Londres 2012: Unos Juegos Para... Todos
Convendría aclarar que ir en silla de ruedas, o tener autismo, es un hecho aleatorio, como el que tiene un tío en Alcalá de Henares, y no determinante. Es hora de afirmar alto y claro que la gente de la diversidad funcional no está enferma. No reclaman la piedad de sus semejantes, sino el acceso a una VIDA INDEPENDIENTE. Como la del resto de los seres humanos.
La ceremonia de inauguración de los Juegos Paralímpicos de Londres 2012 se ha celebrado con un nivel de espectáculo propio de la ceremonia de inauguración de unos... ¡Juegos Olímpicos! ¿Qué te parece? Los millones de personas que diariamente han de superar grandes retos para conseguir disfrutar de lo que les ofrece a su alrededor la vida, debieron de experimentar frente al televisor un escalofrío semejante al que sacudió a las personas de raza negra cuando Obama tomó posesión de la Casa Blanca. Acostumbrados a ser tratados como ciudadanos de segunda regional por sus semejantes, o incluso en bastantes ocasiones a no ser siquiera merecedores de trato alguno; habituados a sentirse continuadamente ignorados por una sociedad que se empeña en no verles, la explosión de fuegos de artificio que reprodujo el Big Bang en el firmamento londinense debió de sonarles a gloria.
Pero el mensaje no iba dirigido a ellos, que de sobra lo conocen, sino al resto de los mortales. La inversión pirotécnica en el estadio olímpico no consistió en un gesto caritativo del Comité Organizador para con los pobrecitos discapacitados, sino en una llamada de atención al gran público sobre un deporte de alta competición que les puede procurar pingües ingresos. Los Juegos Paralímpicos producen una apasionante exhibición de talento a la que hasta ahora los humanos no le habíamos prestado la mínima atención por puro desconocimiento. Por suponer que este asunto incumbe sólo a un puñado de cojos. Por reducirlo a una cuestión de vendedores de la ONCE merecedora de comentario en reuniones de grupos parroquiales. Materia periodística para el pobre locutor que lleva veinte años haciendo turnos de noche sin vislumbrar indicios de que se le transfiera a una jornada más agradecida. Una actividad, para centrarnos, carente de interés. Hasta que a Londres 2012, de pronto, se le ocurre brindarle al deporte practicado por personas con capacidades diferentes la posibilidad de salir para siempre del armario. Una oportunidad única que no debemos dejar escapar.
Cualquiera que haya tenido alguna vez la oportunidad de ver jugar al Fundosa sabe que, sobre una silla de ruedas, el baloncesto cobra velocidad, como el hockey sobre patines, y sus choques en defensa resultan mucho más espectaculares que los de la liga ACB. Que los aficionados no se acercan al pabellón de los Agustinos por hacerle un favor a un amigo que tiene un hijo impedido en el equipo, sino por pasar una tarde de emoción trepidante confiando en que los de Sevilla no tengan ese día inspiración con los triples. Pero, en un mundo en el que hasta antes de ayer a los que nacían con síndrome de Down no se les mostraba la calle, urge la elaboración de un Manual de Instrucciones, de una explicación clara y concisa de quiénes son esta gente de la DIVERSIDAD para que sepamos apreciarles en su justa medida. Para que podamos relacionarnos con ellos de tú a tú; con la misma normalidad con que los estudiantes con Erasmus se relacionan con individuos que hablan otro idioma.
Podríamos empezar por corregir la semántica y cambiar el desafortunado discapacitado por DIVERSO FUNCIONAL. Ya que, aunque al final esto del lenguaje dé lo mismo (pues tanto si a una persona la llamamos azafata como si le decimos asistente de vuelo, va a tener que recoger de igual forma en el avión las pringosas bandejas con los restos de Coca Cola vertidos por el niño sobre la lasaña), para empezar a comprender el mundo que nos ocupa, nos puede resultar de gran ayuda. El concepto diversidad funcional, frente a discapacidad, confirma sin necesidad de mayores aclaraciones a quien lo escuche que nadie está menos capacitado que nadie. Que cada uno estamos capacitados de distinta manera. Que todos funcionamos de un modo diverso.
