¿La Europa de Telémaco?
Han sido los Ulises, sí, incapaces o esclerotizados, los que han posibilitado este océano de desigualdad y penuria social, económica e institucional, que nos anega. Los Ulises dedicados a lo suyo, a sus afanes, a conquistar islas, a alternar con sirenas y monstruos reales o ficticios.
El arranque de la octava legislatura del Parlamento Europeo en Estrasburgo ha estado llena de hallazgos. Sobre todo para los que, como yo, nos estrenábamos. El nuevo escenario previsto (europeísmo de distinto cuño versus antieuropeísmo rampante, aliñado con todas las guarniciones imaginables) se puso ya de manifiesto en el primer pleno, con el proceso de elección del presidente del Parlamento y las respectivas intervenciones de los candidatos, así como de los líderes de los grupos políticos parlamentarios. No voy a abundar en ello, pues, si bien la cobertura en los medios se ha movido en la parquedad y el colorismo habitual de lo que se ha dado en llamar información de Europa, todo se encuentra disponible en la web para el imparcial análisis y deseable crítica de la ciudadanía.
Como tengo de momento la venia del novato y la vocación de mantener aquello del punto de vista personal, me gustaría hablarles de La Odisea. No se asusten, no en sentido figurado, sino literal: no voy a apabullarles describiendo los vericuetos de las instituciones europeas, ni sus pasillos, ni su pretendida inabarcable burocracia... Quiero hablarles de Ulises. Y de Telémaco.
Porque el miércoles 2 de julio, con motivo del inicio de la presidencia de turno del Consejo de la UE, el primer ministro italiano Matteo Renzi los trajo de la mano al hemiciclo. Y como tengo para mí que nada es casual y que las palabras crean las cosas, déjenme que comparta mis impresiones al respecto.
"Somos la generación Telémaco", afirmó Renzi casi al final de un discurso vibrante pleno de referencias literarias. "Ulises es el gran personaje que anima y emociona, pero nadie habla de Telémaco... y su tarea es aún más ardua: ser merecedor de la herencia".
Renzi, encarnación florentina de los pujantes nuevos políticos que rondan los 40, se erigía de este modo en símbolo y protagonista de una nueva categoría cuasimitológica: la de los hijos de los años 70, cansados de esperar el regreso del padre, justificados así en su inapelable momentum de desalojo. Elegir a Edipo hubiera sido más delicado, por las consabidas connotaciones. Sin embargo, la ausencia y la espera homérica, la impaciencia del joven ansioso por tomar las riendas de su herencia demorada, harto de no ser tomado en serio por los pretendientes deseosos de ocupar el lugar de Ulises... tiñen de cualidades míticas la razón del turno o relevo generacional.
Han sido los Ulises, sí, incapaces o esclerotizados, los que han posibilitado este océano de desigualdad y penuria social, económica e institucional, que nos anega. Los Ulises dedicados a lo suyo, a sus afanes, a conquistar islas, a alternar con sirenas y monstruos reales o ficticios.
Pero, si bien las reformas y la renovación europea son tan necesarias como imparables, ¿es la pura razón de relevo generacional suficiente? ¿Algo parecido a una sustitución inapelable, sin ulteriores consideraciones, de una generación de Ulises, los around 60, por una generación de Telémacos, los almost 40? ¿De, digamos, los Juncker (o Schulz, o Barroso, o Van Rompuy) por los Renzi (o Tsipras, o Iglesias)? ¿Pura y simplemente porque ya es hora y hay que dejar paso, aunque no se haya establecido de forma previa e inequívoca para hacer qué?
Pues déjenme que les diga... yo apuesto por la resistencia de Penélope. Por la claridad y la determinación de acometer cambios cotidianos, prácticos, sustanciales, para mantener y refundar la herencia: la consolidación del proyecto europeo.