¿Quiénes son los rohingyas y por qué los persiguen?
Más de mil personas han fallecido y otras 270.000 han escapado al vecino Bangladesh desde Birmania. Estas son las razones de su exilio y muerte.
Es un reguero interminable. Ahora 20, luego 12, más tarde 27 cuerpos más. Las agencias de noticias van vomitando los datos sin descanso, cada día. Son los muertos por los ataques del ejército birmano y los ahogados en las aguas que separan Bangladesh y Myanmar (antes Birmania). Víctimas que tienen un origen común: son rohingyas, una minoría predominantemente musulmana a los que la ONU describe como un pueblo "sin Estado" y "virtualmente sin amigos" ni en su continente.
Los rohingyas escapan de Myanmar, donde una oleada de violencia desatada en las dos últimas semanas ha llevado su situación al límite. Más de mil personas han muerto y 270.000 han huido en estos días al país vecino, tratando de salvarse de una campaña militar en el estado de Rakhine, antes conocido como Arakan, en el oeste del país. El ejército birmano les cerca en respuesta a varias decenas de ataques cometidos contra comisarías por parte de un grupo rebelde de origen rohingya llamado Arakan Rohingya Salvation Army (ARSA).
Zeid Ra'ad al-Hussein, el alto comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, ha pedido al gobierno de Naipyidó que "envíe instrucciones claras a las fuerzas de seguridad para que se abstengan de utilizar una fuerza desproporcionada" contra estos civiles, un grupo poco conocido en Occidente que está muriendo en el exilio o viviendo en condiciones lamentables en Bangladesh, y que algunos analistas definen como "el pueblo musulmán más perseguido del mundo".
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¿QUIÉNES SON?
Los rohingyas forman un grupo de alrededor de un millón de personas, concentradas como grupo étnico en el norte del estado de Rakhine (antiguamente Arakán), en Birmania, cerca de la frontera con Bangladesh. A diferencia del 90% de la población birmana, que profesa el budismo, los rohingyas son musulmanes.
Birmania no los considera ciudadanos, no tienen reconocimiento como grupo étnico ni libertad de movimiento. Y lo cierto es que nadie sabe a ciencia cierta de dónde vienen, cuál es su origen. Los líderes de la comunidad defienden que son descendientes de comerciantes árabes, pero el Estado birmano asegura que son en realidad migrantes musulmanes de Bangladesh que cruzaron a Myanmar durante la ocupación británica. De ahí que se les considere "advenedizos", término usado en ocasiones por las autoridades.
Oficialmente, son tratados como inmigrantes bengalíes, están confinados en grandes guetos -en condiciones muy precarias- y no se frena la violencia que se ejerce contra ellos: ni cuando los ataques vienen del odio del vecino ni cuando los aplica el Gobierno.
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¿DÓNDE EMPIEZA EL CONFLICTO?
Su vida como minoría dentro del país no ha sido, pues apacible, por esta sospecha sobre el forastero. El conflicto entre musulmanes y budistas se remonta a la Segunda Guerra Mundial: en 1942, los rohingyas se enfrentaron a los budistas locales; los primeros estaban apoyados por el Reino Unido y los segundos, por Japón.
Desde 1948, cuando se independizó el país, han sido víctimas de tortura, negligencia y represión, viviendo apartados del resto de la sociedad, hasta el punto de que no pueden casarse o viajar sin permiso de las autoridades del país y no tienen derecho a tener tierras ni otras propiedades, lo cual limita notablemente sus posibilidades de empleo y de una vida estable. Unos parias.
La situación, denuncia Naciones Unidas, no ha cambiado en estas décadas. El sometimiento no sólo ha roto en cansancio, angustia y desesperación, sino que ha cuajado al final en una insurgencia organizada y fuerte, en la formación degrupos radicales que han elegido la violencia contra el Estado como medio de reivindicar un mejor estatus. La respuesta del Gobierno birmano está siendo la de redadas, operaciones especiales y contraofensivas no ya policiales, sino militares, que diversas organizaciones de defensa de los derechos humanos han condenado por excesivas.
Amnistía Internacional, por ejemplo, ha denunciado estas "operaciones de limpieza", que suelen implicar además del cierre de la zona, "con lo que se impide de hecho entrar en ella a las organizaciones humanitarias, los medios de comunicación y los observadores independientes de derechos humanos". Por eso hay, además, tan poca información fiable sobre lo que les ocurre.
Se calcula que la represión histórica contra este pueblo ha creado una diáspora de por lo menos un millón de civiles en diversas partes del mundo. En el año 2012, por ejemplo, 100.000 rohingyas huyeron de sus casas en medio de enfrentamientos mortales entre musulmanes y budistas, similares a los de estos días. Desde entonces la segregación ha ido en aumento y los rohingyas se concentraron sobre todo en Maungdaw y Buthidaung, de las ciudades más pobres de Myanmar.
¿DE DÓNDE VIENE ESTA CRISIS?
