El mazazo de Maza
"Las querellas del fiscal general y los autos de la jueza de instrucción de la Audiencia Nacional apestan a franquismo. No son actos de administración de justicia de un Estado democrático, sino de persecución política en los que nunca deben participar ni fiscales ni jueces". El entrecomillado es del catedrático de Derecho Constitucional Javier Pérez Royo, quien en un artículo en eldiario.es se sumaba hace dos días a la legión de juristas, políticos y analistas que han puesto en cuestión además de la competencia de la Audiencia Nacional para juzgar al Govern por un delito de rebelión, el papel desempeñado por José Manuel Maza en el conflicto catalán.
El máximo responsable del Ministerio Fiscal está en el centro de la diana, y no sólo por ser artífice de una disparatada y más que dudosa estrategia judicial, sino por dar al traste con el objetivo de Mariano Rajoy de normalizar Cataluña con la convocatoria de unas elecciones tempranas. Ha sido ahora, con la entrada en prisión de Junqueras y una parte del Govern cuando desde Moncloa han puesto el grito en el cielo. No lo hicieron cuando Maza decidió sacar la causa del 1-0 del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña para llevarla a la Audiencia, ni cuando amenazó con meter en la cárcel a 700 alcaldes, ni cuando radió el delito de rebelión que pensaba imputar a los líderes del independentismo, ni cuando interpuso sendas querellas contra la Mesa del Parlament y el Govern... Mucho menos cuando maniobraba para obstaculizar la investigación sobre la corrupción del PP y fue reprobado por el Parlamento.
Ahora es distinto. Porque con la aplicación de un 155 limitado en el tiempo y la convocatoria de unas elecciones el 21-D, Rajoy y con él el llamado constitucionalista, empezaban a ver luz al final del túnel. Al fin y a la postre los independentistas habían legitimado prácticamente desde el principio unos comicios convocados al amparo de una Constitución por la que no se sentían concernidos y la presión social había disminuido tras una esperpéntica declaración de independencia que abochornó a los propios secesionistas.
El auto con el que la jueza Lamela envió a prisión al Govern destituido no hubiera sido posible sin la petición previa de Maza de solicitar la medida cautelar que finalmente se hizo efectiva. La entrada en prisión de parte de su Govern mientras él busca dilatar el procedimiento penal desde Bruselas ha resucitado políticamente a un Puigdemont que hasta el independentismo había dado por amortizado, tanto por la fractura provocada internamente con la DUI como porque él mismo se había descartado como candidato a unas elecciones.
El expresidente vuelve a la escena ahora, y no sólo para defenderse de la Justicia española desde Bélgica, también para intentar erigirse en cartel electoral desde el autoexilio. Y, aunque ERC parece renuente a someterse a su estrategia, el anuncio de Puigdemont no ha hecho más que añadir incertidumbre a tan sólo 48 horas de que se cumpla el paso para registrar coaliciones electorales.
Puigdemont ha encontrado, por tanto, con la entrada en prisión de los líderes del independentismo la excusa perfecta para llamar a la unidad por Cataluña, por la libertad de los "presos políticos" y por la República. Dicho de otro modo, quiere encabezar una candidatura unitaria, que el PdeCAT llamó "lista de unidad" y con la que ya presiona a ERC que, por su parte, veía en el 21-D una oportunidad para desprenderse del lastre de los antiguos convergentes.
Con el viento favorable de las encuestas, que le sitúan como primera fuerza con más de 45 de los 135 escaños del Parlament, los de Junqueras han respondido con una oferta de unidad imposible para escabullirse de la alianza y proponen que la lista incluya a la CUP y a la probable escisión que se producirá en la formación morada con la salida de su secretario general, Albano Dante Fachín. O todo o nada, es la apuesta de Junqueras para sortear la propuesta y encabezar un nuevo mandato independentista en el que la referencia no vuelva a ser la vieja Convergencia.
Antes de la última treta de Puigdemont, la estrategia del que fuera su vicepresident era que ERC acudiera en solitario a las elecciones para después poder tejer una mayoría alternativa con el partido de Ada Colau y, quién sabe si también con el PSC, que estaría dispuesto a explorar, tras el 21-D, alianzas transversales.
Los socialistas catalanes, que según todos los sondeos obtendrían un crecimiento moderado respecto a los últimos comicios, serían decisivos para la formación de gobierno en el caso de que el independentismo no consiguiera cerrar una lista unitaria. De ahí que apuesten por el "divide y vencerás" como única alternativa al actual bloque independentista, que se impondría seguro en las urnas, pero no tendría asegurada la mayoría para gobernar como consecuencia de la debacle que la demoscopia augura para el PDECat y el retroceso de la CUP.
Y todo esto es lo que estaba sobre la mesa antes del mazazo de Maza y de la inesperada entrada en la escena electoral de Puigdemont. Atentos a mañana martes porque la clave está en si el independentismo concurre a las elecciones en bloque o no. Si es así, queda cegada la posibilidad de futuras alianzas transversales que ayuden a salir de la grave crisis institucional.