Mikel Ayestaran: "Lo peor es ver que como reportero de guerra tu trabajo no vale tanto como piensas"

Mikel Ayestaran: "Lo peor es ver que como reportero de guerra tu trabajo no vale tanto como piensas"

El periodista especialista en Oriente Medio estrena libro y habla de sus frustraciones, sus miedos y sus alegrías en zonas de conflicto.

CARLOS PINA

El periodista Mikel Ayestaran siempre tiene presente a Oriente Medio. Hasta en sus lecturas. Con el libro El Caparazón: diario de un mirón en las cárceles de Al Assad sobre la mesa, el reportero recibe a El HuffPost al tiempo que recomienda fervientemente esta novela de Mustafa Khalifa.

Ayestaran no tiene a mano, en cambio, su propio libro, Oriente Medio, Oriente roto (Península), que acaba de publicar. En esta "crónica de crónicas", como él mismo lo define, relata a lo largo de 14 capítulos 14 conflictos distintos que ha vivido como reportero de guerra: desde los episodios de las primaveras árabes en Túnez o Egipto hasta el drama de los refugiados, pasando por la guerra de Siria y el conflicto israelí.

El hombre que dormía con los zapatos puestos —como describió Ramón Lobo a Ayestaran en Guerras de ayer y de hoy— ha sentido miedo y frustración en sus viajes, pero precisamente es eso lo que le hace seguir adelante ("el día que deje de sentir, me iré", dice). Eso, y la terapia de responder a las preguntas de sus hijos cuando vuelve de trabajar y bajan juntos al parque en Jerusalén, donde el periodista vive con su familia.

Aunque Ayestaran asegura que en realidad le gusta más hacer preguntas que responderlas, está contento por la promoción de su libro (en sus propias palabras, no está "acostumbrado a tanta atención") y ha contestado gustosamente a las de El HuffPost:

Supongo que empezaste escribiendo estos textos como parte de un diario. ¿Lo hiciste pensando que algún día lo publicarías como libro?

El tema de elegir el formato fue complicado, pero no es una crónica y tampoco un diario ni una recopilación de artículos. Le di muchas vueltas: probé a contarlo en pasado, en tercera persona, y al final he tenido que recurrir al presente y a la primera persona, violando todos las normas de estilo del periodismo. Pero creo que era la forma de mantener el pulso. Lo considero más una gran crónica de las crónicas, donde los hechos y los entrevistados son los grandes protagonistas, pero donde también aparece Mikel Ayestaran para dar su punto de vista, cosa que no hacemos en las informaciones normalmente, y para aportar el proceso de making of.

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Me ha llamado la atención que en el índice todos los apartados son países menos Jerusalén. ¿Es porque esa ciudad tiene más historia que todo un país junto?

Jerusalén tiene peso suficiente para ocupar no sólo un capítulo, sino el libro entero. Jerusalén tiene entidad propia.

Alguna vez he leído que la adrenalina —o ese afán de aventura, de búsqueda de peligro— es lo que más mueve a los reporteros de guerra, siendo casi más adictivo que el hecho de informar. ¿Es así en tu caso?

El primer impulso por supuesto que es el de la adrenalina. Pero no para ir a la primera línea a ver cómo pegan tiros, sino por lo difícil que es llegar logísticamente a estos sitios: buscarte un billete, cruzar una frontera o conseguir los permisos. Ese subidón del principio es muy potente. Lo importante es llegar.

Tiene un punto de aventurero...

Sí, sí lo tiene. A mí la logística para poder llegar a estos sitios siempre me ha gustado. Creo que en este tiempo he aprendido a ser efectivo. Lo primero es llegar, pero una vez ahí tienes que producir y tienes que enviar. Si no publicas, no eres nadie. Y eso es lo que más he trabajado; el ser efectivo en un período de tiempo muy corto.

