tampoco es que nos vayamos a comprar camisetas con su cara. Nuestro drama es que Europa necesita europeos y cada vez quedan menos. Necesitamos embajadores a los que llamar héroes dentro de 50 años. Referentes con los que vincularnos emocional y aspiracionalmente. Necesitamos verlos en las carpetas de nuestros nietos. Tatuados en sus brazos.
Qué fácil decirlo, claro. Hemos tenido poco tiempo y las identidades nacionales hacen competencia desleal. Sé que nuestra época no es muy de forjar este tipo de leyendas, pero tendrán que llegar alguna vez. Europa es también eso, hacer real lo imposible, ¿verdad? Alguien tendrá que dar el paso y proclamarse europeo por encima de cualquier otra consideración. Tendrá que hacer algo especialmente bello y tendrá que identificarse con todos y cada uno de los 500 millones de ciudadanos que ganaron el Premio Nobel de la Paz en 2012. Aunque solo sea porque haga cosas que los demás identifiquen como europeas. No sé, quizá podrías ser tú. ¿Qué sabes hacer?