Por qué nos gusta tanto Portugal
Este no es un artículo de viajes, pero después de cinco años de visitas periódicas al país de Pessoa, me permito la osadía de destacar algunas de las costumbres y curiosidades más chocantes para esos viajeros primerizos, aunque se me acuse de caricaturizar. Porque Portugal no es un país fácil de entender para nuestra mente carpetovetónica.
Foto de Lisboa./REUTERS
Contaba Julio Llamazares después de escribir su espléndido Trás-os-Montes que uno de los últimos días de su viaje, mientras cruzaba con su coche por un pueblo de las montañas que hacen frontera natural con Portugal, saludó a unos paisanos que a la fresca junto a la carretera pasaban la tarde. Como siempre hacía durante esas semanas que había estado viajando por la comarca portuguesa, levantó el brazo educado a los contemplativos individuos. Pero en lugar de recibir una cortés respuesta con la mano o la cabeza como era habitual, escuchó un claro y directo: ¡Gilipollas! Entonces se dio cuenta: había cruzado la frontera sin percatarse y se encontraba en un pueblo español de costumbres algo... diferentes (ejem).
Porque parafraseando a Fraga, el que es different de verdad para un español es sin duda un Portugal al que siempre le hemos dado la espalda o quizá algo más abajo..., tan ignorado como cercano geográficamente en una paradoja que el gag de Llamazares pone en evidencia. Por increíble que parezca, en cuanto uno cruza la Raya (alrededor de 1.250 kilómetros de frontera) las diferencias son más que evidentes, y no siempre a su favor claro.
Sin embargo, cada vez me encuentro más españoles que se aventuran hacia lo desconocido, y después de haberse recorrido media Asia y parte del extranjero (desde Jordania, pasando por Vietnam o Zanzíbar, por ejemplo) ahora han decidido mirar al oeste y se han encontrado con que hay vida más allá de Mérida.
Este no es un artículo de viajes, pero después de cinco años de visitas periódicas al país de Pessoa, me permito la osadía de destacar algunas de las costumbres y curiosidades más chocantes para esos viajeros primerizos, aunque se me acuse de caricaturizar.
Hay silencio en todas partes. Portugal no es un país fácil de entender para nuestra mente carpetovetónica: está lleno de gente que habla bajo. Como tampoco vamos a lanzar teorías antropológicas sin un trabajo de campo riguroso, a mí se me ocurre que puede ser por aquello de la saudade (leer más abajo) o por una positiva influencia anglosajona (que las hay; anglosajonas e incluso anglosajonas positivas). Curiosamente, cuando se les pregunta si no piensan que los españoles somos un tanto ruidosos, dicen que no, que les parecemos divertidos y alegres. Eso es mirar el vaso medio lleno y lo demás son tonterías.
Diferente forma de entender la conducción. Sí, tras el eufemismo se esconde la frase más descriptiva y coloquial: conducen como locos. Sin embargo, he de decir que si bien pensar así es el primer impulso, tiempo después uno se da cuenta de que se trata de un hecho cultural. Como que no se puede rechazar un té moruno en Marrakech, permanecer calzado en las casas escandinavas o clavar en Japón los palillos en la comida... En Portugal se conduce con iniciativa o no se conduce. Es decir, uno nunca debe mirar qué hace el otro y luego actuar sino todo lo contrario, primero te metes y luego ya miras. Una vez entendido esto y un buen seguro a todo riesgo, todo es coser y cantar.
La mayoría de sus playas no están destrozadas por la construcción galopante. Sí..., yo he visto playas que nunca creeríais más allá de Ayamonte. Tras sufrir en primera persona el lento machaque de alguna costa del sudoeste español, poder disfrutar de playas con sol y sin gente en la costa atlántica es un lujo. Antes de que alguien se lance a trolearme, quiero hacer la salvedad de que en esta descripción no estamos hablando del Algarve. Lo sé, el Algarve es una cosa y el resto de la costa portuguesa es otra. Es como si hubiera sido el experimento que te sale mal y clamas eso de "nunca mais". Entonces llega la divina providencia y te deja en lo alto de la Serra da Estrela una Ley de Costas que no se la salta un torero, perdón, un forcado.
Hay un Portugal chic que desconoces. Si eres de los que piensan que Portugal deja mucho que desear en buen gusto y estar a la última, tienes que reciclarte. Te sorprenderá la arquitectura de sus edificios modernos, los acabados de las casas más modestas y lo detallistas que son en muchos de los sitios que visites ... En ocasiones puedes tener hartura del aroma decadente que desprenden algunas de sus ciudades (sobre todo Lisboa, y Oporto), sí, pero también te encantará el gusto por las cosas bien hechas y la elegancia bien entendida de algunos de sus restaurantes y sus comercios. (A mí nunca me habían cambiado los cubiertos con guante de felpa hasta llegar a la Ciudad Invicta).
Los camareros tardan siglos en servir pero, relaxing cafe con leite en la Praça da República. No solo ocurre en los restaurantes, pero efectivamente en Portugal el ritmo está contagiado de una especie de sentimiento fatalista de la vida, eso que algunos llaman saudade. O sea, una pachorra que no es normal, vamos. Pero todo lo suplen con una amabilidad nada servil y una efectividad en la segunda oportunidad que nos reconcilia con todo. Y después, claro, está la comida, que cuando al fin llega sorprende y satisface cualquier paladar. Y sí, creeme, es posible acostumbrarse al cilantro... ¡y que te guste!
Ni rastro de antiespañolismo. Nuestro querido profesor Miguel Ángel Bastenier decía alguna vez que los españoles ignoramos a Portugal por un sentimiento de agravio histórico. Decía el sabio periodista que al fin y al cabo representa a la "Cataluña" que sí logró separarse. Dejando a un lado la exactitud de la provocadora sentencia, es verdad que Portugal fue española durante sesenta años tras una incruenta anexión y enlaces diplomático-matrimoniales en la monarquía de Felipe II. Y quizá por esto y por las continuas escaramuzas fronterizas, Portugal ha tenido siempre la sensación de que iba a ser invadido o conquistado por nosotros; al principio, por las armas, después, culturalmente. En mi experiencia, no hay ni rastro de esa prevención, y si existe, no se hace patente. Supongo yo que los movimientos ronaldistas e ikeristas también han hecho lo suyo por esa pacificación.
Foto de Praia do Norte./REUTERS
Uno de los escritores portugueses más profundos e interesantes, Miguel Torga, decía que su patria acababa en los Pirineos. Si después de todo, te animas a probar esto del paniberismo, y haces de Sagres o Viana do Castelo tu última frontera, aquí te dejo unas pistas rápidas para españolitos aventureros:
- No pidas una bica (café expreso) en Oporto, ni un fino (una caña de toda la vida) en Lisboa, sino todo lo contrario.
- Es barato, pero no tanto. El 23% de IVA se nota, así que no te creas que vas a ser Mr. Marshall redivivo.
- Casi todos los portugueses te van a entender cuando tú hables español, pero tú no vas a entender a casi ninguno cuando hablen portugués (muchos hablan español por cierto, y orgullosos de hacerlo)
- No te olvides de probar el vino autóctono. Hace tiempo que se acabó la época de nuestros padres en que era difícil hallar caldos interesantes. Ahora hay muy bueno y, por cierto, barato.
- Ya que vas a cruzar la Raya, no te pierdas las ciudades fronterizas españolas y portuguesas, desde Tui a Olivenza, Tavira, Sanlúcar de Guadiana y Alcoutim, pasando por Aldea del Obispo o Elvas, suelen todas tener grandes fortalezas representantes del miedo que nos ¿teníamos?