10 años de Twitter: de cómo un sofisticado sms es hoy una herramienta de cambio mundial
"Twitter no es una red social, sino una herramienta de comunicación". Lo decía su creador, Jack Dorsey, poco después de lanzar al mundo su retoño, cuando los escépticos dudaban seriamente de la viabilidad de su invento.
Estaba convencido de que el trino de su pájaro azul sería mucho más que un trivial mensaje al mundo sobre los viajes que hacemos, los restaurantes que visitamos, los amigos que nos cruzamos. Su poder estaba latente: el de mover a masas de gente que comparten una idea o inquietud de forma inmediata. "Hombres de poca fe", podría decirnos hoy a todos Dorsey ante la aplastante razón que le ha dado la realidad. Mañana Twitter cumple 10 años y queda claro que no se le puede replicar.
Twitter es hoy muchas cosas pero, como ha quedado demostrado sobre todo en los siete últimos años, es un motor de vida, de protesta, de reivindicación, de conciencia sublevada que encuentra en sus 140 caracteres el espacio más que suficiente para desahogar a sociedades asfixiadas, censuradas, hartas. El ansia de protesta se ha colado en la red sin remisión, en un espacio donde el interés por la política es un 23% superior al de la media de la población mundial. De un sms sofisticado, un tuit ha pasado a ser un arma cargada de cambio.
¿Pero por qué? Pues por su propia naturaleza y por la coyuntura en la que le ha tocado desarrollarse como medio. Twitter es rápido, tiene un gran alcance, es barato y todo ello hace que favorezca lo que conocemos como democracia directa, acercando a los ciudadanos al poder, para aplaudirlo o criticarlo. En un timeline se puede compartir, conversar, escuchar... Universidades de todo el mundo (de la UPV a la de Málaga, pasando por la de North Florida) constatan que sirve para "canalizar" no sólo las reacciones más viscerales de la sociedad, sino su "inteligencia colectiva y sus ansias", sin censura y a nivel planetario. Twitter, conjuntamente con redes como Facebook o Instagram, construyen comunidad, generan diálogo y fortalecen la libertad de expresión, como constatan ONG como Reporteros Sin Fronteras.
Como ahonda Riyaad Minty, que ha estado al frente de las redes sociales de Al Jazeera y ahora impulsa el canal AJPlus del canal catarí, Twitter añade a un valor extra a la información: el de la "confianza". "Lejos de pensar que lo que cuelgue un particular tiene menos credibilidad, la gente en Twitter pincha un enlace, el que sea, porque se lo pone la gente en la que cree, sea un amigo, una institución afín, una personalidad que nos gusta... Nos fiamos de ellos y de su filtro y eso imprime un valor a la información que no tienen los medios convencionales. El impacto es mayor, y más en entornos contestatarios. Une", resume.
Biz Stone, cofundador de Twitter, relata en su libro Cosas que me contó un pajarito cómo vivieron en la compañía convertirse en una herramienta clave para aquellos que querían cambiar el mundo. "Nos esforzamos por dejar claro que no creíamos que Twitter era la voz de la revolución", escribe Stone. "Twitter era sólo una herramienta que la gente utilizaba para hacer grandes cosas. ¿No era ya lo bastante asombroso? Era una prueba de que los grandes sistemas autoorganizados sin líderes podían ser auténticos agentes del cambio".
¿Qué hubiera pasado si hubiéramos podido tuitear las manifestaciones de mayo de 1968 en París, la caída del Muro de Berlín en 1989, o atentados como los del 11-S y el 11-M? ¿Qué reacciones se hubieran cosechado? No lo podemos saber. Pero sí conocemos bien lo que esta herramienta ha logrado en los grandes momentos de nuestro tiempo: cómo a través de un mensaje espontáneo, sin líder, se acaba levantando una marejada que renueva el mundo que conocemos. Y arrastrando -esencial- a la gente más joven.
