Leila Guerriero: "Un periodista va al territorio, busca, mira, husmea"

Leila Guerriero: "Un periodista va al territorio, busca, mira, husmea"

CIRCULO DE TIZA

La primera sensación es una mezcla de desasosiego y pequeñez.

Pequeñez porque uno entrevista a la periodista Leila Guerriero, autora de uno de esos libros que te agitan, reordenan tu cabeza y estimulan la búsqueda de la excelencia en tu trabajo. Zona de obras es una recopilación de textos sobre periodismo. Del Periodismo en mayúsculas. Ese que se practica con tiempo, pisando suelo, convirtiéndose en una sombra silenciosa que pregunta. Y pregunta. Y vuelve a preguntar.

Y desasosiego porque, una vez leído el libro, lo último que se le pasa al periodista por la cabeza es realizar la entrevista por correo electrónico. Un sistema que impide repreguntar o incidir sobre un tema que en principio no parecía tan importante y que la propia conversación alienta a priorizar. Es lo que hay. Y en peores nos hemos visto.

¿Quién es Leila Guerriero?

No me gusta hablar en tercera persona mayestática. Yo diría que soy periodista. Por lo demás, a grandes rasgos, leo mucho, soy curiosa, discreta, no soy obediente, trato de vivir sin jorobarle la vida al prójimo, y me importa, en grado sumo, y por sobre todas las cosas, mi libertad.

¿Qué es para usted escribir bien?

Producir, en el lector, un estado de trance, de separación y borramiento del mundo. Lograr meter a quien está leyendo en una burbuja donde nada más existe, salvo eso que sucede en las páginas.

¿Hasta qué punto el periodista es (o debería ser) un narrador de historias?

Creo que la vocación periodística parte de ahí, ¿no? De querer contar una historia, de querer compartir algo que uno ve –en primerísimo plano- con otra gente –que no tiene la posibilidad de verlo desde tan cerca-. Eso no quiere decir que uno sea un “cuentero”, en el sentido argentino del término: alguien que fabula o inventa. Y tampoco quiere decir que uno deba preocuparse sólo o sobre todo por la forma en que va a contar una historia. Un periodista debe ser, antes que nada, una persona que reportea, va al territorio, busca, mira, husmea. Sólo después empieza a pensar en términos de estilo, voz, tono, estructura, forma.

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¿Por qué esas referencias constantes a Martín Caparrós en el ámbito del periodismo?

La respuesta es un poco obvia: porque me parece un gran periodista. Es alguien con una mirada muy original, muy lúcida, que suele echar una luz nueva incluso sobre cosas que han sido muy repasadas. Tiene enorme capacidad de reporteo, un gran sistema de referencias –políticas, culturales, históricas- que enriquecen su mirada, y es un autor con una pluma exquisita y una diversidad de recursos narrativos asombrosa. Para mí siempre ha sido no sólo un referente sino una inspiración. Recurro a menudo a sus textos periodísticos para ver cómo resolvió tal o cual situación, cómo abordó tal o cual historia, cómo hizo para hacer un perfil de tal o cual persona.

También menciona en varios artículos a Rodolfo Walsh. ¿Cree que periodismo y militancia política son compatibles?

Su trabajo periodístico es admirable y de un grado de modernidad increíble. Es muy difícil hacer lo que hizo Walsh en su momento: inventar un modo, una manera. De todos modos, no acuerdo del todo con su forma de pensar el periodismo. Él, por ejemplo, añoraba consagrarse con una gran novela, con una obra de ficción, aunque ya había escrito una obra potente y sólida de no ficción. Yo creo que el periodismo vale la pena por sí mismo, que no hay que ir a buscar consagraciones ni validaciones a otros géneros. Por otra parte, Walsh tenía una concepción del periodismo como fuerza transformadora de la realidad que no es la mía.

"Esta especie de hemorragia comunicacional que atravesamos me parece adolescente y agotadora"

No sé si podría decir que el periodismo y la militancia son incompatibles. Aun cuando uno no esté afiliado a un partido político, siempre hace todo –periodismo incluido- a partir de una concepción política, cultural, social. No somos seres separados del mundo por una capa de antibióticos capaces de eliminar toda ideología como si la ideología fuera un bicho. Pero quizás las cuestiones de la militancia partidaria deberían quedar acotadas al terreno de la opinión editorial. La militancia implica a veces, no siempre, unas ideas muy tozudas en torno a algunas cosas, y eso choca con el intento que hace uno, como periodista, de no ir a la realidad a confirmar un prejuicio, de abordarla desde una subjetividad honesta.

