Olviden la convergencia, esta es la era de la divergencia
Las personas de todo el mundo están experimentando la erosión de su cultura debido a la creciente occidentalización de todos los aspectos de su vida. A menudo expresada como "la modernidad", esta incesante exigencia de aceptar las normas occidentales en todo, desde las nociones de libertad, a la moda, o al estilo de vida, está creando profundas desavenencias en las sociedades, y entre ellas.
Desde que Thomas Friedman publicó La tierra es plana, se ha puesto de moda ver convergencia en todas partes. A medida que la difusión de la tecnología, las finanzas, y las promesas de democracia igualan las condiciones de juego entre los países en desarrollo y los países desarrollados, los comentaristas han empezado a denominar esta época como la era de la "gran convergencia", un fenómeno utópico que predice un salto cuántico y continuo en la mejora de la condición humana. Por desgracia, estos argumentos son una simplificación excesiva y, de hecho, son la negación de una realidad mucho más complicada y divergente.
En junio, una figura tan venerada como el propio papa Francisco emitió un mensaje de alerta sobre los defectos de la arquitectura económica que el mundo ha adoptado. En una encíclica de 184 páginas llamada Laudato Si el pontífice culpaba a la apatía, al imprudente afán de lucro, a la excesiva fe en la tecnología y a la falta de visión política de la destrucción del medioambiente y de las crecientes desigualdades, que dijo acarrearían "graves consecuencias" para todos. Se trataba de una advertencia sobre la divergencia, y no una alabanza de la convergencia. Quizá sea el momento de reconocer que la convergencia no es la realidad pura que nos quieren hacer creer.
A pesar de que algunos indicadores de desarrollo social como la esperanza de vida y la alfabetización han convergido, vivimos en una era paralela de grandes divergencias, producidas por las propias consecuencias de la convergencia, en la que la tecnología, los mercados libres y la democracia son consideradas la panacea de todos los desafíos humanos. Pero es más probable que la divergencia, y no la convergencia, tenga el impacto más profundo en las sociedades.
¿Pero a qué se debe esta paralela era de la divergencia? Existen tres grandes ideas:
1. El punto central de la tesis del papa es la divergencia entre el ritmo al que la economía mundial moderna consume los recursos y el nivel de agotamiento de recursos que nuestro planeta puede soportar. Como el papa ha dejado claro, nuestro sistema económico está en guerra con el planeta. Nuestra tasa actual de consumo de recursos es casi el doble de lo que el planeta puede soportar, y si todos adquiriéramos los hábitos de consumo de un estadounidense medio esta cifra se multiplicaría varias veces. En otras palabras, nuestro derrochador modelo de creación de riqueza nos ha valido un conflicto con la madre de todos los capitales, la naturaleza. Reducir esta divergencia requiere el rechazo de un modelo económico desarrollado en torno a los combustibles fósiles y que prospera gracias a la promoción de un consumo incesante, a través de la infravaloración de los recursos y la externalización de los costos verdaderos.
2. Las personas de todo el mundo están experimentando la erosión de su cultura debido a la creciente occidentalización de todos los aspectos de su vida. A menudo expresada como "la modernidad", esta incesante exigencia de aceptar las normas occidentales en todo, desde las nociones de libertad, a la moda, o al estilo de vida, está creando profundas desavenencias en las sociedades, y entre ellas. Esto ocurre especialmente cuando los sistemas de valores y las normas culturales tradicionales no suscriben los ideales modernos, y sobre todo los valores occidentales de la libertad individual, la igualdad de género y las instituciones democráticas. Desestimar estas tensiones simplemente como una falta de voluntad de modernizar o democratizar o como una negativa a aceptar los valores universales es un arrogante rechazo de la historia, la cultura y la identidad de los demás.
Esta es una divergencia que también carcome nuestros fundamentos filosóficos y espirituales, y es más aguda en las sociedades no occidentales, a las que a menudo nos referimos como mercados emergentes. Con demasiada frecuencia suponemos que las personas que adoptan las manifestaciones externas de la modernidad, ejemplificadas por los adornos de un estilo de vida moderno occidental, como un par de pantalones vaqueros o la música rock, también adoptarán sus prejuicios filosóficos.