Estos son algunos ejemplos del poder de movilización que ha tenido Twitter -conjuntamente con otras redes- en los últimos años.
Tras las elecciones presidenciales en Irán de junio de 2009, el país vivió una oleada de protestas en Teherán, la capital, y otras importantes ciudades del país contra el presunto fraude electoral que se había producido y en apoyo del candidato de la oposición Mir Hosein Musaví. Como réplica, otros grupos se manifestaron en apoyo a la supuesta victoria oficialista de Mahmud Ahmadineyad. Aquel movimiento se conoció como la "revolución verde", debido al color usado durante la campaña electoral por Musaví, o como "despertar persa", pero también y por primera vez se habló de la "revolución de Twitter", un medio esencial para la organización de las protestas opositoras en un país con profundas lagunas en cuanto a libertad de expresión, prensa y manifestación se refiere.
Los jóvenes grababan con sus móviles en la calle, donde estaba vetado el acceso a las cámaras, los tuiteros se cambiaban el nombre del perfil para que el Gobierno no los persiguiera e incluso modificaban su zona horaria por el mismo motivo. Fueron pioneros en iniciativas como la de teñir de colores sus fotos -de verde, en este caso- como señal de adhesión a una causa.
Las Primaveras Árabes fueron la coronación de Twitter como herramienta para aglutinar a los ansiosos de dar un giro a sus países, aunque por sí sola no fuera una palanca suficiente: debajo tenía el cansancio infinito de la ciudadanía. El momento era perfecto: cientos de miles de personas en el mundo árabe se levantaron entre 2011 y 2013 para reclamar democracia y derechos esenciales, arrollados por dictaduras y monarquías autoritarias. La primera mecha prendió en Túnez y luego se contagiaron los egipcios, los libios, los sirios, los yemeníes, los argelinos, los jordanos, los omaníes, los saudíes, los bahreiníes...
Twitter y otras redes fueron clave para cerrar quedadas masivas como las de la Plaza Tahrir o de la Liberación, en El Cairo. Por esta vía, además, se difundieron masivamente enlaces a blogueros que se convirtieron en nuevos líderes de opinión en sus países y que alentaban los discursos antigubernamentales. Hoy, por ejemplo, los miembros del Observatorio Sirio por los Derechos Humanos usan Twitter para seguir dando cuenta, a nivel viral, de las víctimas de cinco años de conflicto en Siria.
Stone, en su libro, explica: "Prácticamente podíamos predecir cuál sería la siguiente revolución", en función de los mensajes que se enviaban. "Empezábamos a ver cada vez más tuits en una zona determinada y casi podíamos haber hecho una llamada a los implicados: "¡Eh dictador, tal vez deberías empezar a plantearte la huída!". Sin embargo, no quisieron sacar pecho del papel de Twitter en las revoluciones. "No era ético alardear. Había gente que estaba muriendo, no iba a salir yo por televisión a decir: "¡Miradnos! ¡Somos una empresa fantástica".
El 15 de mayo de 2011, desde las redes sociales de internet, un grupo de activistas españoles llamó a “tomar la calle” reclamando una “democracia real” y denunciando a “políticos y banqueros”. La protesta, que parecía puntual, derivó en un ciclo de movilización masiva que creó una red de asambleas en todo el país. En vez del sms de "pásalo" de los tiempos, por ejemplo, del no a la guerra (2003), se pasó a la cita que corría como la pólvora para hacer asambleas frente a los que no representaban en las instituciones a la inmensa mayoría de ciudadanos.
El 15M llamó a “tomar la calle”, pero antes “tomó las redes”. Para el movimiento, la red fue tanto una herramienta como un referente cultural e ideológico para una nueva política participativa, descentralizada, horizontal y abierta. Esa misma línea se ha ido reproduciendo luego en los partidos, como Podemos o las Mareas, nacidos de aquel fulgor.
