El mito del español en Estados Unidos
Suele argumentarse la gran cantidad de población hispana, unos 52 millones, el hecho de que los candidatos presidenciales digan alguna frase en español durante la campaña o la primacía del español como segunda lengua en las escuelas. Conviene aclarar algunos malentendidos.
Leo y escucho estos días en TVE que el chef malagueño Dani García ha abierto hace poco un restaurante en Nueva York y que en poco tiempo se ha convertido en uno de los mejores representantes de la cocina española en esta ciudad. La pieza del telediario de la 1 cita un artículo del New York Times que augura una fuerte expansión de la cocina española en Estados Unidos durante la próxima década. Me queda una sensación de suceso ya visto y me viene a la memoria cuando, hace diez años, Ferrán Adrià acaparó la portada del magazine dominical de este periódico que aseguraba que España era la nueva Francia en cuestiones gastronómicas y auguraba la popularidad de la cocina española en los Estados Unidos.
Una década después, uno se encuentra con que los productos alimenticios españoles en este país siguen siendo bastante difíciles de encontrar (si uno no vive en una de las grandes ciudades siempre se requiere bastante información y estar dispuesto a recorrer muchos kilómetros o gastarse ingentes sumas en pedidos por internet) y que para el común de los americanos la cocina española sigue siendo una absoluta desconocida siendo el infame pero popular Spanish rice, que se sirve como guarnición en la mayoría de los restaurantes mexicanos, la aportación más conocida. El que piense que es obvio que el americano medio conoce la paella, el gazpacho o el queso manchego quizás deba replantearse sus percepciones. Las tapas suenan pero es un concepto ambiguo que lo mismo sirven para un roto que un descosido. De lo demás, mejor olvidarse, ya que el número de los restaurantes españoles en este país es, en el mejor de los casos, minúsculo.
La situación me recuerda al optimismo antropológico que existe en España en lo que se refiere a la pujanza del español en Estados Unidos. Suele argumentarse la gran cantidad de población hispana, unos 52 millones o en torno a un 16,7 por ciento de la población total, el hecho de que los candidatos presidenciales digan alguna frase o rueden algún spot electoral en español durante la campaña o la primacía del español como segunda lengua en las escuelas.
Sin ánimo de agotar un tema tan complejo como éste, conviene aclarar algunos malentendidos.
El primero de ellos es que el número de hispanos no se corresponde con el de hablantes del español que es, según el censo de los Estados Unidos, de 37 millones de habitantes, un 30 por ciento menos que el total de la población de origen latino. De esos 37 millones, un buen porcentaje de hispanos que son americanos de segunda generación entran dentro de lo que se denomina heritage speakers (hablantes por herencia), es decir, hispanohablantes que lo han aprendido en su casa pero que, en muchos casos, no leen o escriben español o lo hacen con dificultad. Forman un grupo cada vez más numeroso. En mi experiencia diaria, he tenido la ocasión de comprobar como un número importante de mis estudiantes hispanos muestra reticencia a la hora de hablar español debido a la incomodidad que sienten al hablar una lengua con la que no acaban de sentirse cómodos.
La lengua de elección de un joven universitario estadounidense de origen hispano tiende a ser claramente el inglés por numerosas razones: la educación se recibe íntegramente en inglés, la mayoría de los medios de comunicación de calidad emiten en inglés y el inglés es la lengua de prestigio y de los negocios relevantes en una país donde el español se identifica como una lengua hablada mayoritariamente por las clases subalternas. Nuevamente, me estoy refiriendo naturalmente a Estados Unidos en su globalidad ya que en ciudades como Miami, Nueva York, Los Ángeles y otras hay escuelas bilingües (muy pocas) y algún periódico en español de calidad pero son la excepción que confirma la regla.
En el caso de la tercera generación de hispanos americanos, siguiendo la tradición integradora de otros grupos étnicos en Estados Unidos, el español se ha convertido en una reliquia del pasado. La excepción a esta tendencia podemos encontrarlas en aquellas zonas donde los hispanos forman una mayoría relativa como California o Texas, convertidas en auténticas comunidades bilingües aunque bien es cierto que los segmentos más dinámicos de la misma tienden rápidamente a adoptar el inglés como primera lengua tanto en estas zonas como en el resto del país.
Otro importante factor que hace dudar acerca del futuro del español en este país se deriva del hecho de que no está ni mucho menos garantizado que los flujos migratorios desde Latinoamérica se vayan a mantener en los próximos años. La recientemente aprobada ley regularización de inmigrantes va a ayudar a muchos inmigrantes considerados hasta ahora ilegales a ser ciudadanos de pleno derecho, pero se ha aprobado con el consenso tácito de los políticos de ambos signos de endurecer aún más las condiciones para emigrar a los Estados Unidos y hacer la vida imposible a quien pretenda emigrar ilegalmente.
Dejo para el final otro factor importante pero que raras veces se recuerda y que va a dificultar el que el español se convierta en una lengua de la máxima relevancia en este país. No es otro que la falta de prestigio de la que goza nuestra lengua y el desconocimiento de la cultura que en su globalidad pudiéramos llamar hispana en Estados Unidos. Me refiero con ello al tipo de argumentos que se utilizan para justificar el auge de la lengua española en las universidades. Por supuesto, no estoy hablando de los departamentos de español de las grandes universidades norteamericanas donde nuestro idioma ha gozado de reconocimiento desde hace muchas décadas en los estudios de posgrado, sino a un segundo nivel de universidades estatales y privadas (que son la mayoría de las 3.500 que pueblan el país) donde a menudo profesores y estudiantes entienden enseñar y aprender español como un deber cívico hacia los inmigrantes hispanos.
Es menos frecuente de lo que uno desearía encontrarse un estudiante universitario de español en una universidad estatal que estudie nuestra lengua porque piense que hay una literatura, cine, arte, ciencia, una cultura en suma, que valga la pena. Esta circunstancia es relativamente fácil de percibir cuando se comparan las opiniones de los estudiantes de español con las de estudiantes de otras lenguas como el francés, el mandarín o incluso el ruso por las que a menudo subyace un afecto sustentado en razones de prestigio cultural. No en vano, una parte de las élites, como le sucedió al célebre periodista del New York Times, Nicholas Kristof, cuando escribió que aunque la cultura en el español carece de la riqueza de la cultura china en mandarín había que aprender la primera por su presencia en la vida americana, desdeña el español más o menos solapadamente.
Curiosamente, únicamente escuché a un candidato en la pasada campaña electoral mencionar varios hechos palmarios que ponen sobre la mesa lo importante que debería ser para todo norteamericano tener conocimientos de español. Este político habló de la importancia de potenciar el comercio con Latinoamérica arguyendo que el subcontinente considerado en su totalidad tenía un producto interior bruto similar al chino, que se podía trabajar con los mismos horarios, que la distancia era menor e incluso que las culturas eran más parecidas. Algo evidente pero que se escucha pocas veces.
Conociendo la mentalidad americana, me parecen argumentos mucho más contundentes para ensalzar la importancia del español que referirse a que es la lengua en la que escribían Borges o Cervantes.