La falacia de la excelencia universitaria
Nos machacan desde hace años con el estribillo de que el problema de que la universidad española no sea excelente ni esté bien posicionada en los rankings depende de sus profesores. Dejaremos para otro día la falacia de esos listados y nos centraremos en el concepto de "excelencia" que se nos está queriendo vender.
Nos machacan desde hace años con el estribillo de que el problema de que la universidad española no sea excelente ni esté bien posicionada en los rankings depende de sus profesores. Dejaremos para otro día la falacia de los rankings, porque entonces deberíamos comparar presupuestos de nuestras universidades con los de las demás, la concepción del trabajo que se tiene en el extranjero, el prestigio social de sus profesionales, comparar -en suma- el apoyo social, económico y político a las universidades.
Por el momento, nos centraremos en el concepto de "excelencia" que se nos está queriendo vender desde la instauración del Plan Bolonia. Evidentemente, no se les exige a quienes ya están apoltronados en buenos puestos, sino a los precarios que hemos sostenido las universidades durante la crisis.
Esta "excelencia" parte de una concepción del mundo como jungla. Según este modelo, sólo se entienden dos maneras de conseguir objetivos, si es de mentalidad competitiva:
- Promocionar a los tipos sin escrúpulos, capaces de anteponer los objetivos empresariales-universitarios. Evidentemente, se insiste en ver la universidad como una empresa, como una máquina de hacer dinero y de conseguir títulos, cuando esa es precisamente la última de sus funciones. Por esta regla de tres, se exige un tipo de profesional que pone su CV por encima de cualquier cosa: familia, amigos, buenas prácticas... Este tipo de profesionales suelen conseguir muy buenos CVs porque su obsesión en la vida es tenerlos. Estamos acostumbrados a ver que muchos crean mal ambiente de trabajo, a la mayoría les cuesta trabajar en equipo, y todos ellos ven el mundo como una competición con quienes no son compañeros, sino rivales.
- Fomentar una lucha sin cuartel entre universidades y profesores que, desde el horror del evolucionismo social, permita sobrevivir sólo a unos pocos. No parece el mejor modelo para una institución educativa ni un método que haya demostrado ser eficaz en nuestro país.
El problema es que, en la universidad, quienes tienen poder de decisión han realizado una falaz analogía entre excelencia y crueldad competitiva, de tal modo que cualquier propuesta contraria se lee sólo como "esos que no quieren trabajar", cuando los menos competitivos son precisamente quienes más suelen trabajar y mejores equipos crean.
Seamos sinceros: no conozco a nadie comprometido con la cooperación y las buenas prácticas que no cumpla perfectamente sus contratos y que incluso regale gran parte de su tiempo libre a mejorar en su trabajo y ayudar a que el trabajo del resto mejore. El modelo competitivo como centro del universo es, ante todo, una gran mentira.
Los propios sociólogos y psicólogos no acaban de concluir la mejor manera de conseguir resultados, aunque suelen coincidir en que la estimulación por cooperación suele dar mejores resultados que la estimulación por competitividad. Que no lo veamos en la vida cotidiana se debe, ante todo, a un adiestramiento histórico hacia obtener mejores notas, tener más títulos y aparecer en más sitios: la famosa "titulitis". Cuando ya nos hemos cansado de quejarnos de que en muchas empresas te valoren más un título que tu capacidad, nuestros dirigentes universitarios aplican absurdamente la "titulitis" a sus profesionales.
Por otra parte, es imposible valorar quién es más excelente. En la universidad, conocemos magníficos profesionales que apenas publican, que no figuran en ningún ranking, pero que viven su trabajo intensa y casi exclusivamente para dar las mejores clases, motivar en sus departamentos, estar al día y crear equipos.
Por el contrario, conocemos profesores con grandes CVs, expertos en redactar memorias, en publicar docenas de pequeñas variaciones sobre lo mismo y en estar todo el día congreso va, congreso viene... Mientras faltan a sus clases o las imparten con un nivel desastroso. Y no, las encuestas a los estudiantes jamás representan la realidad docente.
Hay que plantearse, por consiguiente, si realmente se quiere que cada profesor esté obsesionado con la lucha sin cuartel, por una publicación más, por una conferencia con avión y hotel pagados, y no con preparar bien su clase, crear buen ambiente, construir equipos eficaces...
En este momento, con sueldos universitarios entre 300 y 1.450 euros durante ocho o diez años, con cien alumnos por clase -exigiendo tutorías personalizadas, evaluación continua por trabajos, prácticas...-, con montañas de burocracia, con mayor número de clases que en muchas universidades extranjeras, con escasa motivación para investigar... Cuesta mucho tener grandes CVs sin desatender tu trabajo y/o tu vida privada. Así la hemos desatendido casi todos en la universidad.
Dudo de que dicha renuncia nos haya hecho mejores personas o mejores profesionales; seguramente, ha sido todo lo contrario: nos ha vuelto menos excelentes. ¿De verdad un profesional excelente que llegara a la UCM (por poner el ejemplo que conozco) seguiría siendo así de excelente con nuestras condiciones laborales, con este desprestigio constante de su personal? Es absurdo.
Por ello, considero que existe un tercer modelo, el bueno. Se deben exigir méritos suficientes que permitan seleccionar a buenos profesionales, pero una vez conseguido esto, habrá que fomentar la colaboración y la motivación para poder trabajar sin preocuparte por cómo vas a pagar tus facturas, por no tener un segundo para ver a tu pareja, por no poder cuidar a tu familia.
Este fue el principio motivador de las acreditaciones externas de buena calidad que la mayoría del personal docente e investigador joven de las universidades españolas hemos tenido que sufrir. Se nos han exigido publicaciones en importantes revistas científicas, publicaciones de libros que no fueran simples manuales ni copias de nuestras tesis doctorales, asistencia a congresos internacionales (a menudo como ponentes invitados), experiencia en gestión pública, experiencia docente con evaluaciones positivas de calidad. Pero ahora se pide más excelencia, más presión... A cambio, siempre, de nada.
En nuestras charlas familiares, en el bar, paseando con un amigo, insistimos una y otra vez en que la sociedad ha perdido sus valores, en que está gobernada por el consumo, la "titulitis" y la competición inmoral. Cuando seleccionamos a los profesores que educarán a nuestros hijos se defiende un modelo cruel, irreal y centrado en lo más sórdido de nuestros defectos como sociedad.
Ser "los mejores en CV" no implica ser buenos profesionales. Y debemos apostar por los buenos profesionales antes que por el star system de lo que no es excelencia.