Miles de estudiantes de Hong Kong iniciaron en septiembre de 2014 una huelga contra la reforma propuesta por Pekín -de quien depende la antigua colonia británica, que se marchó en 1997- al sistema electoral local. Bajo el lema “Desobediencia civil: nuestro destino en nuestras manos”, 13.000 personas según los organizadores, miembros de una veintena de asociaciones universitarias, se reunieron en la plaza central de la Universidad China de Hong Kong para lanzar la protesta. Duró meses y acabó por conocerse como "revolución de los paraguas".
Los ciudadanos peleaban contra lo que consideraban una "injerencia" del Partido Comunista Chino, imponiendo a los candidatos con el visto bueno del partido e interrumpiendo décadas de libertad en Hong Kong. Twitter, más que ninguna otra red, fue el escaparate de la protesta al mundo, un hito contando con los límites a internet que las autoridades chinas imponen habitualmente.
La pelea de Guatemala duró un año largo, pero culminó con la renuncia de un presidente. La batalla conjunta entre instituciones y sociedad civil forzó la caída de Otto Pérez Molina, perseguido por una imponente investigación de la justicia de Guatemala y de un organismo avalado por Naciones Unidas (Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala) que lo pusieron en evidencia. El clamor popular empezó a germinar, con masivas movilizaciones de la ciudadanía, protestas constantes y pacíficas que fueron horadando la autoridad de Pérez Molina.
"Yo no tengo presidente" fue la frase que se acuño en las pancartas y en los tuits. El 2 de septiembre de 2015 el presidente renunció a tras ser desaforado por el Congreso y apenas un día después ya estaba declarando ante los tribunales por los delitos de cohecho pasivo, asociación ilícita y caso especial de defraudación aduanera.
Simpatizantes del Partido de los Trabajadores de Brasil, en una manifestación en Brasilia, el pasado viernes.
En lo que llevamos de año, Twitter se ha manifestado de nuevo como una vía útil para movilizar a los pueblos, con motivaciones muy diversas. En Venezuela, los opositores al gobierno de Nicolás Maduro se hicieron fuertes tras su victoria parlamentaria en diciembre y las manifestaciones contra el chavismo han ido in crescendo hasta convocar a decenas de miles de disidentes. El Ejecutivo carga contra las redes como si el medio fuese el mensaje. "Es una herramienta del terrorismo"m decía ya en 2010 Hugo Chávez, cuando casi 80 millones de usuarios de todo el mundo tuitearon sobre las manifestaciones en su contra.
En Brasil, son los anti y los pro gobierno los que usan por igual Twitter para sus concentraciones y la expansión de sus mensajes. Hay empate técnico en el número de mensajes enviados para salir a la calle a pedir el fin del gabinete de Dilma Rousseff y los que quieren que se quede e incluso defienden a su predecesor, Lula da Silva, investigado por supuesta corrupción. En la calle, citados por esta red, se han concentrado sólo en la última semana más de 700.000 personas.
Y en EEUU, donde los candidatos se pelean para ser las cabezas de lista de los republicanos y los demócratas, ya no basta con los cuarteles generales, la propaganda que vemos en las películas, los pasquines y las banderitas. No. Twiter se usa como herramienta esencial de comunicación política, hasta el punto de que para candidatos como el socialista Bernie Sanders lo han convertido en su vía de éxito para acceder a votantes como los jóvenes o los afroamericanos.
Además de para superar barreras, Twitter en EEUU ha servido para fijar sitio y hora para protestas contra el aspirante republicano Donald Trump, aunque en este caso la vía elegida hayan sido los mensajes privados entre usuarios. Mejor no destapar las cartas si se quiere reventar un acto, ¿no?
Como concluye Biz Stone en su libro... "No habíamos cambiado el mundo, pero habíamos hecho algo todavía más profundo: cuando le das posibilidades a la buena gente, hacen grandes cosas".