El principio del fin para Trump: su momento Sarah Palin
Hasta ahora, a Trump se le ha permitido jugar con sus propias reglas -utilizando los mismos estándares para una campaña presidencial que los que utilizó para labrarse una carrera como showman-, y los medios han hecho la vista gorda. Pero están empezando a aparecer grietas en el edificio de Trump, ya que este nunca llegó a tener cimientos.
En la vida política de todo candidato famoso y que no es lo que aparenta llega un momento en el que se cruza la línea que lo legitima, o lo deslegitima (depende de la perspectiva), incluso para los medios adictos a los altos índices de audiencia que proporcionan estos candidatos showmen. Para Sarah Palin, ese momento fue su entrevista con Katie Couric en 2008: la polémica republicana reveló algo de lo que ni ella ni la campaña de McCain se recuperarían jamás. En la candidatura de Donald Trump -que en El Huffington Post cubrimos en la sección de Entretenimiento- puede ser que ese momento acabe de suceder.
No fue durante el segundo debate republicano en el que Carly Fiorina le derribó como a un castillo de naipes con su fulminante «Creo que todas las mujeres de Estados Unidos hemos oído con claridad lo que ha dicho Trump». Frase que abrió una herida -al igual que los doce segundos en los que permaneció en silencio tras su respuesta-, pero no fue letal. No, mirando atrás, los historiadores marcarán el principio del fin del show de Trump en New Hampshire, la semana pasada. Respondiendo a preguntas en un evento del Ayuntamiento de Rochester, Trump escuchó a un miembro del público afirmar que el presidente Obama era musulmán, «ni siquiera era estadounidense». Trump miró a ese hombre a los ojos fijamente y declaró: «No... es un hombre de familia decente [y] un ciudadano con el que simplemente discrepo en asuntos fundamentales, y sobre esto trata mi campaña. No lo es [árabe]».
Es solo una broma. Eso fue lo que John McCain -aquel que, según dijo Trump, «no es un héroe de guerra»- le dijo en un mitin electoral a una mujer que afirmaba que Obama era árabe. Lo que dijo Trump fue como no decir nada: «Vamos a fijarnos en muchas cosas diferentes y, bueno, mucha gente lo dice».
Pocas cosas hay tan dañinas para la imagen de un candidato como que este se niegue a reconocer la simple realidad, especialmente un candidato que afirma que será duro con sus enemigos pero que ni siquiera se atreve a contradecir a sus simpatizantes.
Negarse a reconocer que Obama nació en Estados Unidos es el equivalente a negarse a declarar que la Tierra es redonda. Incluso los simpatizantes de Trump están avergonzados. El pasado viernes en el talk show de la HBO Real Time with Bill Maher, el empresario Mark Cuban tuvo que defenderse a la desesperada afirmando categóricamente que el candidato al que él apoya para la presidencia «no va a ganar. No tiene ninguna oportunidad».
¿Cuándo va a llegar el día en que los medios de comunicación se sientan lo suficientemente avergonzados como para negarse a seguir dándole a Trump el megáfono que le están dando? Y no sólo lo hacen no por el hecho de que sea un chaquetero -venga, dejemos de fingir que esa no es la razón-, sino por los índices de audiencia que aviva como el showman que indudablemente es.
Tal y como demostró Sarah Palin, incluso los medios que están locos por los índices de audiencia son capaces de desenamorarse de un candidato especialista en aumentar los índices de audiencia. Con Trump se puede ver que esto pasa. Empiezan a verse los efectos. Y, cuando los medios se desenamoran, se desenamoran muy rápido.
Aquí está Chuck Todd, en el informativo de las 18:30 de la NBC, horas después de la intervención de Trump en el ayuntamiento de New Hampshire:
Acabará pasando. La entrevista que le hizo Todd a Trump en su avión privado parece ahora un recuerdo lejano.
Aquí está el locutor estadounidense George Stephanopoulos, que el domingo le pidió repetidas veces al candidato que respondiera a la pregunta de si Obama había nacido en Estados Unidos, una pregunta que este político sin pelos en la lengua rehuyó, eludió y malinterpretó:
Y siguió en las mismas.
Lo que se percibe de Trump es que habla sin tapujos, que está dispuesto a decir lo que los demás piensan, pero no se atreven a decir. Lo que revela este suceso de New Hampshire es lo contrario a hablar sin tapujos. Trump podría haber respondido sí o no a Stephanopoulos de la misma manera que podría haber corregido a quien le hizo esa pregunta en el Ayuntamiento de New Hampshire. Incluso podría haberse distanciado de este mensaje racista, de odio e hipocresía; podría haber hecho cualquier cosa para demostrar que no está de acuerdo de manera implícita con la idea de que Obama lleva en secreto que es un musulmán que nació en el extranjero y con la idea de que todos los musulmanes, como dijo el que realizó la pregunta en New Hampshire, son «un problema» del que hay que deshacerse. En vez de eso, decidió no decir nada.
El momento Sarah Palin de Trump revela que vive en otra realidad. Su fracaso a la hora de dejar las cosas claras en uno de los eventos de su propia campaña no es una cuestión de opinión; es una cuestión de cordura y liderazgo. Y los medios están siendo irresponsables cada vez que se niegan a intervenir y hacer responsable a un candidato de estas falsedades fundamentales e indiscutibles. Esperamos que este momento de Trump en New Hampshire marque también el momento en el que los medios empiecen a hacer su trabajo de verdad. Hasta ahora, a Trump se le ha permitido jugar con sus propias reglas -utilizando los mismos estándares para una campaña presidencial que los que utilizó para labrarse una carrera como showman-, los medios han hecho la vista gorda. Se ha hecho una excepción con él -incluso se le permitía llamar por teléfono a los programas matinales (incluso a los de los domingos) cada vez que quería soltar sus ridículas opiniones-, y eso solo ha avivado la obsesión de los medios por su candidatura a la Presidencia.
Sin embargo, esta obsesión está empezando a desvanecerse. Están empezando a aparecer grietas en el último edificio de Trump, ya que este nunca llegó a tener cimientos. La única sorpresa es que el desenmascaramiento de Trump -el candidato que no puede dejar de hablar--no se debe a algo que haya dicho, sino a algo que no ha dicho.
Este artículo fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'El Huffington Post', y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.