Los siete pecados capitales de Donald Trump
El presidente de EEUU cae en todos.
Este sábado se cumple un año desde que Donald Trump se convirtió oficialmente en el 45º presidente de Estados Unidos. Ha sido un año marcado por el aumento de la tensión con casi todos los países, particularmente Corea del Norte, por un rebrote del racismo y por una gran inestabilidad para decenas de millones de inmigrantes y sus familias, dados sus intentos por deportarlos.
Trump se ha descubierto como un líder hipersensible a la crítica, con escasa empatía y tan veleidoso que ha provocado preocupación por su salud mental entre sus propios compañeros de partido. Todo ello lo ha convertido reiteradamente en el líder peor valorado del mundo, superando incluso a Vládimir Putin.
Ha tenido gestos que parecen de extraterrestre, de alguien que no pertenece al mundo de las personas normales. Probablemente porque, al ser un multimillonario estrella del entretenimientocasado con una top model, tiene poco que ver con el ciudadano medio de su país.
El presidente de EEUU durante otros tres años (a menos que en algún momento deba enfrentarse a un impeachment) es un hombre dado al exceso y cae en todos los pecados capitales, que también han marcado su paso por la Casa Blanca hasta el momento.
Después de 365 días de visitar @realDonaldTrump, la cuenta del magnate en Twitter, ya no sorprende leer que ha insultado a alguien. Es lo normal. Trump es una persona destemplada e impulsiva que lleva fatal las críticas, un cóctel cuya mezcla se traduce en exabruptos y ofensas constantes.
El presidente de EEUU rechazó bien pronto comunicarse por la cuenta oficial de su cargo, @POTUS, e inmediatamente dejó claro que su principal canal sería su Twitter personal, antes que su oficina de prensa y que los comunicados oficiales de la Casa Blanca.
En sus redes, ha cargado constantemente, en pleno cabreo, contra empresas, otros políticos (bromeando con agredirlos), otras redes sociales, líderes mundiales que destacan por su inestabilidad, deportistas, medios de comunicación (incluso fantaseando con golpearlos), programas de la tele...
Y, en privado, ha insultado a países por su pobreza. Por si fuera poco, su política exterior es claramente violenta y agresiva, desandando el camino de la paz con países peligrosos y amenazando abiertamente a sus aliados.
Incluso ha compartido vídeos que promueven el odio y se niega a condenar a los racistas violentos. No es de extrañar que sus seguidores lo lleven un paso más allá y se sientan invencibles.
Recientemente se ha sabido que Trump fue infiel a su esposa Melania con un actriz porno, a la que pagó para que no lo contara. Ya en su día lo fue también a su primera esposa Ivana con la que se convertiría en su segunda mujer, Marla Maples. Y según People, mientras estaba casado con esta, tenía otras tres amantes. Estas son todas las mujeres con las que ha tenido 'algo', según Newsweek.
A través de los continuosdesplantes, insultos y falta de consideración de Trump a Melania, deja claro lo que opina de las mujeres y el respeto que las tiene. Y a los que duden, se lo deja claro con sus frases asombrosamente machistas, algunas incluso soeces, y lo que en su opinión las define y es su obligación.
Pero es que, además de esas mujeres, que presumiblemente han tenido relaciones consentidas con él, hasta 16 mujeres han alzado la voz para acusarle de acoso sexual. Entre ellas hay periodistas y 'Misses', pero también mujeres normales que se cruzaron en su camino, e incluso exempleadas.
Todo ello no le va a pasar ninguna factura política: la Casa Blanca considera unas mentirosas a todas las mujeres que lo acusan de acoso y no tiene intención de investigar a Trump. Y también está ayudando a otros acosadores a salir impunes.
Y luego está su actitud ante las mujeres poderosas, de su desprecio hacia Hillary Clinton, a la que ha llegado a llamar "zorra", hasta ignorar a la canciller alemana, Angela Merkel, para no reconocerla como una igual. No es de extrañar que en su equipo de asesores las mujeres brillen por su ausencia...
Poco después de asumir el cargo, se supo que Trump se niega a leer informes muy largos (que superen una hoja y no tengan todo dividido en menos de nueve puntos) y los que los redactan tratan de atraer su atención escribiendo su nombre en cada párrafo.
Según Newsweek, la vagancia ha sido una constante en su presidencia. Aunque prometió que no cogería vacaciones ni tendría tiempo para jugar al golf, en julio ya había pasado más de un mes practicando ese deporte en sus resorts y ha bautizado su mansión en Florida como "la Casa Blanca de invierno".
Por supuesto, también ha encontrado tiempo para tuitear, pero no sobre política, relaciones internacionales o legislación sino para cargar contra otros a título personal o promocionar su imagen.
Según The Washington Post, ve la tele entre cinco y ocho horas al día durante su horario de trabajo. "Se aburre y se pone a ver la tele", coincide Politico. ¡No tiene paciencia ni para alimentar peces! En abril reconoció a Reuters que adoraba su antigua vida y que pensaba "que gobernar sería más fácil".
Si existiera una imagen que representara la soberbia en la enciclopedia sería la de Donald Trump. El magnate ha desplegado toda su vida unos ademanes chulescos y no ha dudado en todo momento en hablar de sus propias virtudes sin ninguna vergüenza.
A juzgar por los "agujeros de mierda" que se le han vuelto en contra recientemente, Trump se cree mejor que otros por su lugar de nacimiento (o, alternativamente, su riqueza o color de piel).
El presidente de EEUU ha demostrado en multitud de ocasiones que es capaz de ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio, que tiene poca consideración hacia los que le rodean y que siempre tiene que ser el protagonista.