Sin embargo, en realidad los individuos se esfuerzan por conciliar las numerosas contradicciones y tensiones que sienten entre la adopción de normas culturales y formas de pensar extranjeras y su propia orientación filosófica, arraigada en la sabiduría de su cultura, valores y forma de vida. El hiperconsumo, los televisores de pantallas grandes, la comida rápida y Facebook nunca podrán compensar la calidez y el confort de la comida casera, la familiaridad de los rituales tradicionales ni la compañía humana real. En muchas sociedades en las que estas son la base para organizar la vida cotidiana y proteger las redes sociales, así como para ofrecer seguridades básicas, la erosión de estas formas de vida está creando divergencias que debilitan el fundamento social de estas sociedades y las están destruyendo. Los resultados se pueden ver por todas partes, desde el sangriento conflicto entre los principios occidentales y las tradicionales recetas islámicas hasta la decadencia de los pueblos rurales de Japón y de Corea del Sur, que han sido aniquilados por el deseo de disfrutar del lujo del estilo occidental, y que ahora solo están poblados por los ancianos.
Muchos elementos de nuestra vida moderna han entrado en conflicto con las necesidades espirituales de la existencia humana, como la búsqueda de la paz interior y de la tranquilidad, una existencia menos materialista, la conexión con la naturaleza y las preguntas sobre el sentido de la vida. En un mundo en el que la velocidad es la reina, el individualismo se admira, la excesiva riqueza se glorifica y en el que la información instantánea y superficial se han convertido en el sustituto de la comprensión y del aprendizaje más profundo; las culturas en las que la espiritualidad sigue siendo una parte fundamental de la vida cotidiana se enfrentan a una confusión sin precedentes. Esta confusión es la base de una divergencia que está dividiendo y empobreciendo a las sociedades de todo el mundo.
A fin de cuentas, es la conciencia espiritual la que nos permite a los seres humanos reflexionar sobre cuestiones importantes, como si tenemos algún tipo de responsabilidad hacia las otras criaturas con las que compartimos el planeta. Podemos encontrar pruebas de esta ruptura y de la divergencia en el creciente número de estudios que muestran que muchas personas en las economías avanzadas son menos felices. Esto sugiere que la búsqueda de la convergencia a toda costa conduce a la decadencia espiritual y a la infelicidad.
3. La tercera y última divergencia se produce en el área de la tecnología. La narrativa predominante es que el avance y la expansión de la tecnología harán del mundo un lugar mejor. La obsesión por la hiperconectividad sugiere que quizá hayamos alcanzado algo así como una extralimitación del punto crítico de la tecnología. La conectividad se ha vuelto sumamente importante, ya que es considerada el máximo símbolo de la modernidad, en lugar de, por ejemplo, el acceso universal al agua potable, el saneamiento, el abastecimiento de alimentos seguros y protegidos, tecnologías que existen desde hace más de cien años y cuyos beneficios todavía no se han difundido al resto del mundo.
A pesar de que las naciones tan solo convergen a un nivel puramente técnico y superficial, ha habido un mayor nivel de divergencia entre la gente que tiene los medios y la capacidad para concebir estas tecnologías conectivas y sacar provecho de ellas, y los que han sido seducidos para usarlas. Nunca antes había habido una brecha de entendimiento tan grande entre los productores, los propietarios y los usuarios de la tecnología.
Por lo general, los productores y los propietarios pertenecen a las élites pudientes que viven en sus mundos virtuales muy alejados de la realidad de sus principales mercados. A ellos no les preocupa lo que una niña de trece años de Camboya entienda sobre el teléfono inteligente que le han dado. ¿Quién le va a guiar mientras accede a imágenes que asaltan sus sentidos y obtiene información que no tiene forma de comprender plenamente? ¿Acaso entiende el diseñador de Silicon Valley su contexto cultural y las necesidades y deseos de otros mil millones de personas que viven a medio mundo de distancia? Esta es la divergencia que esconde una verdad que los defensores de la tecnología raramente admitirán, que la adecuada inversión en tecnología (en baños en lugar de en telecomunicaciones, por ejemplo) ha sido considerada menos importante que la búsqueda de la valoración masiva de una empresa cuya utilidad social es, en el mejor de los casos, marginal.
Si el verdadero objetivo de la tecnología es hacer del mundo un lugar mejor, entonces ya tenemos casi todas las herramientas necesarias para hacerlo. Lo que nos falta son los sistemas políticos e instituciones apropiados para llevar a cabo los nuevos modelos de negocio, y la voluntad de cambiar un modelo económico intrínsecamente ineficaz e injusto.
Así que si hemos llegado a creer que estamos entrando en la era de la convergencia, será mejor que lo reconsideremos. Puede que la globalización haya aplanado la tierra en muchos aspectos, pero también la ha pisoteado. Debemos aceptar que la convergencia no es la única realidad.
Este artículo fue publicado originalmente en The World Post, y ha sido traducido del inglés por María Ulzurrun.