A veces, leyendo el libro, da la impresión de que te suceden una serie de casualidades propias de una novela. ¿Tu vida siempre ha sido así, repleta de azares?

Creo que a todo el mundo le pasa. Tienes que tomar decisiones y entre tanto te encuentras con gente, con amigos de amigos... Pero cuando trabajas por tu cuenta, cuando no tienes a nadie que te cubra las espaldas, agudizas muchísimo más los sentidos, eres mucho más receptivo a las llamadas. Ves puertas donde en otras situaciones no las verías. Al principio de todas las carreras es así. Tienes ese punto de inocencia, de curiosidad, que luego puedes ir perdiendo con la edad. ¡Qué pena!

Como reportero de guerra no puedes ser un cínico hijo de puta; tienes que ser un ser humano. Y el día que deje de sentir, me iré.

Cómo se puede distinguir verdad de posverdad (o, directamente, mentira). Y qué se puede decir a alguien que ya desconfía de cualquier tipo de prensa por considerarla partidista y sesgada.

En mi caso, procuro hacer información local allí donde esté, ya sea en Jerusalén, en Bagdad, en Damasco o en San Sebastián. Yo te cuento lo que veo y la gente con la que hablo. La visión de los conflictos suele ser bastante más limitada de lo que pensamos, eso es verdad. Luego están las interpretaciones, las opiniones... pero nosotros somos simples reporteros.

¿Qué es lo más desmoralizante que has visto o vivido como reportero de guerra?

El ver que nuestro trabajo no vale tanto como pensamos. Por ejemplo, me di cuenta con la última ofensiva de Israel contra Gaza, en 2014, cuando hubo más de 2000 muertos en 40 días, una barbaridad. Al final, todos los días era lo mismo: ibas a los hospitales, entrevistabas a las familias. Un día me acerqué a hablar con una madre que tenía a su hijo en brazos, que estaba mal. Le pedí que me contara qué había sucedido y ella me contestó: "Es la tercera vez que me ha pasado esto, he dado 200 entrevistas y si a ti te doy esta entrevista, ¿se va a solucionar esto?". Pues no. Quizá lo más desmoralizante es eso, ver que tu trabajo no va ayudar a cambiar las cosas tanto como tú piensas. Te ayuda a ti, te dan premios, escribes libros, das entrevistas, pero realmente, sobre el terreno es muy difícil que tengas un impacto en ese tipo de situaciones. Están muy por encima de ti.

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¿Y el momento en que más peligro has sentido?

Una cosa es el peligro del que eres consciente cuando te pasa algo; pero estoy seguro de que ha habido muchas situaciones en las que he corrido peligro y no he sido consciente. Es como cuando te mangan sin que te des cuenta o te mangan con un cuchillo. Esa es la diferencia. Pero creo que cuando más miedo pasé fue en Siria, en una emboscada que hubo a un convoy de la ONU. Yo iba en un coche detrás del convoy y pasé mucho miedo. Empezaron a abrir fuego contra los coches de la ONU y yo iba en un coche sin blindar, en un Citroën C4, ahí solo y dije: "¡Me cago en diez!". Al final sólo fue contra los coches de la ONU, que iban blindados, pero, claro, el siguiente era el mío.

También se pasa mucho miedo en los bombardeos. Pero el miedo hay que pasarlo. Igual que hay que llorar, hay que estar triste o contento. Lo importante en estas situaciones es aprender a controlar tus emociones. No te puedes hundir ni venir arriba de alegría ni te puedes cagar de miedo. Tienes que seguir y trabajar en este contexto. Pero tampoco puedes ser un cínico hijo de puta; tienes que ser un ser humano. Y el día que deje de sentir, me iré.

Obama no puso en práctica muchas cosas porque la maquinaria y el sistema están por encima del presidente.

En los capítulos de Líbano e Irak, hablas de que la población se siente expectante ante el cambio de Gobierno en Estados Unidos después de Bush. ¿Cómo les fue con Obama? ¿Y qué expectativas tienen ahora con Trump?

