Una relación transatlántica con el español como activo
El Tratado con Estados Unidos es importante, pero no puede ni debe ser la única baza europea y española. En la relación transatlántica, extenderlo al bloque norteamericano del TLC (con México y Canadá) debería ser una prioridad como ocurre con la progresiva ampliación en el marco de la ribera del Pacífico.
La decisión de Estados Unidos, tras más de 20 años de debate trasatlántico, de aceptar negociar un Tratado de Libre Comercio (TLC) con la Unión Europea es un cambio de alcance. Este paso forma parte de las grandes maniobras en curso para reconfigurar los grandes bloques políticos y comerciales en el mundo del G-20.
El fracaso de la Ronda de Doha como sistema global en el marco de la Organización Mundial del Comercio está llevando a una multiplicación de iniciativas bilaterales y multilaterales dominadas por el desplazamiento hacia Asia de los centros de gravedad económicos y comerciales. Estados Unidos trata de mantener un protagonismo comercial central con el acuerdo de Asociación Transpacífico y un rosario de Tratados de Libre Comercio en su continente.
No obstante, la mayor relación bilateral sigue siendo la de Estados Unidos-Unión Europea, que supone aún la mitad del comercio mundial. En el caso Atlántico, a diferencia del Pacífico, no existe un marco más amplio. Así, no se sientan a negociar por parte norteamericana los otros miembros del TLC, Canadá y México a pesar del rápido proceso de integración de sus economías. Resulta significativo que el presidente Obama haya visitado en mayo al México del presidente Peña Nieto, apelando a una alianza económica bilateral con una visión transpacífica. De inmediato le ha sucedido en junio como cortejador el presidente Xi Linping de China. A la Unión Europea ni está ni se le espera.
Para los que defendemos desde hace años que la relación transatlántica debe extenderse a bloques más amplios, la cuestión es importante, en especial para España.
Hay dos razones de peso para ello: la primera es la importancia de la opción económica de nuestro país en el continente americano desde la década de 1980 con inversiones directas estratégicas en sectores como banca, telecomunicaciones, energía, turismo, construcción y servicios en Iberoamérica, sin despreciar la creciente penetración en Estados Unidos.
La segunda razón está relacionada con uno de los capítulos más sensibles de la negociación, el tema cultural. Su no inclusión en el mandato europeo ha sido clave para que Francia acepte aprobarlo en nombre de la "excepción cultural". Por eso fue tan desdichada la declaración del presidente Barroso al calificar de "reaccionaria" la actitud francesa.
En el caso español, la posición es más ambigua. Tras firmar una carta de reserva en relación con la inclusión, se defiende una posición de "competencia razonable". Concepto difícil de comprender cuando se ve el actual castigo fiscal a la creación y difusión de la creación cultural en nuestro país.
De hecho, para el mundo cultural en español la cuestión no es solo de excepción defensiva. Lo cultural no es solo cuestión de comercio como afirman los Estados firmantes de la Convención de la UNESCO sobre la diversidad cultural de 2005. Son todos los de la ONU, con Canadá y los países iberoamericanos a la cabeza como fervientes defensores mientras que Estados Unidos es uno de los tres países que no la ha firmado.
En el caso del español no se puede solo celebrar el volumen de la comunidad idiomática que comparte la lengua, también hay que defenderla como activo. Por eso, iniciativas como la del Instituto Cervantes de compartir esfuerzos y protagonismo con la Comunidad Iberoamericana, en especial con México, sobre todo de cara a Estados Unidos y la Asia del Pacífico tiene que formar parte de la política de competencia razonable. No es de recibo abandonar toda política activa de apoyo al sector audiovisual y la proyección cultural en aras a una pretendida competencia que supone dejarlo en manos de grandes grupos multimedia u operadores con peso monopolístico. Curiosamente, los principales son estadounidenses, en la picota en su propio país por explotar todo tipo de trucos para no pagar impuestos en ningún país.
El Tratado con Estados Unidos es importante, pero no puede ni debe ser la única baza europea y española. En la relación transatlántica, extenderlo al bloque norteamericano del TLC (con México y Canadá) debería ser una prioridad como ocurre con la progresiva ampliación en el marco de la ribera del Pacífico.
La agenda puede ser positiva para tratar la cuestión por la coincidencia de fechas. En octubre de este año, se van a reunir en Panamá la Cumbre Iberoamericana y, también, la del español. Además de celebrar el Quinto Centenario del Descubrimiento del Pacífico por Vasco Nuñez de Balboa puede ser interesante añadir al orden del día estas cuestiones clave para nuestro futuro. De hacerlo se daría respuesta a aquellos que se quejan de que no hay temas que tratar en estas Cumbres y a la vez defender y fomentar nuestro mejor activo: la lengua española.