Pero si uno tiene una convicción acerca de ciertas ideas –y los periodistas solemos tenerla-, no hay ningún motivo para pensar que eso no se va a colar en la mirada. Puede y debe y va a colarse. Eso es lo que transforma a alguien en un autor con voz y mirada propia.

En 2005 el periodista Jon Lee Anderson desveló que escribe no más de seis historias al año para The New Yorker. ¿Este tipo de periodismo tiene sentido en la realidad actual?

Sí, yo creo que sí, que tiene todo el sentido. Las historias que intentan contarnos el mundo en toda su complejidad y contradicción son necesarias. Igual que las noticias, los cables de agencia, etcétera. Pero no creo que “la realidad actual” no necesite de esas historias. Sería como pensar que “la realidad actual” ya no necesita de las novelas largas, o de la poesía, o de las películas de Martin Scorsese. ¿Por qué sería así? Si aceptamos que el periodismo bien hecho puede ser una forma inmejorable de contar el mundo para tratar de entenderlo, ¿por qué vamos a decretar que “la realidad actual” ya no necesita esas historias? Eso sería como decir que todo el mundo, de pronto, se ha vuelto tonto y superficial, y yo no creo eso. Pero la gente que lee esas historias nunca ha sido muchísima. Los lectores de En busca del tiempo perdido, por ejemplo, deben representar un porcentaje ínfimo de la población mundial ¿Y entonces vamos a decir que “la realidad actual” ya no necesita de Proust?

"Deberíamos estar preocupándonos por intentar hacerlo asquerosamente bien"

¿Tiene el periódico de papel los días contados?

Yo creo que no, pero la verdad es que a estas alturas los que decimos que no y los que dicen que sí no respondemos tanto a datos de la realidad como a distintas expresiones de deseo (y, en algunos casos, a cuadros depresivos). Es un momento, como todos los momentos de cambio, de mucha confusión, y cualquier vaticinio me parece un poco vano. Deberíamos estar preocupándonos por intentar hacerlo asquerosamente bien, cosa en torno a la que veo muy poca preocupación, antes de estar devanándonos los sesos por si lo vamos a hacer en papel o en digital o en una suela de zapato. Además, ¿por qué esa insistencia en creer que lo digital va a ser el último estadío de la evolución? En cincuenta años, internet va a ser el equivalente a los discos de vinilo. Sin embargo, estamos convencidos de que el futuro es esto y que lo que venga va a ser igual pero con leves variaciones en la velocidad de navegación y descarga. Tenemos una mirada absurdamente cortoplacista en términos de formatos. El contenido es lo que prevalece, y sin embargo casi no pensamos en él.

¿Cree que el mejor periodismo puede leerse en los diarios de papel o en Internet?

Creo que en ambos soportes hay buen periodismo. Me parece que estamos equivocando la discusión, pensando más en el soporte, en la plataforma, que en el contenido.

¿Qué hay que hacer para poder vivir de escribir de lo que a uno realmente le interesa? ¿Es posible?

Creo que ningún periodista puede vivir de escribir todo el tiempo sólo de aquello que le interesa. Hay una frase de Juan Gelman, que dice algo así como “no dije todo lo que pensaba, pero todo lo que dije lo pensaba”. Ese es el punto. En general, todos los trabajos implican un margen de negociación entre lo ideal y lo posible. El problema es cuando uno jamás llega a escribir lo que realmente le interesa, y entonces no puede construir una voz propia, una mirada, un estilo. Yo creo que en este oficio, como en cualquier otro, uno tiene la posibilidad de elegir, y que, entre la espada y la pared, siempre puede elegir la espada. En 1996 yo era una periodista más o menos novata –había empezado en 1991-, no tenía un trabajo fijo y vivía, como todos los colegas en mi misma circunstancia, a salto de mata. Había publicado algunos artículos en la revista dominical del periódico La Nación, que habían gustado mucho, y me ofrecieron entrar en la zona caliente del diario, en Información General. Recuerdo que me reuní con un editor en un bar, me hizo la propuesta y le dije que no. Le dije que yo no sólo no sabía hacer ese trabajo –no tengo la rapidez que hace falta ni las garras de sabueso con reflejos impecables que necesita un periodista de esa naturaleza- sino que lo mío, en el periodismo, no iba por ahí. Que yo quería hacer otra cosa. El entendió y yo volví a casa angustiada, porque había rechazado un gran trabajo en el segundo periódico más importante del país. Unos días más tarde, me llamaron y me ofrecieron un trabajo como redactora en la revista dominical del diario. Lo acepté y permanecí allí hasta 2009. Lo que digo es que no sé si siempre se puede escribir lo que a uno le interesa, pero sí se puede elegir, y elegir implica riesgo y renuncia.