Con Obama se crearon muchísimas expectativas, ¡hasta le dieron el Nobel de la Paz!, y luego al final se vio que tampoco pudo poner en práctica muchas cosas de las que dijo, porque la maquinaria y el sistema están por encima del presidente. Lo intentó. Llevó a cabo el desengagement de cara a la retirada de tropas porque se había visto que todas sus invasiones habían sido un error. Pero también fortaleció el uso de aviones no tripulados para realizar ataques selectivos y firmó el mayor pacto de la historia que ha tenido Israel con Estados Unidos para la venta de armamento.

Ese es el legado que ha dejado Obama. Ahora estamos ante Trump, del cual no sabemos nada. Yo le he seguido en la última visita a Tierra Santa y pensaba: "Todo el mundo habla mal de este hombre, pero algo tiene que tener, porque es el presidente de Estados Unidos". Y, la verdad, después de su visita, estuve hablando con los periodistas que le acompañaban y me he quedado decepcionado. No hay nada: está vacío de mensaje, de contenido, de estrategia. Pero, sobre todo, es un tipo que me da mucho miedo. Me da miedo las decisiones que pueda tomar en los próximos años, porque es el presidente de Estados Unidos, no de las Maldivas.

Trump es un tipo que me da mucho miedo.

Hace poco entrevistamos a un diplomático egipcio que criticaba la radicalización que se está viviendo en su país. En el libro cuentas cómo fue la emoción que se vivió durante revolución en la plaza Tahrir con la dimisión de Mubarak. ¿Cómo ha evolucionado allí la situación? Él hablaba de que en su época las mujeres no se cubrían ni los hombres llevaban barba larga, y achaca la radicalización a la ausencia de un gobierno que se preocupara por las inquietudes de la gente.

El revival religioso que hay en la región es un fenómeno generalizado. Está siendo un tsunami. No solamente en Egipto, también en Siria, en Irak, en Israel. Y no sólo con el islam, también con el judaísmo. Pero el caso de Egipto me da muchísima pena. Hicieron lo más difícil: levantarse, acabar con Mubarak y después echaron también al primer presidente democrático que tenían. Y desde Occidente no se ha hecho nada. Se ha abrazado un golpe militar por el hecho de que Morsi era miembro de los Hermanos Musulmanes. Siempre me quedaré con la pena de no haber visto en práctica el islam político. Que quizá luego podía haber sido un error monumental, pero es que no lo vamos a saber. Y, nos guste o no, era la elección de la gente. Estuvimos en esas elecciones y fueron transparentes. Ganó la opción de los Hermanos Musulmanes. Pasó lo mismo en Argelia, con el Frente Islámico; pasó lo mismo en los territorios palestinos con Hamás. No sabremos lo que es el islam político hasta que no pueda gobernar. Y entonces sabremos si es tan peligroso o si de verdad puede radicalizar o no.

En el capítulo de Siria cuentas que Assad te dijo que consideraba a España el principal aliado para conseguir la paz en Israel en 2007. ¿A qué se refería?

La política exterior española pinta muy poco o nada en Oriente Medio, donde lo que pinta es la política de Estados Unidos o de Rusia ahora. Pero sí que hay unos vínculos afectivos con España. Siempre nos miran con la sensación de que aquí estuvo Al Andalus. Sienten una aproximación hacia los españoles: les gusta, les interesa y ahora, sobre todo, tienen un interés especial por el fútbol. En el caso de Assad no fue así, pero en las entrevistas con estos dirigentes siempre son muy diplomáticos y te dicen este tipo de cosas que luego no se plasman en algo efectivo. A nosotros todo el mundo nos ve bien precisamente porque no somos enemigos para nadie. España cae simpático en general.

