Obama se moja en el Sáhara
La iniciativa estadounidense, de ser aprobada, acabaría con una situación injustificable: que la MINURSO sea la única misión de la ONU cuyo mandato no incluye ni explícita ni implícitamente observar si se respetan los derechos humanos. Durante años, todo tipo de instituciones han venido reclamando la adopción de esa medida.
La llegada de John Kerry al cargo de Secretario de Estado norteamericano está trayendo buenas noticias al Sáhara Occidental. La más importante, que la Administración Obama ha decidido mojarse con un proyecto de resolución del Consejo de Seguridad de la ONU para que se encargue a la Misión de las Naciones Unidas (MINURSO) la vigilancia de los derechos humanos. La iniciativa estadounidense, de ser aprobada, acabaría con una situación injustificable: que la MINURSO sea la única misión de la ONU cuyo mandato no incluye ni explícita ni implícitamente observar si se respetan los derechos humanos. Durante años, todo tipo de instituciones han venido reclamando la adopción de esa medida. Así lo hizo recientemente el Parlamento Europeo.
Recuerdo como si fuera hoy la reunión que mantuvimos en el antiguo Parador de el Aaiún con los responsables de la MINURSO cuando, como Delegación de la Eurocámara, visitamos en enero de 2009 la capital del Sáhara Occidental. Su respuesta a nuestras preguntas sobre la situación de los derechos humanos era tan invariable como impotente: no tenemos mandato alguno para ocuparnos del tema. Lo que resultaba doblemente sangrante cuando tras ese encuentro recibimos una tras otra a asociaciones ciudadanas que denunciaban con documentación exhaustiva e incluso personalmente que las violaciones de los mismos se habían convertido en una práctica habitual.
Los Estados Unidos han movido ficha en la dirección correcta. Ahora les toca a otros hacerlo. En primer lugar, a los países que forman parte, junto con Washington, del Grupo de Amigos del Sáhara: España, Francia, Rusia y el Reino Unido. Habrá que fijarse muy de cerca en la reacción de Madrid y de París, especialmente: de la primera capital, porque asume nada menos que el papel de Potencia Administradora del territorio, del que no le han desembarazado ni los Acuerdos Tripartitos de 1975 ni la timorata actitud de los sucesivos gobiernos de la democracia; de la segunda, porque durante años ha ejercido de primer valedor de las posiciones marroquíes en la UE y en la ONU. François Hollande tiene ante sí el reto de demostrar su compromiso con los derechos humanos y la oportunidad de romper con una política exterior que, a lo largo de los años, ha avalado demasiadas cosas negativas en África. Nadie le pide que cambie de tercio y se posicione de verdad a favor de la autodeterminación del Sáhara Occidental. Solamente, que sea fiel a su programa. De lo contrario, su discurso internacional perderá buena parte de su credibilidad. Tampoco conviene olvidar a la Unión Europea. Si tras la Primavera Árabe ha hecho suyo el concepto de "democracia profunda" en sus relaciones con el Mediterráneo, ¿será el Sáhara Occidental una excepción, la demostración de que los principios están sometidos como siempre a los intereses? La Alta Representante para la Política Exterior, la señora Ashton, debería proponer a Bruselas el apoyo de la Unión a la propuesta norteamericana.
Propuesta que no solo entraña una cuestión de valores, sino también el pragmatismo de hacer ver a las partes del conflicto -como intenta el enviado especial de la ONU, Ross- que la Comunidad Internacional no va a cejar en conseguir alcanzar su solución del mismo, que pasa, como afirman las resoluciones de las Naciones Unidas, por garantizar al pueblo saharaui decidir democráticamente en un referéndum su destino.