¿Puede el oxígeno provocar cáncer?
El nombre de un posible nuevo factor de riesgo cancerígeno dejará a muchos sin respiración. Se trata precisamente del oxígeno, el gas sin el cual no podemos vivir. Esta es la conclusión de un estudio epidemiológico elaborado por dos investigadores de las Universidades de Pensilvania y de California en San Francisco (Estados Unidos) y que el próximo enero se publicará en la revista científica PeerJ. Los científicos han analizado la relación entre el cáncer de pulmón y la proporción de oxígeno en el aire respirado, que se reduce al aumentar la altitud, obteniendo un resultado a primera vista sorprendente: “Descubrimos que la incidencia de cáncer de pulmón decrece drásticamente a mayor altura”, resume al Huffington Post el coautor del estudio, Kamen Simeonov.
El trabajo de los investigadores ha consistido en correlacionar estadísticamente los datos considerando todas las variables implicadas, incluyendo las demográficas y las referidas a otros factores de riesgo conocidos. El resultado es estadísticamente significativo y “no puede explicarse por factores ambientales que se relacionan con la altitud, como las partículas finas o la exposición al sol”, apunta Simeonov. Los científicos descubrieron que solo ocurre con el cáncer de pulmón, y no con otros tumores en tejidos sin exposición a la atmósfera. “En conjunto, los resultados sugieren la existencia de un carcinógeno ligado a la atmósfera (inhalado) y vinculado inversamente a la altitud”. “El oxígeno atmosférico es la causa más probable”, sentencia el investigador.
SOSPECHOSO DESDE 1987
El estudio, disponible en formato de prepublicación, no es el primero en sugerir un vínculo entre oxígeno y cáncer de pulmón: las primeras pistas al respecto se remontan a 1987. Ese año, un artículo en la revista Radiation Research analizaba datos epidemiológicos previos que sugerían un extraño efecto de la radiación como factor anticancerígeno, algo contrario al conocimiento común. Cuando los investigadores del Instituto Nacional de Ciencias Ambientales de la Salud de EE UU introdujeron otras variables, descubrieron que esa población con menos muertes por cáncer estaba sometida a un nivel de radiación superior por el hecho de vivir a mayor altitud. Su conclusión fue que no se trataba de la radiación, sino de la menor proporción de oxígeno en el aire: “La menor presión de oxígeno del aire inspirado puede proteger contra ciertas causas de muerte”, escribían.
En 2003, otro investigador llamado Wesley Van Pelt llegó a una conclusión similar al examinar los datos de un amplio estudio previo sobre factores ambientales de riesgo tumoral. “Postulamos que el descenso en los índices de cáncer de pulmón a mayores altitudes es consecuencia del efecto carcinogénico de una mayor concentración absoluta de oxígeno en el aire inspirado a menor altura”, escribía Van Pelt.
Frente a estas investigaciones anteriores, la de Simeonov y su colega Daniel Himmelstein es la primera que evalúa directamente la hipótesis de una relación entre proporción de oxígeno en el aire e incidencia de cáncer pulmonar, aprovechando un extenso conjunto de datos recientes. “Ninguno de los estudios anteriores estaba diseñado específicamente para evaluar el efecto de la altitud, por lo que omitieron muchos factores”, señala Simeonov. El científico es consciente de que su estudio será recibido con escepticismo, a pesar de que ha sufrido un largo y exigente proceso de revisión por otros expertos. “Aunque hay numerosos artículos que demuestran que el oxígeno es carcinogénico en una variedad de situaciones (células en cultivo, modelos en ratones, índices de cáncer en los años posteriores a la suplementación neonatal de oxígeno), sí, deberá superar el escepticismo”, admite.
LOS RADICALES LIBRES, LA CAUSA MÁS PROBABLE
Lo cierto es que, con el conocimiento actual, no es descabellado pensar en un posible mecanismo para el efecto cancerígeno del oxígeno. A primera vista, parecería que culpar al oxígeno de matar es un sinsentido tan absurdo como afirmar que comer produce inanición. Pero habría que recordar las palabras del médico suizo Paracelso: “Todo es veneno y nada es sin veneno; solo la dosis hace que algo no sea veneno”. Dejando aparte el hecho de que el oxígeno es esencial para nosotros, la otra cara de este gas nos la presenta un fenómeno conocido: la oxidación. Y este proceso no afecta solo al hierro expuesto a la intemperie, sino a nosotros mismos, a través de unos elementos muy populares llamados radicales libres.
