Los hombres que 'olvidaban' haber violado a las mujeres
Hay consenso a la hora de calificar una violación como algo brutal y delictivo, pero ¿qué hay de un agarrón de nalgas? ¿Y de un beso robado?
El mes pasado empezó a circular por Internet el listado anónimo Shitty Media Men (Hombres de mierda en los medios), que recoge nombres de famosos que presuntamente han cometido acoso sexual. Esta lista, que salió a la luz poco después de desvelarse el escándalo de Harvey Weinstein, solo estuvo accesible durante 12 horas, pero fue suficiente para que se generara un enorme revuelo en los medios.
He hablado con mujeres y hombres de mi entorno profesional sobre la lista y sus implicaciones en nuestro sector. Durante estas conversaciones, una cosa que me impactó es que la mayoría de los hombres con los que hablé admitieron haber sentido miedo durante unos instantes por la posibilidad de aparecer ellos en esa lista. No tenían miedo por algún incidente "de mierda" que les diera el billete directo al listado, sino que su miedo era más general: ¿y si habían cruzado involuntariamente un límite? ¿Habrían cometido algún abuso que jamás llegaron a registrar como algo fuera de lo normal?
He estado pensando en estas conversaciones a medida que los hombres de diversas industrias (Hollywood, la política, los medios de comunicación, la tecnología, etc.) han empezado a hablar sobre violaciones en el pasado y asumido distintos grados de responsabilidad. Varios de estos hombres han recurrido a un lenguaje que sugiere que han olvidado, no recuerdan bien o nunca han considerado en profundidad el comportamiento que hizo que varias mujeres les denunciaran por haber violado sus límites, su confianza y su cuerpo: el juez estadounidense y candidato republicano al Senado Roy Moore ("Si lo hice, no voy a discutirlo, pero no recuerdo nada de eso"), el senador demócrata Al Franken ("Aunque no recuerdo los ensayos del mismo modo que [la presentadora y modelo] Leeann..."), el periodista y locutor Charlie Rose ("Siempre he creído que eran sentimientos mutuos") o el cineasta Louis C.K. ("Nunca he pensado que estuviera haciendo nada de eso porque mi posición me ha permitido no pensar en ello").
No podemos saber con certeza si los hombres que dicen que no recuerdan un incidente concreto de acoso sexual o conducta indebida realmente no lo recuerdan o si solo están mintiendo para protegerse (en algunos casos está muy claro). Sin embargo, la cuestión sigue latente: ¿por qué es tan común el discurso del olvido?
La conclusión es más compleja que un simple "esos hombres son unos seres miserables que mienten sobre haber abusado de mujeres". En cierto modo, es inconcebible que una persona pueda acosar o abusar de otra sin que el incidente deje una fuerte huella en el autor, pero si este tipo de comportamiento se percibe como algo normal, ¿por qué habría de salir a la luz?
Como sociedad, hay consenso a la hora de calificar las violaciones como algo violento, brutal y delictivo, pero ¿qué hay de un agarrón de nalgas casual? ¿Y de un comentario sexual indecente tras una reunión de trabajo? ¿Y de un beso robado en el que la víctima se tensa por lo inesperado de la situación? ¿Y un encuentro sexual en el que una de las partes nunca llega a decir que sí pero tampoco se atreve a negarse? ¿Y qué hay de todos esos tipos de violación que no son violentos pero que hacen que la víctima se sienta forzada e impotente?
"Cuando alguien cae en una conducta sexual inapropiada, damos por hecho que los demás también se dan cuenta de lo inadecuado de su comportamiento, pero no es así necesariamente, y cuando no notas que algo está fuera de lo normal, no lo concibes como una transgresión", explica al HuffPost Maia Christopher, directora ejecutiva de la Asociación para el Tratamiento de Abusadores Sexuales.
De hecho, no todas las violaciones ni casos de abuso son iguales, pero el listón del buen comportamiento a veces está tan bajo que muchos hombres pueden regocijarse por el hecho de no ser unos violadores y seguir como si nada aunque hayan incurrido en otras formas de conducta abusiva. Kristen Houser, directora de asuntos públicos del Centro Nacional de Recursos contra la Violencia Sexual de Estados Unidos (NSVRC en inglés), describe esta capacidad de desvincularse mentalmente de la conducta inapropiada como "pensamientos distorsionados": "[Esos hombres] pueden ser conscientes de que lo que hicieron está socialmente mal visto y aun así seguir pensando que no ha sido una violación".
