Doctor Junqueras, piense que nos jugamos el pellejo
John Maynard Keynes no era solamente un economista, era una rara combinación de filósofo, hombre de estado, probabilista y bisexual. Probablemente era esta última condición, según sus biógrafos, la que le hacía capaz de ver las cosas desde múltiples puntos de vista, una capacidad que hoy se echa mucho en falta en Cataluña.
En su Tratado de probabilidad, Keynes esbozó una teoría de la racionalidad y recuperó la siguiente cita del Ensayo sobre el entendimiento humano de Locke:
"En la mayor parte de nuestros intereses, Dios nos ha proporcionado el discernimiento, permítaseme la expresión, adecuado, supongo que a ese estado de mediocridad y probabilidad en que se ha servido a ponernos en este mundo".
El tratado de Keynes pretendía atacar la confusión, muy típica en su época, de frecuencia con probabilidad. Es decir, a principios del siglo XX era típico pensar que si uno de cada 10 fumadores moría de cáncer, mis probabilidades de fumar sin que provoque la muerte por cáncer son del 90%, lo que en opinión de Keynes, era un razonamiento absurdo, porque confunde frecuencia con probabilidad y en realidad nuestro conocimiento de las (vagas) probabilidades es mejor que el reducido conocimiento que tenemos de las (exactas) frecuencias. Es decir, en este ejemplo, el razonamiento correcto para Keynes es más bien que fumar incrementa mis probabilidades de morir de cáncer en general, y esta verdad es más importante que cualquier número o ratio.
Al igual que Locke, y mucho antes que Daniel Kahneman, Keynes era pesimista con respecto a nuestra capacidad de razonar númericamente pero en cambio optimista con respecto a nuestra capacidad de actuar con raciocinio basándonos en argumentos como el anterior. Añadiendo a todo estas consideraciones una reflexión sobre el riesgo moral, Keynes concluye que en una situación en la que existen dos caminos, uno que reporta grandes beneficios pero que son poco probables, y otro que reporta pequeños beneficios pero que son muy probables, lo racional es tomar el segundo camino. De forma parecida, si dos caminos nos reportan beneficios similares, lo racional siempre es tomar el camino con menores riesgos, lo que para Keynes es un argumento de indudable peso para descartar en principio los cambios sociales revolucionarios.
Soy un caso perdido, y creo que aún es posible abordar la cuestión catalana con cierta racionalidad en vez de solamente con las tripas, y ahora mismo nadie está planteando los riesgos que se están corriendo, así como quién va a soportar esos riesgos. Déjenme explicarme.
Uno de los argumentos que los independentistas más repiten a los españoles (no catalanes) es que no tienen nada que temer del "procés" porque de hecho la república que van a crear será muy amable con ellos y les puede servir de ejemplo de cómo hacer las cosas mejor, y con republicanismo.
Ignoremos la arrogancia subyacente: yo no me creo que una futura República Catalana estuviera mejor gestionada de lo que hoy ya lo estamos, me remito a las pruebas. Los sucesivos gobiernos de la Generalitat desde que se reinstauró han rivalizado, si no superado, las cotas de mediocridad, recortes, corrupción e incompetencia establecidas por los correspondientes gobiernos centrales. Si yo fuera un enfermo y me tuviera que operar el Doctor Junqueras, buscaría una segunda opinión con respecto a su diagnóstico, porque no estoy dispuesto a creer por un acto de fe que todo irá bien simplemente si confío en él y en la Providencia.
Sin embargo, es muy cierto lo que dicen los independentistas catalanes de que los españoles (no catalanes) tienen poco que temer de todo esto: si se crea una república que es una chapuza, a ellos no les va a afectar apenas, ya que los que van a soportar los costes de este experimento a gran escala no son el resto de españoles, sino solo los catalanes, y eso incluye al más del 50% que no votamos a los independentistas y a los otros. Y ojo: yo no estoy en absoluto en contra de los experimentos (médicos o de los otros), pero sí me mosquea que me los hagan sin mi consentimiento.
Hay ciertos países que son como perfectos experimentos sociológicos para los politólogos, y muy a menudo estos experimentos salen mal (Cuba) y de vez en cuándo salen más o menos bien (Singapur). En el caso del Brexit, aún es demasiado pronto para saber como le irá al Reino Unido, pero por ahora no les va del todo mal (ni lo contrario). Pero en todo caso, tanto los experimentos fallidos como los exitosos son un bien social para los otros países, que pueden aprender lecciones de lo que han de hacer, o más a menudo, de lo que no han de hacer. Desde una perspectiva puramente racional, los terceros países -y especialmente los politólogos de los terceros países- tienen más que aprender de estos experimentos que cosas que perder. El único que pierde es el paciente si el experimento médico sale torcido.
Si yo fuera, pongamos, un podemista madrileño, solidarizarme con la Generalitat y reclamar una Catalunya soberana me cuesta más bien poco. El Doctor Junqueras (que a diferencia de Pujol ni siquiera es médico) no me va a operar a mí con un serrucho, y entiéndase por serrucho la Llei de transitorietat, que ojo, también pretenden enchufárnosla con un pack 2x1 junto con la independencia. Puedo por lo tanto defender la praxis republicana, ya que si el paciente muere, yo ni moriré ni habré sido el cirujano. Si el paciente por casualidad sobrevive, podré usar la operación del Doctor Junqueras como ejemplo para tratar a mis futuros pacientes con otro serrucho. Lo de primum non nocere se puede ir a tomar por saco.
Si en cambio yo fuera el médico tratante descartaría por completo tratar al paciente con un serrucho aunque en ocasiones los pacientes así tratados no mueran. Me consta que una parte importante de los dolores del paciente son psicosomáticos y que la cirujía es innecesaria, y en casos como este un buen médico preferiría incluso tratar al paciente con homeopatía a hacerlo con un serrucho, que aunque no tenga valor científico alguno más allá del efecto placebo, rara vez ha matado a nadie.
Tengo la mala suerte de ser el paciente, y la verdad es que yo no soy de los que más se juegan en esto, a pesar de todo. Tengo un piso y algunos ahorros en Barcelona, pero si las cosas van mal dadas puedo llevarme mis ahorros a Francia (que no el piso). Otros no tienen tanta suerte y tienen su trabajo y su familia en Barcelona, y por lo tanto muchas más cosas que les podrían ir mal si se torciera el asunto.
Y ojo, que si los hechos consumados se acaban produciendo puede que las cosas no vayan tan mal al fin y al cabo. Con suerte, no habrá corralito y el Doctor Junqueras no tendrá que abandonar la Generalitat en helicóptero. Con suerte, cuando estemos fuera de la UE podremos cerrar un acuerdo bilateral para que sigan viniendo los turistas sin visado y además podemos legalizar fumar en los casinos, consolidando así definitivamente el modelo de crecimiento turístico al que la Generalitat tanto ha contribuido desde hace años. Y es que la independencia puede, en efecto, multiplicar las oportunidades de dar pelotazos cobrando un 3%.
Eso sí, pase lo que pase, el Doctor Junqueras estará contento ya que para él, lo importante no era la salud del paciente sino haber usado su serrucho. Observen esta entrevista de Junqueras en 2014: llevan ya un año de retraso con respecto al calendario, pero no se puede negar que no se escondían.
El independentismo tiene cualidades antifrágiles (cuánto peor, mejor), ya que sus votantes son tan complacientes con sus amados líderes que les eximen de cualquier responsabilidad de lo que está pasando y de lo que pueda pasar. Ni Rajoy ni ningún otro político en España tiene semejante cheque en blanco, y en las próximas semanas esperemos que se evite entrar un elefante en la cacharrería. Será complicado.
Nadie sabe lo que puede pasar, y a lo peor gana la causa independentista. Y esperemos que si lo hacen sea sin sangre: lo que es seguro es que a los catalanes su hipotética independencia no nos va a salir gratis, aunque algunos sí se lo crean.
En mi anterior post deseé por que todo esto acabe de forma parecida a lo que ocurrió en Australia en 1933. Sinceramente lo espero, pero es fácil argumentar que Cataluña es unas 10 veces mayor que Australia Occidental en 1933, por lo que las probabilidades de que algo se tuerza (Dios no lo quiera) son también mucho mayores.