Profesionales de la salud mental aseguran que padece un narcisismo maligno, sus extrabajadores aseguran que se adora a sí mismo y sus propios ciudadanos lo definen como "egoísta". Su egocentrismo es tal que llegó a decir a Daniel Radcliffe, el actor de Harry Potter, que se presentara a las entrevistas diciendo que había conocido "a Donald Trump".
El millonario está tan centrado en sí mismo que se inventa incluso los hechos que tienen que ver con él para engrandecerse, se felicita a sí mismo y ha dejado en shock a la gente por su arrogancia y su falta de compasión.
Como a cualquier persona con un gran ego y una piel muy fina ante la crítica, Trump es envidioso y propenso a entrar en competiciones infantiles para demostrar lo macho que es.
Es la única razón imaginable tras sus extraños apretones de manos con otros líderes varones, entre los que destaca el de medio minuto con Emmanuel Macron, aunque para aclarar dudas, el propio presidente de Francia lo explica. La mayoría dio por ganador al galo, por lo que Trump tuvo que salir al paso asegurando que al líder del Elíseo "le encanta" darle la mano.
Es, también, la única explicación posible al manotazo que le propinó al líder de Montenegro porque iba a estar en primera fila ante los medios. El presidente de EEUU tiene un ego grande pero frágil, y le aterra no ser el centro de atención. Cuando lo es otro, los celos le pueden. Cuando alguien le critica, contraataca ferozmente, aunque sea en detrimento de su partido o ponga en peligro unas negociaciones.
Ese ego tan frágil y a la vez tan gigantesco es la causa, de que la reforma fiscal tardara en consolidarse a pesar de su mayoría en el Congreso, de que necesite ser adulado constantemente, de que suelte bilis cuando no es el favorito de la gente (de hecho, haber perdido contra Clinton en el voto popular le fastidia tanto que ha puesto en duda el sistema democrático de su país) e incluso ha llegado a erigirse en el principal problema para ejercer su trabajo, en opinión de algunos.
El principal objeto de su envidia es Barack Obama, su predecesor en el cargo, tan respetado y querido como Trump es odiado y ridiculizado. Estaba obsesionado con él incluso antes de convertirse en candidato, y esa fijación lo ha convertido en hazmerreír entre la diplomacia europea.
Algunos creen que fue su principal razón para abandonar el acuerdo de París, otros opinan que también tiene celos de su popularidad (Obama fue elegido el hombre más admirado de EEUU tras dejar el cargo, ganando a un nuevo presidente por primera vez en la historia) y de su estilo. Este tuit parece probarlo:
Y hablando del avión presidencial, sus celos llegan a tanto que, durante un viaje a principios de septiembre a Kuwait, se quejó de que el avión del emir que gobierna el país fuera más grande que el suyo... Dos semanas después, puso a su equipo a trabajar en un Air Force One más enorme.
Y es que tampoco se salvan de su envidia líderes mundiales autoritarios. USA Today considera que envidia el poder absoluto que ejercen y ha recogido sus alabanzas hacia el presidente de Filipinas, que calificó su régimen de "sangriento" y que presume de haber matado personalmente a varias personas.
También se muestra admirador de la familia real de Arabia Saudí, uno de los regímenes más atroces con las mujeres, del líder militar que controla Egipto, Al Sisi, del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, famoso por encarcelar periodistas críticos, y por supuesto de Vladimir Putin.
En su reciente examen médico obligatorio, el primero de su mandato, se ha descubierto que Trump está gordo y al borde de la obesidad. Su médico asegura que tiene "una salud excelente", aunque también arrastra problemas de corazón.
No es de extrañar que tenga sobrepeso, algo tan evidente que hasta el Papa Francisco bromea con ello. Como apunta The New York Times, coma lo que coma, lo acompaña de patatas fritas, y se sabe que toma 12 coca colas al día.
Cada vez que visita McDonald's, uno de sus restaurantes favoritos, se mete al cuerpo una inmensa cantidad de hamburguesas: dos Big Mac, dos de pescado y un batido de chocolate.
En su caravana electoral se alimentaba de "cuatro grupos de comida": pizza, Coca Cola Light, Kentucky Fried Chicken y McDonald's. Nunca faltaban patatas fritas de bolsa, pretzels, galletas Oreo y Vienna Fingers, una especie de sándwich de galleta con crema dentro.
Encima de su mesa en el Despacho Oval tiene un botón para pedir Coca Cola, lo que puntúa tanto en pereza como en gula. The Washington Post razona que su ostentosa mala dieta (nunca vista antes en un presidente de EEUU) es otra forma de atacar a Obama, lo que encaja en envidia y gula.
Para empezar, el propio Trump se define como "avaricioso", y no es de extrañar, dado lo que presume de su riqueza y de la de sus amigos. De hecho, ha llegado a decir que "no se puede ser 'demasiado' avaricioso".
El magnate se ha mostrado despreciativo con la Casa Blanca, a la que ha calificado de "tugurio" en comparación a sus otras mansiones. En su habitual falta de empatía, también ha dado a conocer su rechazo a los pobres, al insinuar que no los quiere en su gobierno.
Y gracias al libro Fire and Fury que tanto le enfada, lleno de curiosidades negativas sobre su persona y su Administración, ha salido a la luz que nunca quiso ser presidente. Se presentó sólo para conseguir publicidad y negocios y aumentar su ya considerable fortuna personal.
El Washington Post, Newsweek, The Independent, Rolling Stone y The Star aseguran que los propios estadounidenses piensan que la presidencia de Trump se distingue por corrupta. Y según The New Yorker, ni sus negocios se salvan... Pero Trump sigue viendo los fallos ajenos e ignorando los suyos: