La verdad del prelado Martínez
En una entrevista que recuperó El Intermedio, pudimos ver el talante del arzobispo de Granada, el legionario de Cristo Francisco Javier Martínez, apegado a los privilegios y despotismos de que antaño gozaron -y aún se permiten revivir- los pastores de la iglesia católica de Franco para despacharse de modo tan desfachatado.
Aun contando con el precedente del arzobispo de Zaragoza, cesado recientemente por encubrir los abusos sufridos por un diácono por parte de un cura de la localidad de Épila, no creo que al arzobispo de Granada le vaya a ocurrir lo mismo. Porque si la verdad es la verdad y no se debe ocultar, como ha dicho el obispo de Roma, me temo que la verdad de monseñor Francisco Javier Martínez no quede al descubierto. Cierto es que, en lo referente a monseñor Ureña, en la verdad concurría además, como agravante, la compra del silencio de la víctima por poco más de cien mil euros, algo que con toda seguridad fue determinante para su cese.
En el caso de Francisco Javier Martínez, a propósito de la carta de Daniel al papa Francisco y los abusos sexuales cometidos por el clan de los Romanones en la diócesis de Granada, hay unos precedentes que se deben tener en cuenta al valorar la posibilidad de que el arzobispo no hubiera intervenido de no haber mediado el teléfono del pontífice Bergoglio. Para ello hay que remontarse al cura pederasta de Peñarroya-Pueblo Nuevo (Córdoba), en 2001, al que monseñor Martínez (obispo a la sazón de aquella diócesis) prestó ostensible protección.
Los padres de las seis niñas que sufrieron abusos sexuales contrataron a un abogado para que informase a monseñor Martínez de los mismos, sin obtener respuesta alguna por parte del prelado. Dos años después, y habiendo sido condenado el sacerdote, el abusador seguía celebrando misa, sin que fuera expulsado de su ministerio hasta que monseñor Martínez fue sustituido como obispo por su sucesor, tras su refriega con el director de Caja Sur.
Conviene recordar que, con 37 años, el legionario de Cristo Francisco Javier Martínez se convirtió en el obispo más joven de España, que en un principio lo fue como auxiliar de Madrid. Llegó a Córdoba a la edad de 48, donde permaneció ocho años, marcados por su rivalidad con Miguel Castillejo, el sacerdote presidente de Cajasur y banquero del Vaticano en España. No fueron buenas las relaciones con el joven y ambicioso prelado, por lo que la superioridad acabó por trasladar a Martínez al arzobispado de Granada en 2003, poco después del caso de las niñas de Peñarroya-Pueblo Nuevo.
Gracias a El Intermedio, hemos recuperado la entrevista que Alberto Almansa, excelente periodista ya fallecido, le hizo al entonces obispo de Córdoba con el mayor de los respetos, pero sin eludir el flagrante caso de los abusos sexuales aludidos. La actitud de monseñor deja claramente en evidencia el talante del legionario de Cristo, Francisco Javier Martínez, apegado a los privilegios y despotismos de que antaño gozaron -y aún se permiten revivir- los pastores de la iglesia católica de Franco para despacharse de modo tan desfachatado.
PS.- Una vez puesto el punto final a este artículo, leo esta noticia en El Confidencial: la diócesis de Córdoba mantiene a José Domingo Rey Godoy, cura condenado por pederastia (el de Peñarroya), en el staff de su archivo. Rey Godoy ha sido respaldado por tres obispos de Córdoba: Francisco Javier Martínez, actual arzobispo de Granada; Juan José Asenjo, actual arzobispo de Sevilla, y por el actual obispo de la diócesis cordobesa, Demetrio Fernández. La verdad es la verdad y no se debe ocultar, papa Bergoglio.