La gente de Oriente Medio no quiere vivir bajo el Califa del ISIS. Lo que quieren es vivir: aquí, en Irán, en Irak, en Siria o donde sea.

¿En los países de Oriente Medio tienen la misma visión sobre ISIS que aquí en Occidente?

No, no, hay otra visión. Allí la culpa la tenemos nosotros y los estadounidenses. Todo es consecuencia de nuestras acciones en Oriente Medio. Y, para nosotros, todos nuestros atentados son culpa suya. Estamos constantemente tirando la pelota de un lado al otro y nadie realmente se sienta a decir: "Vamos a ver, aquí hay un problema". Y el problema es serio. Por su parte, porque el 90% de los muertos los sufren ellos y, por nuestra parte, porque los atentados semanales no se pueden soportar en nuestra sociedad. El umbral del dolor es muy diferente, también hay que decirlo. 150 muertos en Afganistán no son ocho muertos en Londres. El peso es muy diferente. Pero, realmente, la visión mayoritaria sobre el Estado Islámico en estos países también es crítica. Esta gente no quiere vivir bajo el Califa. Lo que quieren es vivir: aquí, en Irán, en Irak, en Siria o donde sea. La gente quiere ir a la escuela, casarse, quiere vivir. Y, además, sus sociedades no eran tan radicales. La radicalización ha sido un fenómeno muy nuevo; sobre todo en Siria, o en Irak. La prioridad de la inmensa mayoría es vivir. Y eso aquí parece que no lo entendemos.

Cuando dices que vas a un país como Georgia sin saber demasiado de él, ¿cómo suples esa carencia? Aunque también hablas de que ser enviado especial tiene sus ventajas. ¿Cuáles son?

En esos casos eres un paracaidista. Dicen: "Vete a Georgia, que tú haces conflictos". Lógicamente, no es mi zona de trabajo. Yo no tenía ni idea. Así que aterrizas ahí como un paracaidista. Tiene una parte negativa, porque no tienes poso ni conocimiento. Te tienes que poner las pilas rápido. Pero está la parte positiva, que es la de la sorpresa, la de la frescura. La sorpresa la pierdes cuando llevas mucho tiempo en un mismo sitio, porque ya se ha convertido en algo de tu día a día. El equilibrio entre el paracaidista y el corresponsal es ideal.

¿Cómo es la figura del intérprete que acompaña a los periodistas y se conoce como fixer (literalmente, 'arreglador')?

Es un conseguidor, un padre adoptivo, lo que quieras. Es mucho más que un traductor. Para empezar, son intérpretes, pero intérpretes del idioma y de la realidad. Por ejemplo, yo no les pido que me consigan una entrevista con Bashar. Normalmente soy más realista y les pido: "No me lleves a donde no me tienes que llevar. Peligro cero. Seguridad, seguridad y, después, seguridad. Y cuando ya estemos seguros, trabajamos". El 90% de nuestro trabajo depende de ellos. Yo dedico mucho tiempo a los castings, a encontrar gente con la que esté a gusto. Por ejemplo, no me gusta trabajar con alguien que tenga el taxímetro puesto todo el tiempo o que te vea como un dólar andante. Claro que eres una fuente de ingresos, pero tenéis que ser un equipo: tienes que hacerle parte de tus éxitos, de tus fracasos. Si no, no funciona. Me encanta hacer equipo.

Hay dos motivos fundamentales para que surjan los conflictos: el nacionalismo y la religión.

¿Cuál el peso de la religión en los conflictos de Oriente Medio?

Normalmente hay dos motivos fundamentales para que surjan los conflictos, aquí y en todos los lados, y son el nacionalismo y la religión. Los puedes manejar o azuzar a tu gusto, como ocurrió también en Los Balcanes. Pero en Oriente Medio el caso de la religión se ha utilizado claramente como eje diferenciador para ir debilitando a las partes. Por ejemplo, con el conflicto entre suníes y chiíes el punto de inflexión fue la fundación de la República Islámica en Irán en el 79, porque devolvió a los chiíes a un primer plano. Pero el segundo punto fue la guerra de Irak. A partir de ahí es cuando escala la tensión sectaria. Si miras las cifras de muertos, el gran pistoletazo de salida para la guerra sectaria es el año 2003. Ahí el factor religioso es clave. Luego se mezclan otros intereses, pero lo que utilizan desde la raíz es la religión.