A mí este camino me lo mostró Javier Romañach, un brillante ponente con el que coincidí en una charla sobre Derechos Humanos. (Y ya aprovecho para aclarar que ponente viene del latín, gallina, y consiste en poner los huevos encima de la mesa para que los conceptos queden claros.) Javier entonces iba de activista y yo de moderador. Y en el podio, en mitad del evento, me disparó sin previo aviso: ¿sabes cuál es la diferencia entre nosotros dos? Y, como yo le contesté con una pausa, él solo enseguida resolvió el enigma: Pues que tú eres Fesser, periodista y yo, que soy ingeniero informático, soy Romañach, el de la silla de ruedas. Y caí en la cuenta. ¿Por qué describir y juzgar a la gente por aquello que no puede hacer? ¿Quién nos ha inducido equivocadamente a referimos a Javier como el que no puede andar mientras que a nadie se le ocurriría definirme a mí, por ejemplo, como el tipo ese que no puede volar?
Convendría aclarar que ir en silla de ruedas, o tener autismo, es un hecho aleatorio, como el que tiene un tío en Alcalá de Henares, y no determinante. Es hora de afirmar alto y claro que la gente de la diversidad funcional no está enferma. Ni, por tanto, su objetivo en la vida es viajar a Lourdes en busca de una curación milagrosa. Los diversos funcionales son, sencillamente, personas que funcionan de una manera distinta a la que estamos habituados la mayoría. No tienen cura, son así. Igual que los de Atenas no hablan raro, sino otro idioma. Igual que ser gay no es pecado, sino una inclinación sexual que la gente no elige.
Es hora de afirmar alto y claro que los diversos funcionales no reclaman la piedad de sus semejantes, sino el acceso a una VIDA INDEPENDIENTE. Como la del resto de los seres humanos. Que una niña de once años que se desplace hoy en silla de ruedas por la Comunidad de Madrid no está enfadada con el mundo por tener que moverse en silla (que, por cierto, las hay muy chulas), sino porque, cuando una compañera del cole la invite a pasar el fin de semana con sus padres en la sierra, tendrá que decir que no sabedora de que su silla no entrará por la puerta del cuarto de baño y se tendrá que hacer pis encima. Un riesgo que, en la pubertad, resulta una vergüenza inasumible. En el año 2012, el de los Juegos de Londres, en una ciudad como Madrid, España, de cada 10 veces que alguien que vaya en silla quiera hacer pis, 8 se lo tendrá que hacer encima o, con disimulo y arrimado a una farola, en un botellín de Mahou.
Realidad que nos sugiere la necesidad de intentar un nuevo enfoque con esta gente. Una aproximación que sustituya el nada atractivo prisma de la CARIDAD (qué pena, lástima de niña tan joven...) por el impactante de la JUSTICIA (¡baños accesibles para todos ya!). Porque el derecho de un niño a hacer pis, como el de poder asistir al estreno de Brave, entra en el capítulo de la Declaración de Derechos Humanos. De la Convención de Ginebra. Y el gobierno que permita la construcción de un nuevo edificio sin rampa la incumple.
Londres 2012 nos brinda la posibilidad de borrar el estereotipo paternalista que agrupa a este colectivo en el conjunto vacío pobrecillos y se dirige a ellos como si tuvieran encefalograma plano. Porque conviene advertir que algunos diversos, como los monos con cara inocente del Peñón de Gibraltar, te pueden arrancar los dedos de un bocado si aproximas demasiado la mano para acariciarles. Se puede ser parapléjico y soplagaitas. Sordo y mala persona. Ciego y maltratador. Es perfectamente compatible. Pero atención, al igual que ocurre en la orilla de los capacitados, esta variedad no viene siendo el pelaje habitual y, por la misma regla de tres que rige a los otros, se puede ser tetrapléjico y llamarse Stephen Hawkings. Bipolar y Abraham Lincoln. Sordo y Francisco de Goya. El que vende cupones, como el que cava zanjas en una obra, en muchos casos está ahí porque no encuentra otro trabajo, no porque no reúna otras habilidades. Pero la gente no tiene tiempo de pararse a pensarlo.
