Grandes esperanzas
Para los cazadores de engendros, para los voluptuosos del horror balompédico, el inicio del torneo no pudo ser más prometedor.
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Les gustará saber que la primera acción de esta Eurocopa fue una falta del capitán de Polonia sobre el lateral zurdo griego. El infractor puso los tacos a la altura de la cocorota del rival. Fue así como Blaszczykowski dio las buenas tardes a Papastathopoulos; ¡atención!, 30 letras se juntaron ahí. Comprenderán ustedes que para los cazadores de engendros, para los voluptuosos del horror balompédico, el inicio del torneo no pudo ser más prometedor.
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Foto: ARIS MESSINIS / AFP.
La promesa se tornó certeza cuando las cámaras ofrecieron primeros planos de Gekas, descendiente Efialtes, el traidor de los espartanos en 300, y Wasilewski, un cúbico angelito polaco. Aquello iba a ser fútbol auténtico, no apto para menores. Unicef huía despavorida y en efecto, no hubo que esperar mucho para que la fealdad futbolística se encarnara: ocurrió cuando el griego Samaras, delantero del Celtic, decidió lanzar un pase al agujero con su pierna buena, la diestra. Habían transcurrido 7 minutos y 38 segundos y el mundo se detuvo para contemplar el envío que el futbolista griego perpetró. Su melón se fue directamente fuera y alunizó en una zona donde no había ningún jugador de zamarra azul a menos de 30 metros. Fue un perfecto despropósito, un guiño a los catadores de vinos agrios. Allí había una joya. No iba a decepcionar.
Samaras interpretó como nadie el sistema ofensivo griego -trompicado, espeso, hercúleo, sudoroso- y se las ingenió para ausentarse en todas las acciones en que su equipo llevó peligro al área de Polonia. En todas menos una: en el minuto 62 se quedó solo ante el portero rival. Una belleza. Dejó botar el balón (primer error), esperó demasiado a chutar (segundo error) y a continuación (tercer error) trató de impactarlo con la zurda, extremidad que según los expertos es peor que su funesta diestra. Lógicamente, hubo de conformarse con rozar la pelota y convertir en risa el pánico de la grada.
Ajeno a su inoperancia, Fernando Santos le mantuvo los 90 minutos. Bien pudiera ser que el inconmovible entrenador de Grecia hubiera sido víctima de Merkel y reemplazado por una reproducción en cartón piedra: no pestañeó con el show de Velasco Carballo ni tampoco con el posterior fallo en el penalti. Porque razones tuvo para cambiar a su pupilo: Samaras malogró otro contragolpe con un nuevo pase a la nada y fracasó de nuevo en un disparo que se fue siete metros buenos por encima del larguero. Su actuación fue de redondo cero, y para mayor regocijo, lo logró con una perfecta pulcritud, sin atribularse, manteniendo intacta su hermosa cabellera, ajeno al disfrute que estaba provocando a los amigos de lo oscuro. Fue un estreno soñado de la competición, que tuvo un único borrón: Jerjes y su estilista no llegaron a salir al campo.