Un país raro
A pesar de haber engullido tanta serie, cine y música, EEUU sigue siendo un país raro de verdad, sobre todo si se contempla desde otro como España en el que el espíritu de la contrarreforma sigue vivo y donde hay gente que vive permanentemente movilizada para excluir a otros.
Para los que hemos vivido en Estados Unidos algún tiempo como residentes permanentes, en principio no hay demasiadas razones para convertirse en ciudadanos ya que uno dispone prácticamente de los mismos derechos a excepción de dos: poder trabajar en determinados puestos de la administración y el derecho a votar en esas elecciones en las que, como siempre se dice, cualquier ciudadano del planeta tendría derecho a participar por el impacto que tienen en el mundo. En principio, a pesar de todo, ninguna de estas dos circunstancias parecen decisivas.
Sin embargo, una mirada al Ruedo Ibérico le convence a uno de que hay algo refrescante en el proceso de convertirse en ciudadano de los Estados Unidos. Bueno, excepto una cosa que es el hecho de tener que desembolsar la nada despreciable cantidad de 700 euros en papeleo.
Por lo demás, es un proceso que por su sencillez y características le aleja a uno de anacronismos y tribalismos con los que uno ha crecido. En primer lugar, no requiere de esperar largas colas ni de sacrificar mañanas bajo el sol inmisericorde como a menudo todavía sucede en España cuando uno depende de la ayuda de las administraciones para lograr algo. En realidad, prácticamente todo el proceso se realiza por correo o internet y aportando una documentación relativamente básica previo pago eso sí de las siempre excesivas tasas administrativas.
El proceso es seguido de una entrevista en la que un funcionario realiza unas preguntas bastante elementales acerca de la historia de los Estados Unidos así como sobre su forma de gobierno. Se supone que hay que acreditar un conocimiento mínimo de la lengua inglesa pero, por lo que uno ha podido comprobar en contacto con ciudadanos americanos que apenas hablan inglés, no parece que éste sea un examen demasiado riguroso.
Parece ser que es un proceso que se ha burocratizado, por no decir industrializado, mucho, pero sigue manteniendo una apertura de miras sorprendente si se contempla desde un país como España. Uno tiene claro que lo que firma es un pacto en base a unos principios racionales que figuran en una constitución, un documento de unas pocas páginas que no ha sufrido alteraciones en doscientos años y que proclama el derecho a ser feliz. No tiene nada que ver con el lugar de nacimiento, la forma de pensar o las costumbres de uno. Tampoco requiere que uno renuncie a otras identidades, afectos o nacionalidades, en muchos casos ni tan siquiera desde un punto de vista administrativo ya que conozco muchos ciudadanos americanos con dos o más pasaportes.
A pesar de haber engullido tanta serie, cine y música, los Estados Unidos siguen siendo un país raro de verdad, sobre todo si se contempla desde un país como España en el que el espíritu de la contrarreforma sigue vivo donde en determinados lugares, aunque ahora disfrazado de buenrollismo, hay gente que vive permanentemente movilizada para excluir a otros.