Para que la puerta que abre Londres por vez primera no vuelva a cerrarse al final de los Juegos, urge pues la elaboración de ese Manual de Instrucciones. Consejos prácticos que han de ser dictaminados desde el mundo de la diversidad porque, el resto, no sabemos por dónde empezar. Por ejemplo: ¿Si te presentan a un tetrapléjico le das la mano? La intuición te indica que no, porque le vas a recordar su desgracia. Cualquier tetrapléjico te respondería que sí, porque aunque él no pueda tenderte la suya, espera que seas una persona educada y tú le cojas la mano y se la aprietes. Para hacerle sentir que es un expedicionario más en esta aventura de la vida y no un bulto, una mochila que los demás tenemos que cargar con resignación a la espalda. ¿Cuándo ves a un ciego en un paso de cebra le ayudas a cruzar la calle? Pues solo si él quiere. Lo primero es presentarte y preguntarle si necesita ayuda. A nadie le gusta que le cojan del brazo sin avisar y, mucho menos, que le pongan en una acera que él no controla, mirando a Alcobendas, cuando en realidad quería coger el autobús a Cibeles. ¿Si en tu portal hay una pareja de sordos hablando con lenguaje de signos te sitúas a hablar por el móvil justo detrás de ellos? Pues no es lo más conveniente porque, como no pueden oír nada, les inquieta tener a alguien pegado sin conocer cuáles son sus intenciones. Si te invitan al estreno de la última de Trueba y quieres felicitarle personalmente a la salida ¿a qué ojo le miras? Al que no tiene panavisión y, de este modo, ni te mareas tú, ni mareas al cineasta. Y así hasta el total de las 50 Preguntas más Frecuentes de la Diversidad que necesitan respuesta urgente.
Ojalá se animen a facilitárnoslas quienes en algún momento de sus vidas debieron formularse la pregunta del millón: ¿soy yo el que está mal hecho o es la sociedad en que vivo la que está mal diseñada y me impide funcionar con normalidad? Para que todos aprendamos a mirarles de frente y a los ojos. Sin compasiones. Pero con respeto. Para conseguir una reivindicación de igualdad que va más allá de la discriminación positiva. Porque está muy bien que, de cada 50 empleos, uno se reserve para un trabajador discapacitado; pero más justo sería proporcionarles herramientas para competir en igualdad. Y ya veríamos luego si, de las 50 plazas, obtiene una un minusválido por caridad, o se colocan dieciocho diversos por justicia.
El encomiable compromiso del Comité Organizador de Londres 2012 va mucho más allá de una mera ceremonia de inauguración. Los derechos televisivos concedidos a Channel Four llevan implícita la obligatoriedad de retransmitir los Juegos Paralímpicos en horas de máxima audiencia y de otorgarles a sus participantes el tratamiento de deportistas de primer nivel. Es pronto para analizar impactos pero, con un poco de suerte, igual a esta competición le ocurre lo mismo que al fútbol europeo en Estados Unidos; que desde que lo empezaron a poner en televisión porque ESPN y FOX encontraron la fórmula de insertar publicidad sin tener que esperar 45 minutos al descanso, el crecimiento exponencial de seguidores es imparable. Y lleva camino de comerse las audiencias del fútbol americano y del beisbol en diez años.
Y, de todas maneras, si en el peor de los escenarios nada de lo vaticinado se cumpliese, por lo menos con la disculpa de la celebración de los Juegos, el 25% del metro de Londres se ha quedado libre de escaleras. Algo que celebrarán con gran regocijo las madres y padres jovencitos del Sanchinarro de allí porque, durante una media de tres años, tendrán que empujar a sus bebés por la ciudad del Támesis en carritos.