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¿Cómo es la vida con tu familia en Jerusalén?

Muy bien. Es una ciudad muy habitable, casi como un pueblo. Nosotros también venimos de un pueblo pequeñito de Guipúzcoa. Y en Jerusalén vivimos en el centro, vamos caminando a todas partes. La vida está muy bien.

¿No hay peligro?

Hasta ahora no he sentido peligro en Jerusalén. De hecho, me parece uno de los países más seguros del mundo. Creo que, en la región, Israel e Irán son los países más seguros. Aunque, bueno, viendo lo que ha pasado en Irán estos días esperamos que sólo sea un paréntesis. Para hacernos una idea, Al Qaeda y el Estado Islámico no han hecho ataques en estos países. Y eso en Oriente Medio es un milagro.

Incluso en Europa.

Sí. Ha habido más ataques en París que en Tel Aviv, donde no ha habido ninguno. En Teherán ha pasado esta semana. Veremos en qué queda. Esperemos que sólo sea una anécdota.

Yemen es el típico caso de una guerra sin titulares.

Nadya Tolokonnikova, de las Pussy Riot, escribía hace unos días: "En todos los países que visito, los activistas locales me dicen que nunca habían visto todo tan jodido. Es como si tuvieran una competición: los rusos dicen que somos nosotros los que peor estamos; los estadounidenses piensan que son ellos; mientras tanto, los húngaros, los fineses y los británicos están seguros de que son ellos quienes han ganado la competición en cuanto a lo de estar jodidos". Teniendo en cuenta los lugares en los que has trabajado, ¿te atreverías a decir cuál está más jodido?

El que está más jodido ahora mismo diría que es Yemen.

Y además uno de los más olvidados...

Es el típico caso de una guerra sin titulares. Hay muchos casos así, pero el de Yemen me parece especialmente hiriente. Es un país tan majo, tan exótico, tan interesante. Siempre ha sido muy pobre, pero no miserable. Me da mucha pena. Ahora no hay manera de ir, todo está bloqueado.

¿Y a qué se debe la falta de interés informativo?

Para que un conflicto interese tiene que haber algo que te afecte directamente: tienen que estar tus tropas o tiene que haber intereses energéticos. Es una pregunta interesante: por qué unos conflictos están en la agenda y otros no. Con las primaveras árabes pasó lo mismo. Con Egipto, con Libia, con Túnez llenamos periódicos. Sin embargo, en Yemen también tuvieron su proceso y apenas tuvo espacio en los medios.

También es dramática la situación en países como Siria o Irak, porque antes no había analfabetismo ni epidemias de salud y ahora han retrocedido cien años. Pero como en Yemen siempre han estado mal, el hecho de que ahora estén peor tampoco interesa tanto. Hay países que están y otros no están.

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Marina Velasco Serrano es traductora de formación y periodista de vocación. En 2014 empezó a trabajar en 'El HuffPost' como traductora de inglés y francés en Madrid, y actualmente combina esta faceta con la elaboración de artículos, entrevistas y reportajes de sociedad, salud, feminismo y cuestiones internacionales. En 2015 obtuvo una beca de traducción en el Parlamento Europeo y en 2019 recibió el II Premio de Periodismo Ciudades Iberoamericanas de Paz por su reportaje 'Cómo un Estado quiso acabar con una población esterilizando a sus mujeres', sobre las esterilizaciones forzadas en Perú. Puedes contactar con ella escribiendo a marina.velasco@huffpost.es