La situación, siempre tensa, se volvió a agravar a finales de agosto, cuando insurgentes del ARSA realizaron varios ataques contra puestos de Policía y una base militar, a lo que las fuerzas de seguridad birmanas replicaron con una campaña de represión aún más intensa contra todo el pueblo, un castigo colectivo. Tal y como explica El Mundo, se está aplicando como castigo "una política literalmente de "tierra quemada" -se están incendiando las aldeas, de forma que no quede nada a dónde regresar- que parece encaminada a expulsar de forma permanente a un pueblo que, a ojos de los birmanos, está compuesto por inmigrantes bangladeshíes, pese a llevar varias generaciones instalados en el país".
La crudeza de la actual represión militar contra los rohingya no tiene precedentes. Tan sólo durante la semana pasada, cerca de 400 personas murieron en enfrentamientos y confrontaciones militares, al tiempo que alrededor de 73.000 huyeron al vecino Bangladés, según recuento presentado por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), que ha calificado esta crisis del pueblo rohingya como una de "las más largas del mundo y también una de las más olvidadas". Este viernes, la cifra ya se ha elevado al millar de muertos entre el asedio y los intentos de escapar, según ha dicho a AFP la relatora especial de la ONU para Birmania, Yanghee Lee. Los refugiados se calculan en 270.000.
Para el Gobierno birmano, que lidera la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, estas víctimas no existen. No aparecen en ninguna de sus comunicaciones públicas, aunque sí explicitan las bajas de los budistas (birmanos puros, dicen), los policías o los militares. La relatora de la ONU constata que también en ese lado hay muertos por los atentados, pero no ha cerrado una cifra y ha reconocido que el grueso de víctimas está en el lado de los musulmanes. El vicepresidente del país, Myint Swe, negó recientemente las acusaciones de violencia y represión. "No hay posibilidad de crímenes contra la humanidad, no hay pruebas de limpieza étnica", zanjó.
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¿QUÉ HACE EL MUNDO?
La persecución de los rohingya está causando una ola de indignación entre la comunidad musulmana de todo el mundo, especialmente en el sureste asiático y, menos, en el mundo árabe.
El secretario general de la ONU, António Guterres, se ha mostrado "profundamente preocupado" por los informes que llegan sobre la violencia ejercida desde el Gobierno de Birmania y ha instado a "la moderación y la calma" para evitar una catástrofe humanitaria. "La situación actual subraya la urgencia de buscar enfoques holísticos para abordar las complejas raíces de la violencia", afirmó el portavoz de Guterres, Eri Kaneko.
Sin embargo, no se ha producido ninguna condena ni ninguna por parte del Consejo de Seguridad de la ONU, donde Birmania cuenta con el apoyo de dos miembros permanentes -China y Rusia- que bloquearán cualquier tipo de castigo.
LA SOMBRA SOBRE EL ICONO
Aunque no haya sanciones o condenas a ese nivel, este viernes ha llegado una condena moral más poderosa que todo eso: la del arzobispo sudafricano y premio Nobel de la Paz Desmond Tutu quien, desde su retiro de la vida pública y a sus 85 años, ha mandado una carta a compañera de medalla, Aung San Suu Kyi, en la que le dice: "Yo ya estoy viejo, decrépito y formalmente retirado, pero rompo mi promesa de permanecer en silencio por la profunda tristeza que me causa la situación de la minoría rohingya".
Va mucho más allá, y pone en tela de juicio el papel de la Nobel de la Paz, mujer aplaudida por el mundo entero y que ahora, en su país, permite desde el Gobierno este tipo de violaciones. "Tu irrupción en la vida pública disipó nuestra preocupación por la violencia perpetrada contra los rohingya, pero lo que unos llaman limpieza étnica y otros lento genocidio ha persistido y recientemente se ha acelerado", escribe el arzobispo. "Si el precio político de tu ascenso a la oficina más importante de Birmania es tu silencio, es un precio demasiado alto. Un país que no está en paz consigo mismo, que no reconoce y protege la dignidad y el valor de todo su pueblo, no es un país libre", concluye, contundente.
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Ya en enero de este año, hasta 13 Premios Nobel criticaron abiertamente en una carta a la premio Nobel de la Paz, Aung Sang Suu Kyi, quien tras dos décadas bajo arresto domiciliario lidera ahora el gobierno de Myanmar; no es la presidenta, pues la actual constitución le prohíbe serlo debido a que estuvo casada con una persona no birmana, pero sí es la mujer más poderosa, consejera de Estado.
"A pesar de repetidos llamados a Aung San Suu Kyi estamos frustrados porque no ha realizado ninguna acción para asegurar los derechos y la ciudadanía de los rohingya. Suu Kyi es la líder del país y la primera responsabilidad de un líder es liderar con coraje, humanidad y compasión", señalaron en la misiva, descorazonados con que una persona que ha sido icono de la lucha por los derechos humanos trate así ahora a una minoría en su país.
Pero meses después, en una entrevista exclusiva con BBC, Suu Kyi negó las acusaciones de limpieza étnica y aseguró que el gobierno birmano "le daría bienvenida y seguridad a los rohingya que quieran regresar". "Creo que hay mucha hostilidad, pero también se trata de musulmanes matando a otros musulmanes que sospechan de colaborar con la otra parte", expresó en abril. Tras meses de silencio, el jueves pasado habló de nuevo y dijo que sus adversarios difunden "un iceberg de desinformación" y acusó a los "terroristas" de difundir una "calculada campaña de noticias falsas".