Un turista en Alepo

Un turista en Alepo

Puede parecer extraño, pero Toshi cree con absoluta certeza que su condición de «turista» le protege de los peligros de la guerra, como si una bala diferenciara entre un civil, un periodista o un turista. «No soy un objetivo de los francotiradores porque yo soy un turista. Además, no tengo miedo a que me disparen o a que me maten. Soy muy fuerte, soy una mezcla de samurai y kamikaze».

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Toshifumi Fujimoto en la Ciudad Vieja de Alepo muy castigada por los combates entre los rebeldes y los soldados del régimen/JM LÓPEZ

«Vive como si fueras a morir mañana. Aprende como si fueras a vivir para siempre». Mahatma Gandhi

«Todas las mañanas... al frente, al frente». Estas palabras son de Toshifumi Fujimoto, un japonés que nació a finales de los sesenta en la ciudad de Osaka y que este periodista descubrió en Alepo. «Voy siempre solo porque ningún guía quiere ir al front line y yo quiero ir todos los días al frente. Es muy excitante y el subidón de adrenalina no se puede comparar con nada». Lleva dos cámaras colgadas al hombro, pero no es periodista ni fotógrafo; viste uniforme militar, pero no es soldado del ESL o de al-Asad. Toshifumi es un turista de la guerra cuya principal obsesión es pasearse por todos los frentes de la ciudad de Alepo fotografiando y filmando todo aquello que capta su atención. «Todos los días camino para entrar en los frentes y estar en primera línea de combate junto a los soldados. Me encanta y disfruto», comenta con orgullo. El nipón se ha convertido en la principal atracción de la guerra, los soldados del ESL suelen pararlo para fotografiarse con él.

Las guerras generan situaciones y personajes absurdos, por esta razón el nipón no desentona. Tras llegar al lugar donde se aloja, la casa de un activista que le cobra veinticinco dólares diarios por cobijarlo y darle acceso a Internet, cuelga todas sus fotos y vídeos en Facebook «para que mis amigos los vean». Calificar lo que hace Toshifumi de irresponsable se queda corto. El japonés va al frente sin casco ni chaleco antibalas, y aprovecha cada ocasión para burlarse de las protecciones que usan los periodistas para salvaguardar sus vidas. «Soy un turista, no me pasará nada. Que me disparen es muy excitante y divertido. Disfruto muchísimo».

Toshifumi Fujimoto para en mitad de una calle del viejo Alepo para fotografiar parte de la destrucción causada por la artillería del régimen. El nipón se toma su tiempo mientras desde ambos lados de la calle los rebeldes le gritan «Corre, corre... hay francotiradores.

Corre». Puede parecer extraño, pero cree con absoluta certeza que su condición de «turista» le protege de los peligros de la guerra, como si una bala diferenciara entre un civil, un periodista o un turista. «No soy un objetivo de los francotiradores porque yo soy un turista. Además, no tengo miedo a que me disparen o a que me maten. Soy muy fuerte, soy una mezcla de samurai y kamikaze».

La vida de Toshi -así lo llaman los soldados rebeldes- en Siria dista mucho de la rutina que mantiene en Japón, donde conduce camiones transportando gasolina, agua o chocolate, dependiendo del día. «Hago siempre lo mismo. Transporto mercancías desde Osaka a Tokio o Nagasaki... A mí lo que gusta es esto, ser turista de guerra», explica. Para llegar a Siria, pagó dos mil quinientos dólares en billetes de avión hasta Turquía. Cuando tomó la decisión de venir a la guerra, no contó nada a sus jefes, solo que se iba de vacaciones. «Dirían que estoy completamente loco si les hubiera contado la verdad», dice. No es la primera vez que Fujimoto les miente: en 2012 estuvo en Yemen en las manifestaciones contra la embajada de los Estados Unidos. Meses antes, en 2011, presenció en Egipto la revolución contra Hosni Mubarak.

El nipón seguirá mintiendo para alimentar esta pasión por ser turista de guerra: «El año que viene iré a Afganistán, iré a los front line y estaré con los talibanes».Tras varias horas de charla con este turista, aparece la verdadera razón de estos viajes: la soledad como única compañía en Japón. Toshi lleva más de cinco años divorciado y sin mantener ningún tipo de contacto con sus hijas. «Tengo un seguro de vida y todos los días rezo para que si me pasa algo, mis hijas puedan cobrar el dinero del seguro y puedan vivir una vida desahogada».

Esta historia forma parte del libro Siria. La primavera marchita (Libros.com, 2015), escrito por 12 corresponsales de guerra que ponen nombre y apellidos al conflicto sirio.