Por esta razón, solo ahora se está obligando a (algunos) hombres poderosos a admitir que han estado años (o décadas) incurriendo en conductas inapropiadas y a enfrentarse a la realidad que han sido capaces de eludir o de ignorar.
Esto es lo que dijo la actriz y escritora Pia Glenn en Twitter: "Cuando estos hombres dicen que no recuerdan haber abusado sexualmente de una mujer, me lo creo... y ojalá ellos tuvieran la autocrítica para relacionar el hecho de que no lo recuerdan con el hecho de que si no lo recuerdan es porque es algo muy común".
En Estados Unidos, los abusos sexuales y el acoso son muy comunes, sin duda. Una encuesta de 2015 publicada en Cosmopolitan desveló que una de cada tres mujeres de entre 18 y 34 años había sufrido acoso sexual en el trabajo y que una de cada seis mujeres estadounidenses había sufrido una violación o un intento de violación a lo largo de su vida, la mayoría de los casos antes de cumplir los 35 años.Las mujeres transexuales, las que tienen alguna discapacidad y las que declararon ser bisexuales se enfrentan a una tasa de abuso sexual incluso mayor, y aunque es cierto que las mujeres también son capaces de convertirse en depredadoras sexuales, la mayoría de los abusos e incidentes de acoso son cometidos por hombres.
En consecuencia, a las mujeres y las personas de género no conforme se nos enseña desde la infancia que nuestros cuerpos son una responsabilidad añadida. A medida que crecemos, vamos siendo más conscientes de nuestro entorno. Intentamos llamar menos la atención. Aprendemos a leer a la gente, a percibir si suponen una amenaza o si nuestra presencia les resulta incómoda. Intentamos ser amables sin que eso dé pie a atraer una atención indeseada. Tratamos de poner nuestra cara más fría como escudo para mantener a raya a los desconocidos y luego la suavizamos si no ha funcionado. Modificamos nuestras propias acciones para mantener contenta a la gente de nuestro alrededor (especialmente a los hombres), para que no se ofenda nadie, ni arruinemos así nuestra reputación profesional, ni nos griten en el metro, ni nos agredan físicamente.
Por el contrario, a los hombres se les enseña que merecen ocupar su espacio, recibir atención y reconocimiento, especialmente de las mujeres de su alrededor. Y, si la atención y el reconocimiento no vienen de forma voluntaria, se les enseña que tienen derecho a conquistarlos, sin importar lo que sea necesario hacer para lograrlo.
Es esta dinámica la que permitió que el cineasta Louis C.K. se convenciera a sí mismo de que preguntar en broma a varias mujeres si querían verle el pene valía como consentimiento. La misma dinámica que permitió a Charlie Rose creer que pasearse desnudo delante de mujeres más jóvenes desprevenidas en su trabajo era tener "sentimientos compartidos". La misma que hizo que otros hombres de mi entorno tuvieran miedo de no haber sido capaces de distinguir qué es violación y qué es sexo consentido.
Como señaló Rebecca Traister en el New York Magazine, parece inevitable que surjan reacciones de algún tipo en estos momentos en los que se están produciendo ajustes de cuentas de forma generalizada. Las mujeres nos encontramos ahora en un estado de alerta enorme, a la espera de que aparezca la primera denuncia falsa o la primera historia malinterpretada y detenga este torrente, devolviendo el equilibrio de poder a la normalidad. Al menos, mientras esperamos y conforme van saliendo a la luz más incidentes, estas historias están llegando a muchos hombres. En estos últimos dos meses han hablado conmigo más hombres concienciados sobre la violencia sexual que en toda mi vida antes de todo esto. He visto a muchos hombres horrorizados (hombres corrientes, no famosos, de veintipico o treintaipico años) empezando a lidiar tanto con una cultura que antes podían ignorar como con su propia complicidad, que fue el sustento de esa cultura.
Y eso no sucedió cuando se destaparon los acosos sexuales de Bill Cosby ni de Donald Trump.
La belleza del movimiento #MeToo (yo también) es que es imposible de ignorar. Tantos testimonios complican mucho que los hombres que cometieron algún tipo de violencia sexual en el pasado puedan seguir eludiendo su culpa. Las mujeres estamos cabreadas, y a una mujer cabreada no se le olvidan tan fácilmente las cosas.
Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.