Los radicales libres forman parte de la jerga habitual de la cosmética y los hábitos saludables, pero muchos desconocen que detrás de ellos está el oxígeno. Lo que conocemos como radicales libres son en realidad formas del oxígeno especialmente reactivas, entre las cuales se encuentran el anión superóxido, el radical hidroxilo y el peróxido de hidrógeno (o agua oxigenada). Las especies reactivas del oxígeno (ERO) forman parte del metabolismo celular normal, pero su exceso debido a una descompensación produce estragos en las células y daños en el ADN. Y estos podrían ser, a juicio de Simeonov, los desencadenantes del cáncer: “Analizando nuestros resultados en el contexto de la literatura científica, pensamos que la hipótesis más probable es la relación oxígeno-ERO-mutagénesis-carcinogénesis”, enuncia el investigador.
El efecto tóxico del oxígeno no es desconocido; los seres vivos de este planeta respiramos una mezcla atmosférica que solo contiene un 21% del gas. Si esta proporción aumenta, los efectos pueden ser más perjudiciales que saludables. Un experto conocedor de ello es el doctor Federico Gordo-Vidal, médico intensivista del Hospital Universitario del Henares, en Coslada (Madrid). Para un facultativo especializado en cuidados intensivos, el oxígeno es un material de manejo habitual, pero también un fármaco que debe administrarse con extremo cuidado para evitar que haga más daño que bien. “El oxígeno aportado a concentraciones elevadas ha demostrado toxicidad a nivel celular, alterando la función de diferentes células (fundamentalmente del epitelio respiratorio) y produciendo cambios fisiológicos y daños celulares derivados de la producción de radicales libres y fenómenos oxidativos”, expone Gordo-Vidal.
No es que los riesgos del oxígeno, en niveles superiores a lo necesario para respirar, superen a los beneficios; es que sencillamente estos últimos no existen. Según el intensivista, los intentos de obtener efectos terapéuticos de un aporte extra de oxígeno han sido infructuosos. “Los tratamientos que hemos estudiado llevando a los pacientes a niveles suprafisiológicos de transporte de oxígeno han fracasado”, revela. “En el momento actual la mayor parte de estos tratamientos se han abandonado y se busca dar a los pacientes la menor cantidad de oxígeno para mantener unos niveles normales en sangre y en los tejidos periféricos”. En vista de todo ello, Gordo-Vidal no considera disparatado que la menor dosis de oxígeno a alturas elevadas pueda ofrecer cierta protección frente al cáncer pulmonar. “Es posible”, valora. “Hay que tener en cuenta que respiramos con unos 600 millones de alvéolos, 15 veces por minuto; por tanto, el efecto de diferentes niveles de oxígeno debido a la altitud podría producir efectos de este tipo”, prosigue el especialista, aunque advierte de que la demostración real del fenómeno “aún está lejos”.
UNA MODA CUESTIONADA
Siendo así, es inevitable sacar a debate los llamados bares de oxígeno, establecimientos que venden consumiciones de este gas para inhalar y que han proliferado gracias a su estatus como locales de moda, pero también apoyados en el discurso sobre sus presuntas virtudes sobre la salud. “Realmente no hay ningún efecto beneficioso demostrado relacionado con la administración de oxígeno en pacientes que no tengan una insuficiencia respiratoria previa”, refuta Gordo-Vidal. Simeonov añade que en EE UU la regulación de estos locales es estricta: “La FDA [la agencia federal de fármacos y alimentos] prohíbe a los bares de oxígeno hacer proclamas sobre beneficios saludables, dado que no se han demostrado”.
Claro que inútil no significa necesariamente dañino, al menos en personas sanas. “Posiblemente, en exposiciones no prolongadas y con baja concentración de oxígeno, tampoco produzcan efectos tóxicos en sujetos sanos”, valora Gordo-Vidal, quien alerta sin embargo de que en ciertos enfermos el riesgo sí es real: “Hay algunos sujetos, como son los pacientes con Enfermedad Pulmonar Crónica, en los que un exceso de oxigenación puede estar completamente contraindicado”. La conclusión es que ni siquiera el oxígeno se libra de la máxima de Paracelso sobre el veneno. Y para Simeonov, toda una vida respirando se cobra su peaje: “La exposición crónica y continua al oxígeno a lo largo de toda una vida inevitablemente conduce a daños en el ADN producidos por las ERO, y esto puede provocar cáncer”.