El amor sin fronteras: de una ucraniana a los sirios, y viceversa

El amor sin fronteras: de una ucraniana a los sirios, y viceversa

Estoy convencida de que como voluntaria conseguiré dar un poco de luz a las vidas de los refugiados sirios con los que trabajo en Turquía; que podré animar a mis amigos y a otra gente aún desconocida a ayudar, apoyar, a echar una mano a los que sufren, a los que necesitan su atención. Lograr esto sería un gran éxito y una enorme satisfacción para mí.

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Recuerdo bien la tarde en que una familia de refugiados de Siria me convenció para pasar la noche con ellos en su habitación. Me invitaron a comer varias veces, me prepararon infinitas tazas de té y café, me pusieron el vestido tradicional sirio, y tomaron varias fotos de recuerdo. Intentamos entendernos sin dominar el mismo idioma. Y, asombrosamente, lo hicimos bastante bien.

Más tarde, la madre de la familia nos envió a dormir. A mí y a dos de sus hijas en el frio suelo del apartamento (esto fue en el invierno, la habitación no tenía sistema de calefacción central). Y esas dos hermanas me abrazaron con tanta fuerza, que parecía como si yo fuera una hermana suya, y todos nosotros, una familia. Pasé algunas horas sin dormir, pensando en las diferencias entre yo misma -una ucraniana, cristiana ortodoxa- y ellos -sirios, musulmanes-. ¿Cuál es la diferencia entre nosotros, si nos entendemos bien, si quiero cuidar de ellos y ellos quieren cuidar de mí? Me sentí con ellos como en mi propia familia, y lo único que quería es que mi familia no necesitase nada.

Para que se entienda mejor he de decir que nunca Turquía ni el mundo árabe formaron parte de mi plan de vida. Nunca pensé que un día iba a dejar mi trabajo para irme a una de las ciudades turcas más cercanas a la frontera con Siria para trabajar de voluntaria. Las decisiones como esta se toman muy rápidamente, de un día a otro.

Pasé dos meses en Turquía. Un poco desorientada, sin entender cómo podría ayudar a esa gente, intentando, en mis planes y sueños, abarcar a la mayor cantidad de gente posible. No considero haber hecho nada significativo, nada muy importante, como esas cosas que están siempre pasando en las películas.

Esa noche que pasé con la familia siria fue la noche en que decidí que regresaría a la misma ciudad para trabajar en el mismo proyecto, pero esta vez como voluntaria durante un largo periodo.

Sin embargo, durante estos dos meses me sucedió algo increíble: sentí cómo dos mundos se encontraron y empezaron a cambiarse. Las transformaciones que se produjeron en la gente con la que trabajé, y en mí misma, fueron muy significativas. Nosotros, los voluntarios internacionales, trabajamos con los niños sirios de entre cinco y doce años de edad, quienes en su mayoría no fueron a escuelas (se trata de un problema muy serio: hay muchos niños, y las escuelas turcas no tienen suficientes plazas para ellos). Intentamos, empleando lo mejor de nuestras capacidades, enseñarles los fundamentos de los idiomas turco e inglés y Matemáticas. Claro que también pasamos mucho tiempo jugando, cantando, pintando. Organizamos campañas sociales para colectar dinero y ropa para vestirles.

Después de regresar a Ucrania, los voluntarios que se quedaron allí por un periodo más largo me escribieron para contarme que habían logrado apuntar a los niños en una escuela local, y que les habían comprado ropa y materiales necesarios para estudiar.

Durante mis dos meses de voluntaria no había logrado hacer algo grande. Sólo compraba lápices de colores, pinturas, los acompañaba a los parques de atracciones, les enseñaba las palabras básicas en inglés. Ellos me regalaron pulseras y bombones, yo comía con sus familias y dormía en sus casas.

Esa noche que pasé con la familia siria fue la noche en que decidí que regresaría a la misma ciudad para trabajar en el mismo proyecto, pero esta vez como voluntaria durante un largo periodo.

Voy a pasar siete meses en Turquía y he regresado a este país de manera muy diferente: concentrada, movilizada, preparada para trabajar.

Estoy visitando a las familias sirias casi a diario. Hago las pulseras para los niños y sus padres, intento enseñarles a los adolescentes a leer y a escribir en turco para que puedan desarrollar su vida en Turquía. Tengo muy claro que no puedo organizarles un futuro ideal, y esta vez no pretendo hacer algo grande e increíble.

Sin embargo, estoy convencida de que sí podré dar un poco de luz a sus vidas; que podré animar a mis amigos y a otra gente aún desconocida a ayudar, apoyar, a echar una mano a los que sufren, a los que necesitan su atención. Lograr esto sería un gran éxito y una enorme satisfacción para mí.

Lo único que no puedo entender es quién de nosotros ayuda más. Y es porque a veces siento que estas familias me dan mucho más de lo que yo puedo darles a ellos.