Cinco actrices por las que ir al teatro
La primera (por poner un orden, no por otra cosa) es Nuria Mencía, la ganadora de Premio Max 2017 a la mejor actriz por La respiración de Sanzol, obra que se puede ver en la actualidad en el Teatro de la Abadía. El ahogo de Nuria interpretando a Nagore, el personaje protagonista de la obra, una mujer abandonada a la que su madre le muestra todo un mundo de posibilidades (amorosas) con el ejemplo, se convierte en la respiración de un público que, riéndose, inspira y espira hasta relajarse. Y se relaja porque se da cuenta de lo fluida y plástica que es la vida. Y lo que se sufre, sin necesidad, cuando no se abraza esa fluidez y esa plasticidad. Y a pesar de ser risible esa vulnerabilidad con la que construye su personaje, emociona como para salir al escenario, abrazarla y llevársela a casa.
La segunda es Ángeles Martín. Una actriz que fue muy popular gracias a la televisión y que si hubiera un Quentin Tarantino español ya la habría rehabilitado para el gran público. Ahora se la puede ver en el Teatro Lara haciendo de Dolly en Buffalo. La comedia country insustancial, divertida y desenfadada en la que ella es una norteamericana típica y tópica, en cómo se mueve y en cómo habla, perdida en España y que se saca unas perrillas dando clases de baile. Podría haberse quedado en un arquetipo, en una caricatura, la obra no le hubiera pedido más. Sin embargo, ella sale a por todas y los tacos, los tics, los gestos, la actitud y los bailecitos de su cowboy en chica son esperados, apreciados, reídos y muy aplaudidos por el público, porque este, que no es tonto, se da cuenta que están construidos para él desde la honestidad actoral, desde lo mejor que se le pueda dar.
La tercera es Arantxa de Juan. Capaz de soportar la mirada escrutadora del pequeño número de espectadores que consiguen una de las escasas entradas para verla en Magnani Aperta. Obra en la que se cuentan las últimas horas de vida de Anna Magnani y que se representa en un piso de la calle Ballesta. Verla mirar por la ventana al cielo madrileño y sentir como lo convierte en el cielo de Roma. O verla hacer la pasta para su hijo, el único hijo que tuvo, y sentir lo que siente cuando este, que no está presente, se lo rechaza, no está al alcance de cualquiera. Como cuando se desdobla en la Magnani y en Totó, en la obra de variedades que hicieron juntos y que incluía chistes antifascistas en tiempos de Mussolini, parece magia. No, no lo es. Es una profesional con talento, mucho, y lo usa con humildad y con generosidad. Que no contenta con darlo todo en escena cuando acaba la función te invita a reunirte con ella para, mientras te tomas una caña, hablar y comentar la obra en un bar del barrio.
La cuarta es Lolita, sí, Lolita en Prefiero que seamos amigos en el Teatro de la Latina. Comedia amable que llega de Francia con un premio Moliére bajo el brazo y que Tamzin Townsend, con el olfato comercial que la caracteriza, dirige para aprovechar los recursos actorales y musicales de la actriz y cantante protagonista. De tal manera que aquellos que nunca la han visto en teatro se sorprenden de lo bien que defiende el personaje, esa mujer enamorada de su mejor amigo de toda la vida del que descubre un secretillo (que no es el que está pensando) cuando se le declara. Viendo como construye comicidad a partir de la fragilidad y vulnerabilidad de su personaje, cómo se da al mismo, se tiene la sensación de que ha nacido para estar allí, para hacer teatro por derecho propio y que su popularidad debería servir para ofrecer mejores platos teatrales, aunque, tal vez, su público prefiera este tipo de comedia romántica.
Silvia Calderoni en MDLXS de Motus.
La quinta y última es Silvia Calderoni. Dejada para el final porque ya no está en la cartelera y solo podrán encontrarla en festivales. Ha pasado como una exhalación por El Centro Internacional de Artes Vivas del Matadero de Madrid y, a pesar del partido de Champions del Real Madrid, casi llenar la Sala Fernando Arrabal. Allí, como si fuera una DJ cualquiera va pinchando canciones desde una Tablet mientras cuenta y baila la obra MDLSX. Historia de un hermafrodita que descubre que su pasión adolescente por sus compañeras de clase no tenía nada que ver con el lesbianismo. Que era genéticamente un hombre, con los cromosomas XY. La forma que tiene de contar, de moverse, de bailar, de colocarse la entrepierna, de iluminar sus genitales totalmente femeninos con una luz laser, de colocarse el pelo, invitan a moverse y viajar con ella y con su personaje, que resultan, tal vez porque no se conoce a esta actriz, indistinguibles.
En todos los casos el cómo lo hacen es lo que menos se planteará el espectador que vaya a ver a cualquiera de las cinco. El interés no está en el cómo, sino que con ese cómo construyen personajes que tienen interés porque por muy alejados que les puedan quedar en superficie, reconocerán que son personajes de carne y hueso con los que comparten muchos de sus miedos. Un público que saldrá, gracias a estas actrices, mucho más empático con su prójimo y hasta consigo mismo.