Y también quisiera agregar que, para hacer lo que uno quiere hacer, hacen falta tesón, tozudez, prepotencia de trabajo (como decía Roberto Arlt), disciplina -esa palabra tan denostada y a la que yo le tengo un enorme respeto- y la convicción de que nadie va a venir a ofrecernos espacio y tiempo y temas estupendos en bandeja: que vamos a tener que pelear para obtenerlos.

"La idea de placer asociada a la escritura está sobrevalorada"

Más allá de eso, a mí no me interesa escribir sólo de aquellas cosas que, para ser redundante, me interesan. También me gusta escribir sobre temas que a veces me proponen y que implican un enorme desafío, porque me incomodan, o porque a priori no encuentro una manera sencilla de abordarlos. Ponerse en una zona de desafío o incomodidad es muy saludable.

En varios de sus artículos destaca que escribir es lo más parecido a una ‘tortura’. ¿Realmente no encuentra placer cuando se pone delante del ordenador?

Me parece que la idea de placer asociada a la escritura está sobrevalorada, y hace que mucha gente fracase en el intento. No todo el mundo se enfrenta de la misma manera al momento de escribir. En mi caso, es una mezcla. Los primeros días –o las primeras horas, si se trata de una columna más corta- son de desconcierto, agobio, agotamiento. Quiero estar en cualquier parte menos allí. Hacia el final, cuando el texto ya dejó de ser una masa informe, cuando se trata de acomodar y pulir piezas, sí, lo disfruto más. Pero creo que escribo para llegar al resultado final. O, como dice un amigo peruano, escribo para terminar de escribir. Algunos textos –como Arbitraria, o El taller, dos columnas que se incluyen en Zona de obras- salen de manera muy fácil, como si uno los hubiera transportado dentro de sí durante mucho tiempo. Pero son muy escasas las oportunidades en las que eso sucede, y si uno va a esperar esos estados casi de trance para escribir, puede morirse sin haber escrito más de dos cosas.

¿Qué medio de comunicación actual reúne, a su juicio, los mejores textos periodísticos?

El de toda la vida: Frankenstein. O sea, un medio que uno arma con lecturas y retazos de todos los medios. Pero eso no es de ahora. Para mí siempre fue así. En una época compraba, por poner un ejemplo, un diario económico, El cronista comercial, porque su suplemento cultural era imbatible. En otra, compraba el Clarín para leer una historieta fabulosa que era un reflejo de la porteñidad de aquellos días, El loco Chávez, que dibujaba el genial Horacio Altuna. Yo leo mucha prensa, sobre todo de España y de América latina. Como sucedía en los ochenta y los setenta y los noventa y los dos mil, creo que si uno es un lector curioso y ávido el mejor medio es el que uno arma con los reportajes de aquí, las columnas de allá, las noticias de varias partes.

¿Por qué no usa Twitter?

Mi lugar de trabajo y mi lugar de conexión a internet coinciden en el mismo espacio: la computadora. No tengo twitter porque no necesito más distracciones de las que ya tengo a la hora de sentarme a escribir. Pero la principal razón es que no tengo ninguna necesidad de decir cosas todo el tiempo. Esta especie de hemorragia comunicacional que atravesamos me parece adolescente y agotadora. Yo escribo artículos, cada tanto publico un libro, tengo una columna mensual en la revista Sábado, de El mercurio, de Chile, y otra semanal en El País, de España. No tengo mucho más para decir. Lo que digo ya me parece suficiente y hasta demasiado.

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