Donald Trump, presidente número 45 de EEUU
El cielo de Washington estaba nublado este viernes. Mucho. Pero las nubes se han negado a romper hasta el preciso momento en el que Donald Trump ha pronunciado su primer discurso como presidente de Estados Unidos. Casualidad o no, lo cierto es que en el ambiente que ha rodeado la ceremonia de investidura del magnate había algo raro. Caras más serias que de costumbre en un acto así, un pueblo muchísimo menos emocionado que en las dos investiduras de Obama, y mucha emoción -o tensión- contenida. Esa que se le percibía a una Hillary Clinton que sentía como un "deber" estar ahí o la que se le ha notado a Michelle Obama en todo momento. Pero ha pasado: el magnate neoyorquino Donald Trump ha jurado como 45 presidente de EEUU a las 18 horas (peninsulares), tal y como determina la Constitución. [Así te hemos contado en directo la toma de posesión]
En las escalinatas del Capitolio, donde ha tenido lugar la jura, estaban, a pesar del boicot de al menos 33 congresistas demócratas que declinaron la invitación a la ceremonia, los distintos estamentos del poder del país, incluidos (casi) todos los presidentes vivos de EEUU. De lo que se trataba era de dar una lección de saber estar, pese a que es evidente el escepticismo y desconfianza que despierta Trump.
Ahí estaban los Obama, los Clinton -Hillary ha tenido que acudir a la que, probablemente haya sido la cita más amarga de su larga trayectoria política- o los Bush -hijo, claro, porque Bush padre ya se excusó alegando (irónicamente) que estar le podría costar la vida a él y a su mujer-. Más felices se veía a los hijos de Trump y a sus respectivas parejas. No tanto al único hijo del magnate y Melania, Barron, que parecía un poco descolocado.
Cada uno con sus sensaciones ha sido testigo de cómo Trump ha jurado el cargo ante el presidente del Tribunal Supremo sobre dos biblias -una que le regaló su madre hace 60 años, y la que utilizó Abraham Lincoln-, sostenidas por su esposa y primera dama, una muy contenida Melania Trump. Con el pulgar levantado en señal de victoria, el magnate, ya convertido en presidente, ha aseverado que desde hoy "América será lo primero". El que ha sido su lema durante la campaña que le ha llevado a la presidencia ha sido el eje de su discurso, populista y ultranacionalista, dirigido a las clases medias más desfavorecidas, claves en su victoria electoral.
"La ceremonia de hoy tiene un significado especial. No estamos transfiriendo el poder de un partido a otro; estamos transfiriendo el poder de Washington a vosotros, al pueblo (...). Este es vuestro momento", ha afirmado el presidente estadounidense, que ha atacado al establishment por "enriquecerse" a costa de los ciudadanos. Ante la clase dirigente del país que, con mucha seriedad ha presenciado el discurso en la escalinata del Capitolio, ha reprochado que durante años no hayan compartido sus "victorias" y "triunfos" con "las mujeres y los hombres olvidados" del país. "Esto cambia justo aquí y justo ahora", ha advertido.
Y para que se dé ese cambio, ese que dará lugar al "movimiento histórico" que dice Trump que va a generar, el magnate tiene claro qué piensa hacer. "Durante muchas décadas hemos dado dinero a los ejércitos de otros países, fábricas a otros países, hemos defendido las fronteras de otros países (...) a partir de ahora las decisiones sobre impuestos, inmigración, comercio o exteriores se harán para beneficiar a las familias estadounidenses. Tenemos que proteger nuestras fronteras de quienes quieren robar nuestras fábricas y destruir nuestros puestos de trabajo", ha dicho, sin mencionar su principal promesa electoral: construir un muro en la frontera con México para frenar la inmigración irregular.
Y así, durante los 20 minutos que ha durado su intervención, ha insistido en su mensaje proteccionista, el que dirigirá su política económica, sintetizada en dos sencillas reglas: "Comprar productos estadounidenses y contratar a ciudadanos estadounidenses".
A Trump presidente también le ha dado tiempo a prometer el final del terrorismo y a insistir en el comienzo de una nueva era, dotando a su discurso de una sobredosis de patriotismo. Pese a todo, consciente de que su mensaje puede desconcertar, el magnate ha tratado de mostrarse conciliador y partidario de la unidad bajo una misma bandera: "Es hora de recordar que toda la inteligencia de nuestros soldados no será olvidada nunca. Seamos marrones o blancos todos llevamos sangre de color rojo. Todos somos patriotas y todos saludamos a la misma grandiosa bandera estadounidense".
Trump, que se siente portavoz de una América "olvidada", antes de despedirse, con el puño en alto, ha hecho un último llamamiento a la ilusión y la esperanza: "En todas las ciudades, cercanas o lejos, grandes o pequeñas, de océano a océano, escuchad estas palabras: "Vosotros no seréis ignorados jamás de nuevo". Vuestra voz, vuestra esperanza y vuestros sueños definirá nuestro destino. Juntos haremos a Estados Unidos fuerte de nuevo. Haremos que Estados Unidos vuelva a sentirse orgulloso y, sí, juntos haremos América grande de nuevo".
Ahora a Trump le toca demostrar que es capaz de ser presidente de una América desunida, que es capaz de hacer frente a desafíos como reducir la desigualdad económica, superar las tensiones raciales, reconducir las relaciones con Rusia o de cerrar las heridas de las guerras de Irak y Afganistán, entre otros. Y lo hace con el índice de popularidad más bajo de todos los presidentes que han asumido el cargo: a 18 puntos del que hasta ahora había tenido menos aceptación, Ronald Reagan en 1981, y a 44 puntos de Barack Obama en 2009.
Le toca, por tanto, asumir un papel que no todos son capaces de ejercer: el de manejar el destino de personas de carne y hueso en la vida real, no en la ficción, donde, hasta ahora, se movía como pez en el agua. El que sí lo ha hecho, mejor o peor, la historia le juzgará, ha sido Barack Obama, al que el mundo ha dicho este viernes adiós. Junto a su mujer, Michelle, se ha despedido de la presidencia con esa sonrisa que a ambos les caracteriza. Se han subido al helicóptero presidencial por última vez, cerrando su etapa y dando pasa a la de los Trump. Muy difícil que no nos decepcione. Pero, al menos, compórtese.